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sábado, 12 de abril de 2025
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Víctor y Fausto…El recuerdo de un trágico diciembre

Diario EL PUEBLO digital
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Primeros días de diciembre y parece aflorar en Salto el recuerdo de Víctor Lima y Fausto Carcabelos. Ambos escribían aunque con muy distinto estilo. Pero tenían varias cosas en común: la bohemia y todas las vivencias que puede compartir un par de buenos amigos. Compartieron además, la tragedia de sus muertes en el Río Uruguay, el 3 y el 6 de diciembre de 1969.

Hace 5 años, publicábamos una nota con el título “Por Fausto y Víctor Lima: aquel diciembre que a Salto vistió de luto”, y allí se leía: “Empezaba diciembre, año 1969, y Salto se vestía de luto: primero Fausto Carcabelos y enseguida Víctor Lima aparecían muertos. Fausto había nacido en 1940 y fue periodista de este diario. Justamente, compañeros de EL PUEBLO publicaron, en 1970, “El libro de Fausto”, en el que reunieron (con prólogo de su Director, Esc. Enrique Cesio) un conjunto de variados textos suyos. Víctor había nacido en 1921 y su trascendente obra literaria-musical nos exime de mayor presentación…”.

Cabe recordar que en el año 2009, el profesor Leonardo Garet da a conocer en el libro “Con guitarra y sin guitarra” (Tomo 18 de la Colección Escritores Salteños) muchos textos desconocidos de Víctor Lima, no destinados al canto. Y que en 2021, publica “Víctor Lima”, un libro en que analiza vida y obra del poeta. En ambos libros aparece un testimonio de Carlos Ardaix, que vale la pena leer:

AQUEL DICIEMBRE DOLIÓ MUCHO…

“Lo conocí en aquel café Sorocabana, esquina de Uruguay y Sarandí. En una de sus mesas alternaban Tabaré Rivas Mencía, Walter Peralta, Leonardo Astiazarán, Jorge Real, Marosa, Chingola Muñoa y seguramente otras personas que no recuerdo. Yo era un veinteañero privilegiado por acceder a esas tertulias tan ricas donde se discutía la poesía de Guillén o una anécdota de Amorim. Mi primera impresión de Victor fue la de un hombre más bien callado cuyo rostro se iluminaba a veces con una gran sonrisa. Mi ocupación de locutor en Radio Salto favorecía que conociese todo lo grabado por Los Olimareños de su autoría. De modo que le admiraba mucho. Poco a poco desarrollamos un vínculo más estrecho que compartimos con Fausto Carcabelos. Solíamos encontrarnos en algunos boliches de la época como el bar Los Veteranos en la bajada de Viera, entre 19 y Agraciada o en lo del Negro Torres, en calle Asencio, frente a Antel. Con 20 años era el más joven del trío y la soltería de los 3 nos daba vía libre para amanecer charlando. En esas charlas fui descubriendo la sensibilidad de Victor, su amor por la libertad y su clara posición en defensa de los humildes y oprimidos. Hablo del año 67. En marzo del 68 ya casado, vivía en 8 de Octubre y Viera, Victor en la casa de su hermana, Osimani y Llerena al 400 y Fausto en Agraciada, entre Viera y Osimani, a pocos metros la casa de cada uno. A esta altura debo mencionar que ninguno de nosotros sabía de qué vivía Victor. Económicamente (lo supe en el correr de los meses que siguieron) no tenía ninguna asistencia, Para mí siempre fue un misterio lo del derecho autoral. Supe que después de su fallecimiento, un reclamo asistido por profesionales del medio, redituó un pago en cuotas de poca entidad a alguno de sus familiares. Victor Lima -se lo pregunté- no percibió en vida ni un peso de AGADU. Esto nunca le preocupó pese a su precaria situación económica. Aquel hombre solo, cuya vida tenía mucho de misterio y pocas gratificaciones auténticas, se refugiaba en un río de vino que gratuitamente alimentaba la gente «del pago». Bastaba con que llegara a un bar cualquiera, mencionara quién era y escribiese un autógrafo en una servilletita de papel, para que surgiera el convite. -«¡El Victor Lima de Los Olimareños estuvo conmigo; mirá, este es su autógrafo!»

Por entonces supimos con Fausto que consumía Namuron porque le costaba dormir y ocurría que cuando mezclaba Namuron con vino, el efecto era inverso, pues se convertía en un sonámbulo.

