Estamos viviendo momentos de gran tensión política en nuestro país. Tensión que no quiere decir crisis ni problemas, sino que se trata de un momento de ebullición en donde los distintos sectores y partidos políticos se encuentran imbuidos en una campaña electoral que esperan termine con el éxito que ellos esperan tener el 24 de este mes, cuando a las 20:30 horas de ese día, todos sepamos oficialmente quien será el próximo presidente de la República.
Estas dos semanas que restan para llegar a ese momento, serán muy intensas. La elección se definirá voto a voto y con esto no estoy alentando a la campaña que viene llevando adelante el Frente Amplio, sino que las condiciones en las que se van a medir los candidatos es muy pareja.
Hace más de un año que dijimos en esta misma columna que Daniel Martínez y Luis Lacalle Pou iban a enfrentarse en un balotaje con final abierto. Y no lo dijimos porque teníamos la bola de cristal, sino porque el escenario estaba dado para que eso sucediera. Claro, en ese momento no estaban ni Manini Ríos, que era el comandante en Jefe del Ejército y que no estaba en los papeles de nadie, porque nadie pensó que se convertiría en un fenómeno político. Ni tampoco estaba Sartori, que en el momento que escribíamos esas líneas hace más de 12 meses, era un próspero empresario uruguayo viviendo en Londres.
Pero así se dan las cosas y por el momento los partidos políticos vienen haciendo los deberes lo mejor posible.
La primera vez que voté, fue en 1999, en esa instancia se estrenaba el actual sistema electoral y era la primera vez que hubo balotaje. Lo novedoso fue el acuerdo que unió electoralmente a los partidos fundacionales, los que quisieron distinguirse del Frente Amplio juntándose para que el colorado Jorge Batlle fuera presidente. Meses después sobrevino la crisis política, los problemas con la economía, la crisis social y económica más importante que tuvo el país hasta ahora, y que nada tiene que ver con las dificultades que Uruguay atraviesa actualmente, y el posterior desarme de esa coalición, cuando los blancos se bajaron del gobierno.
Pero más allá de esto, lo que dejó marcada esa instancia es algo bien claro, que cuando llega el momento de votar, la gente elige al candidato por la persona, lo estudia, lo analiza, escucha lo que dice y se queda con lo último que vio de él en las redes sociales (las nombro primero porque son el medio de comunicación más potente actualmente) o lo que dijo en la televisión o en la radio, o lo que vio en los diarios.
Les importa poco si su pasado es importante o tormentoso, porque cuando José Mujica fue al balotaje diez años atrás, en 2009, ganó por abrumadora mayoría y todas las críticas hacia su persona o comentarios sobre su pasado fueron relativizados y neutralizados por un factor común, el carisma.
Esto habla a las claras que lo que se va a votar en una segunda vuelta representa un quiebre entre tanto fraccionamiento que se vive al principio, cuando se elige parlamento, que hay muchos candidatos y varios sectores. Ahora, el 24 de noviembre, en la segunda vuelta electoral, lo que vamos a elegir son dos modelos de país. Uno que sostiene el actual gobierno, que lleva tres períodos al frente del mismo y busca reeditarse y reconvertirse en lo que sea necesario.
Por otro lado, hoy hay un candidato que nuclea a cinco partidos políticos, conformando algo mucho más grande que una disputa entre sectores o partidos, llevando el enfrentamiento entre los que ven que el país necesita otro aire fresco, contra la promesa de corregir errores y hacerlo mejor.
Esto nos pone a nosotros como uruguayos electores frente a dos posibilidades. O le damos de ganar a una coalición que promete cambios y darle una a esa alfombra de la que dicen que debajo de la misma, se han barrido muchos problemas. O le damos el voto al candidato del gobierno que afirma que su manera de gestionar un gobierno es diferente al de Mujica o Tabaré Vázquez, pero propone a uno de los expresidentes como ministro y al otro como referente a seguir.
Aunque a todo esto la mayoría de las personas no lo dan ni bolilla. Primero votarán porque es obligatorio hacerlo, segundo elegirán al que mejor les caiga con el discurso, tercero está el color partidario que cada uno tenga y cuarto elegirán la mejor sonrisa que vean en una foto armada por especialistas. Si le erran, no importa, la mayoría se va a quejar siempre, porque este país parecer estar condenado a eso, al ser el país de la queja.
Tenemos un país que es rico en muchas cosas y solamente nos sentamos a mirar cómo se tirotean de un lado y del otro, mientras la gente espera soluciones desde el llano.
Por eso, cuando hacen anuncios, muchas veces son para sondear el impacto, pero es mentira que haya una polarización tal que lleve a que si gana u otro aumentará sistemáticamente la pobreza y que habrá menos beneficios para los más privilegiados, porque todos han hecho un compromiso con la población, y el mismo solo será válido si después del año que viene, no permiten que nadie pase hambre y con su trabajo se ganen el reconocimiento de las personas y no kilómetros de marchas y movilizaciones exigiéndoles que no les roben sus derechos. Todos estaremos atentos para que se cumpla tanta promesa derrochada.
HUGO LEMOS
