Cuando el 11 de marzo último algunos japoneses observaban las consecuencias del arrasador tsunami que afectó algunas islas japonesas, sobre todo la que alberga a la central nuclear de Fukushima, recordaron que esas imágenes ya las han vivido.
Fue el 6 de agosto de 1945, cuando el bombardero de los Estados Unidos arrojó sobre la ciudad de Hiroshima la primera bomba atómica, la que mató directamente a más de 100 mil personas y posteriormente, a consecuencia de las radiaciones muchas más.
Hoy, al recordar los 66 años que han pasado desde aquella trágica jornada, Japón volverá a revivir la discusión sobre el riesgo de la energía nuclear. Lo que ha pasado con la central de Fukushima y algunas más, a consecuencia de la región, obligó a la evacuación de más de 30 mil personas en la zona, sin que hasta el momento puedan evaluarse debidamente las posibles consecuencias que tendrá esta segunda catástrofe nuclear que afecta a la nación nipona.
Seguramente Fukushima replanteará toda la problemática de la energía nuclear.
Hiroshima dejó heridas en toda la humanidad que hasta hoy siguen sin terminar de cicatrizar. La atroz matanza mediante una explosión nuclear de tanta gente que murió calcinada o quemada a largo plazo por las radiaciones, sigue constituyendo una muestras de las atrocidades de que es capaz el hombre, cuando se trata de conseguir lo que entiende justifica el empleo de cualquier medio para lograrlo.
Japón es una de las naciones que tiene un mayor número de plantas nucleares, tanto en funcionamiento como proyectadas y este accidente nuclear ha reactivado la polémica en cuanto a la conveniencia o no de seguir adelante con esta política.
La idiosincrasia japonesa, no ha permitido hasta el día de hoy conocer en detalle las consecuencias de la última tragedia. Es que Hiroshima dejó la experiencia que todos los afectados por las radiaciones vivieron, además de las consecuencias de la radioactividad, la del aislamiento de sus propios compatriotas que en algún momento consideraron que quienes padecían de estas quemaduras, podían contagiar su mal a otras personas.
Este concepto no está totalmente erradicado y quizás por eso Japón no ha permitido que trasciendan hacia el exterior los detalles de las personas afectadas por la radioactividad , como tampoco los detalles de las consecuencias que han dejado los incendios de las centrales nucleares en marzo último.
Hoy, desde Hiroshima a Fukushima, Japón sigue y seguirá discutiendo si es acertado o no poseer tantas centrales nucleares.
Esta misma discusión debería hacerse la humanidad toda, porque puede estar en juego la supervivencia del planeta mismo.