La diferencia entre un Estado benefactor y un Estado totalitario es solo cuestión de tiempo
Ayn Rand

A las personas les gusta el estado de bienestar porque suponen que no tiene costo y brinda muchos beneficios. Si la gente supiera cuánto el consumo actual de beneficios sociales conlleva menos prosperidad en el futuro, la población tendría una actitud crítica hacia el estado de bienestar y los políticos tendrían más dificultades para concretar su demagogia. Así como una sociedad que clasifica la igualdad por encima de la libertad pierde ambas, una sociedad que atribuye un mayor valor a los beneficios sociales que a la creación de riqueza no tiene ni riqueza ni beneficios.
Una sociedad está condenada si sus habitantes se acostumbran a vivir de lo ajeno, es decir, del fruto del trabajo de otro. La “justicia social” del Estado de bienestar incita la inmoralidad, la injusticia y el conflicto pues solo se puede cumplir con violencia, es decir, sacando por coacción a unos para entregar por donación a otro, oficiando el Estado como intermediario.
La brillante Ayn Rand nos advirtió: “Cuando adviertas que para producir necesitas obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por el trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos, sino, por el contrario son ellos los que están protegidos contra ti; cuando repares que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrás, afirmar sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada.”
Antes de repartir y consumir, hay que producir. Y para producir se necesita gente que lo haga. La idea de proteger al ciudadano desde la cuna hasta la tumba está en apuros y una de las causas es que cada vez menos hay gente que genere riqueza y produzca, mucha gente para redistribuir y cada vez menos para producir.
La causa más notoria de esta escasez de productores no es consecuencia sólo del nefasto mensaje desmotivador de la justicia social redistributiva, donde es preferible vivir de lo ajeno que dedicarse a producir, sino que subyace un problema de fondo gravísimo y es la bomba demográfica que viene desde hace mucho tiempo explotando en la mayoría de los países del mundo, y por supuesto en mi país, Uruguay.
La promoción de medidas que disminuyen la fecundidad y los nacimientos es absolutamente incompatible con una Estado de Bienestar. En poblaciones cada vez más envejecidas, en donde comienza a escasear el empuje y vigor de fuerzas jóvenes que mueven la economía y son los que mantienen a los más viejos, es inviable e imposible pensar en algún tipo de justicia social redistributiva.
El Estado Benefactor requiere una considerable suma de dinero y no la obtendrá si tiene cada vez menos ciudadanos que generen riqueza genuina, el caso de Uruguay es paradigmático.
Los políticos ignoran que la cultura de la muerte que promueven va en contra de sus propios intereses. Es como pegarse un “tiro en los pies” en contra del alabado estado de bienestar. Es una u otra: o empiezan ya a promover una cultura de la vida, que tuerza este rumbo demográfico decreciente y genere cada vez más nacimiento, aumentando la población, permitiendo así seguir cumpliendo sus fines socialistas redistributivos o siguen por el camino de la cultura de la muerte y pronto se encontrarán con inmensos problemas para solventarlo, y cuando ello suceda deberán suspender las injustas dádivas gratuitas que proveen porque ya no tendrán de donde sacar. Esa es la disyuntiva en que nos encontramos. No hay otras alternativas.
Menos gente, menos riqueza, menos consumo, menos recaudación impositiva, ergo, el Estado de bienestar ya no se puede costear. Las ayudas, subsidios, planes, privilegios, pensiones quedarán relegadas porque el país no podrá permitirse tal dispendio.
Las cuentas no cuadran. Y a este ritmo el colapso de cualquier sistema mutual – de seguridad social o salud – es inevitable.
Entonces, para evitar lo inevitable he aquí mis modestas recomendaciones cuyo objetivo no es otro que aumentar los nacimientos en base a una política de fomente la cultura de la vida:
- derogar la ley del aborto;
- derogar todas las leyes de ideologia de genero;
- no avanzar sobre la legalizacion de la eutanasia;
- incentivos fiscales para familias con tres hijos o más;
- apoyo económico directo: establecer ayudas económicas directas a las familias con hijos, como subsidios mensuales por cada hijo nacido, hasta que alcancen cierta edad (todo el dinero que el Estado destina para la ideología de género podría ir para este apoyo , y de seguro sobra).
- acceso a guarderías asequibles: ofrecer guarderías de calidad a bajo costo o gratuitas para todos los padres que lo necesiten, facilitando así la conciliación entre el trabajo y la familia.
- educar en valores familiares: introducir programas educativos que refuercen la importancia de la familia y la vida en las escuelas, promoviendo una visión positiva de la paternidad y maternidad.
- campañas de concienciación: desarrollar campañas públicas que promuevan la importancia de la familia y los beneficios de tener hijos, destacando el valor de la vida desde la concepción.
- apoyo a la salud reproductiva: garantizar el acceso a servicios de salud reproductiva de calidad, incluyendo atención prenatal y postnatal, así como apoyo psicológico y médico para madres y padres.
- promoción del matrimonio y la estabilidad familiar: fomentar el matrimonio y la estabilidad familiar mediante programas de apoyo a parejas jóvenes y educación sobre relaciones saludables.
- mejorar la política inmigratoria.
Uruguay está en el puesto 16 mundial de población de más de 65 años de edad y en el 153 en tasa de fecundidad, por debajo de la tasa de reemplazo (1,7 hijos por mujer), por su parte, Japón esta en el puesto 30 de población de 65 años de edad y en el 215 en tasa de fecundidad (1,38).
A pesar de tener números parecidos, la respuesta es muy diferente. Mientras acá no existe política para fomentar la fecundidad, en Japón ante la bomba demográfica por la brusca y alarmante caída de la fertilidad, el primer ministro Fumio Kishida afirmó: “ es ahora o nunca» y comenzó a implementar un plan multimillonario
Anhelo para que se cambie el rumbo y abandonemos este camino hacia el abismo, con la certeza de que, si seguimos por este derrotero, cuando estemos al borde del precipicio no habrá mea culpa de los verdaderos responsables y el sistema político encontrara, una vez más, su “cabeza de turco” en el capitalismo, los empresarios y el neoliberalismo.