POR JORGE PIGNATARO

Desde esta página es frecuente que en febrero recordemos al escritor Ricardo Prieto, lo hacemos casi todos los años, al mencionar que el 8 era su cumpleaños. Pero lo hacemos sobre todo, porque es uno de esos talentos que, según nos parece, no tiene la merecida difusión. Salvo al sur del país, donde es más común que se pongan sobre los escenarios piezas teatrales de su autoría, en el resto del país nos privamos de sus obras por desconocimiento (que no son solo teatrales, también publicó libros de poemas y narrativa). Prieto nació en Montevideo el 8 de febrero de 1943 y falleció en la madrugada del 4 de noviembre de 2008, “falleció en su vivienda…murió en soledad, muy a su estilo, producto de una anemia que lo venía consumiendo progresivamente”, dice una crónica del momento. Muy recordado es el recital de poesía que brindó en la Sociedad Italiana de Salto en el invierno del año 2001.
Echemos un vistazo a algunos de sus títulos, lo que pretendemos sea una invitación a conocerlo:
Teatro: El niño verde (1971), La perrita sabia (1971), La salvación (1971), Un gato en un almacén extraño (1973), Después de la cena (1978), Acuérdate de Euménida (1981), El desayuno durante la noche (1979), El Agua y el aceite (1980), Bacterias (1987), Me moriría si te fueras (1988), Ese lugar pequeño (1988), El huésped vacío (1988), Garúa (1992), El lado de Guermantes (1993), La llegada a Kliztronia (1993), Un tambor por único equipaje (1993), Pecados mínimos (1993), Amantes (1994), La buena vida (1994), Se alquila (1994), Asunto terminado (1994), Pecados mínimos (1995), La buena vida (1998), Tolstoi, el último viaje (2005).
Cuentos: Desmesura de los zoológicos (1987), La puerta que nadie abre (1991), Donde la claridad misma es noche oscura (1994), Lugares insospechados (Alfaguara, 2007).
Novelas: El odioso animal de la dicha (1982), Pequeño canalla (1997), Amados y perversos (1999).
Poesía: Figuraciones (1986), Juegos para no morir (1989), Palabra oculta (2000), La oscuridad menos reciente (2005).
Las obras de teatro se aprecian y disfrutan realmente cuando son puestas en escena, pierden mucho de su esencia al presentarlas en una página, y más aún si por una cuestión de espacio debe transcribirse solo un fragmento. Cuentos, imposible dada la extensión, y menos aún novelas. Así que hemos decidido como homenaje, recordar hoy a Ricardo Prieto con estos versos dedicados a su hermano:
PIEL DERRAMADA
-A Miguel Ángel Prieto-
Julio horrible.
Se nos vino la muerte
sin golpear,
sin pedirnos.
Se nos cayó el reposo
y el viento humedecido
también nos vio morir.
Se fue el hermano oscuro
por el ardor, con miedo,
temblando, se fue.
Julio horrible.
Se nos vino la muerte.
La vida se murió.
II
Te he perdido.
Desde la oscura noche del nacer
te he perdido
a ti que amé más que a Dios sin saberlo,
más que todo,
a ti,
pórtico del deseo por el que entré
sin que huyeras
para quedarme siempre allí.
III
Miguel Ángel, niño oscuro,
ven hacia la tierra donde anclamos
madre y yo
con la bandera del amor a medio flamear
haciendo tristes señas
IV
Tú y yo estamos mirando
la oscurecida harina del mar,
madre nos toca
arranca el sol de nuestros hombros.
Tú y yo niños sentimos
su pesarosa mano secando el resplandor.
Tú corres,
yo me inclino,
tú me llamas,
yo acudo,
y allí juntos –de piel-,
de otra harina
-de miedo-,
se disemina en mí tu temblor,
mi temblor te escudriña.
Hermano,
hermano mío,
marchando solo ahora
hacia la inmensa playa
donde nunca estuvimos.
Hermano,
hermano mío,
riego de todo el llanto,
blanco, oscuro,
pesando de amor,
cayendo en nuestro nombre.
V
Aquí, Montevideo. La pensada muerte
vino a esquilmar mi casa otra vez.
Paredes saltaron, cuchillos.
Pero yo,
madre también,
olemos tu piel derramada,
oímos el viento, sabemos que ollas, manos, pesares,
recodos de los tréboles,
y el pasto mojado de rocío,
y la noche misma, vaciada,
y las lámparas, colchas, roperos,
todo inmenso se torna,
infértil cae.
como madre,
como yo mismo,
como tú ausente
en inmóvil terror.
VI
Tuyo era el pan,
y el rocío blanco
se empecinó en verte partir.
Las tumbas se abrieron
para que entráramos contigo,
y en mi mano llevé tu peso,
y en mi mano te contuve
como nunca, a ti.
Pero ahora comienza el páramo.
Hosca la tierra nos margina
y el día nos pide tus ojos,
el ramo fúnebre,
tu piel.
Se ha derramado el cántaro
y hemos caído,
nosotros en la muerte incesante,
tú en la boca blanca de Dios.
Piel derramada sobre el arca de julio
se llevó nuestras flores,
el perdón del verano
y la luna.
Hemos quedado debajo del mundo
todos nosotros,
aquí.