En el mes de agosto de ese año, advertí que Victor estaba en una crisis y le ofrecí nuestra casa con lo cual Pelusa estuvo de acuerdo y mi suegra también, pues sentíamos especial afecto por él. Recuerdo que le hablé claro sobre el tema del alcoholismo y qué esperábamos de su comportamiento. Con franqueza agradeció nuestra actitud mudándose con lo puesto, pues me dijo era todo lo que tenía. Allí compartió ensayos con nuestro grupo Salto Oriental que tenía en su repertorio Adiós mi Salto, El Clinudo, gato y uno de sus candombes (Candombe mulato). Él nos pasó una preciosa canción inédita: Zapicán y la zamba Noche con tiempo. Se declaraba compositor intuitivo -no tocaba la guitarra- y transmitía sus canciones a capella con una extraordinaria precisión del ritmo y los tonos.

En esa misma casa, tuve el gusto de mostrarle Canto a Rolando, zamba que compuse dedicada a él. La escuchó con atención y tuve la percepción de que se emocionó.

El tiempo de su estadía en nuestra casa transcurrió, con escapadas nocturnas, mientras nosotros dormíamos. Antes de partir a la radio -entraba a las 08.00- compartíamos un mate tempranero.

De sólida cultura, era un placer escuchar a Victor en temas diversos. Ni que hablar cuando contaba de su amistad con Yupanqui, quien -según él- le había hecho «el alto honor de llamarlo poeta» y con quien, entre otras cosas, supo escuchar concertistas de renombre. En una de esas ocasiones, y luego de caminar varias cuadras en completo silencio, Yupanqui tuvo un único comentario:-«el hombre sabe dónde pone los dedos». También me contó que «El Indio”, como le decían a Yupanqui, vivió un tiempo en 33 cuando Perón lo expulsó de la Argentina. A propósito, pienso que ese fue el tiempo fermental de Victor como autor.

En casa no lo vi escribir y siempre me llamó la atención que no tuviese con él un solo cuaderno.

En el mes de Noviembre de ese ’68 tuve que ausentarme una semana a Buenos Aires. A mi regreso me enteré de que Victor había llegado con sangre en el rostro y en su estado de sonámbulo, más que alcoholizado, traído por un taxi que lo había atropellado en plaza Artigas. En ese estado no era extraño que Víctor perdiese la noción de donde estaba. Pelusa estaba embarazada de 8 meses y hablé con él planteándole que hasta el parto era conveniente que viviese en otro lugar. Con la misma espontaneidad que asintió cuando le ofrecí nuestro hogar, encaró su mudanza.

Victor se «hospedó» en el Hospital de Salto y utilizo el término porque estaba alojado allí bajo la tutela del Dr. Ivo Lima, que le permitía salir si él lo solicitaba.

El primero de diciembre nació nuestra hija. Enseguida la fue a conocer.

Debo decir que pocas veces mi corazón se debatió entre sentimientos tan encontrados. El afecto que sentía por ese ser solitario, transido y golpeado por vaya a saber qué avatares de la vida, se debatía ante una realidad que no presagiaba nada bueno. Era impensable imaginarse que aquel hombre emocionado por la ternura de una niña recién nacida, un hombre capaz de encender estrellas en los ojos, con quien el mate se volvía rescoldo fraterno, pleno de matices donde asomaban las chispitas de su vida. Ese hombre naufragaba a la vuelta de la esquina en un calvario de soledad y tristeza, ahogado por el alcohol. Y todos los que mirábamos ese calvario asistimos a su final, sin intentar la ayuda económica que contribuyese a su recuperación.

El final lo precipitó la muerte de Fausto Agustín Carcabelos. Fausto pereció ahogado en el río Uruguay, playa del Club Remeros. Mientras se bañaba el anzuelo de un aparejo se le clavó en el talón y se supone que el instinto ante el pinchazo le hizo querer levantar la pierna, como el aparejo estaba amarrado a una estructura tipo pasarela que utilizaban pescadores y bañistas, teniendo en cuenta que en ese lugar la costa tiene pronunciado declive, el precario nadador no supo desengancharse. Luego de buscar el cuerpo de Fausto dos días en el río, lo ubicaron debajo de la planchada con el hilo del aparejo enredado en su pierna y el anzuelo hincado en su talón. Terrible golpe para quienes conocíamos a Fausto. -«Si Fausto se animó, cómo no me voy a animar yo»-le dijo Victor a Germán Cincunegui, otro amigo común, en frente a su casa de calle Brasil al 700, la mañana que resolvió poner fin a su vida. Es indudable que pensó que Fausto se había quitado la vida.

Horas después encontraban el cuerpo del poeta en la Piedra Alta, allí donde instalamos el primer monumento en el mundo a Federico García Lorca… Aquel diciembre dolió mucho en el pecho de quienes tuvimos la fortuna de conocer a Fausto y a Víctor. A mí me quedó para siempre el dolor de la muerte de Fausto y la tristeza de pertenecer a una sociedad que no tuvo respuestas para salvar a Victor. Nos quedamos con la frivolidad de un autógrafo en una servilleta o el vaso de vino en el bar de pasada con el autor de Adiós mi Salto. No vimos al ser humano condenado a la absoluta orfandad.»

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