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miércoles, 16 de julio de 2025
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Umberto Eco lanzó una novela donde apunta a la función del periodismo y dice que Internet es su mayor adversario

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El pensador italiano lanzó ‘Número Cero’

Umberto Eco tiene a la entrada de su casa de Milán, antes de su desfiladero de libros, el periódico de su pueblo (Alessandria, en el Piamonte), que recibe diariamente. Cuando le pedimos fotos de su juventud se fue a un ordenador, que es el centro borgiano de su aleph particular, su despacho, y encontró las fotos que lo llevan al principio mismo de su vida, cuando era un niño de pañales. Todo lo hace con eficacia y buen humor y rápidamente; lleva en la boca casi siempre, el tabaco apagado con el que seguramente huye del tabaco. Tiene una inteligencia directa, no rehúye nada, ni hace circunloquios. Acostumbrado a pensar las palabras, las dice como si le vinieran dadas por un ejercicio intelectual que tiene su reflejo en los pasillos superpoblados de esta casa que se parece al paraíso de los libros.
Ya tiene 83 años; ha adelgazado, pues lleva una dieta que lo alejó del whisky (con el que a veces almorzaba) y de otros excesos, así que muestra el estómago achatado como una gloria conquistada en una batalla sin sangre. Es uno de los grandes filólogos del mundo; desde muy joven ganó notoriedad como tal, pero un día quiso demostrar que el movimiento narrativo se demuestra andando y publicó, con un éxito planetario, la novela “El nombre de la rosa” (1980), cuyo misterio, cultura e ironía asombraron al mundo.
Nació en el Piamonte, en Italia, donde fue educado por los salesianos. En 1954 se doctoró en Filosofía y Letras en la Universidad de Turín, centro en el que también fue profesor, además de en las Universidades de Florencia, Milán y Bolonia. Rozando los 50 años, Umberto Eco obtuvo uno de sus mayores éxitos literarios con su novela “El nombre de la rosa”, traducida a numerosos idiomas y llevada al cine. A lo largo de su trayectoria ha logrado numerosos reconocimientos, como el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en el año 2000. Es también caballero de la Gran Cruz de la Orden del Mérito de la República Italiana y caballero de la Legión de Honor francesa.
Una novela sobre el periodismo. ¿Por qué?
Llevo escribiendo críticas del oficio desde los años sesenta, además de tener en el bolsillo el carné de periodista. Con Piero Ottone mantuve un buen debate polémico sobre la diferencia entre noticia y comentario. Escribir sobre cierto tipo de periodismo era una idea que me rondaba en la cabeza desde siempre. Hay lectores que han encontrado en Número Cero (su última novela) el eco de muchos artículos míos, cuya sustancia he utilizado porque ya se sabe que la gente se olvida mañana de lo que leyó hoy. De hecho, algunos me han alabado. Por ejemplo, hay quienes han aplaudido lo que escribo del desmentido en prensa, ¡y de eso escribí lo mismo hace quince años! Así que abordé el tema porque lo llevo conmigo. Hasta el principio del libro es muy mío, pues ese episodio en que el agua no sale del grifo era también el principio de El péndulo de Foucault. Por aquel entonces alguien me dijo que no era una buena metáfora, y la quité; pero, para Número Cero, me gustó esa idea, el agua que se retiene en el grifo y no sale, y tú esperas que al menos salga una gota. Me gustó esa idea, bajé al sótano, encontré aquel primer manuscrito y la volví a usar. Todo es así: en la discusión que hay con Bragadoccio (un periodista clave en la trama de Número Cero) sobre qué coche comprar, lo que escribo es un listado que hice en los años noventa cuando yo mismo no sabía qué automóvil quería…
La novela está llena de referencias al cinismo del editor que pone en marcha un periódico para extorsionar… Para chantajear… Tenía en mi mente a un personaje de la historia de Italia, Pecorelli, un señor que hacía una especie de boletín de agencia que jamás acababa en los quioscos. Pero sus noticias terminaban en la mesa de un ministro y se transformaban enseguida en chantaje. Hasta que un día fue asesinado. Era un periodista que hacía chantajes y no precisaba llegar a los quioscos: bastaba con que amenazara con difundir una noticia que podría ser grave para los intereses de otro… Al escribir el libro pensaba en ese periodismo que existió siempre y que en Italia recibió recientemente el nombre de “máquina del fango”.
¿En qué consiste?
En que para deslegitimar al adversario no hace falta que lo acuses de matar a su abuela o de que es un pedófilo: es suficiente con difundir sospecha sobre sus actitudes cotidianas. En la novela aparece un magistrado (que existió en realidad) sobre el que se lanzan sospechas, pero no se lo descalifica directamente, se dice simplemente que es estrafalario, que usa calcetines de colores… Es un hecho verdadero, consecuencia de la máquina del fango.
El editor, el director del periódico que no llega a salir, dice a través de su testaferro:
“Es que la noticia no existe, es el periodista el que la crea”. Sí, naturalmente. Mi novela no es solo un acto de pesimismo sobre el periodismo de fango; acaba con un programa de la BBC, que es un ejemplo de buen hacer. Porque hay periodismo y periodismos. Lo llamativo es que cuando se habla del malo, todos los periódicos tratan de hacer creer que se está hablando de otros… Muchos diarios se han reconocido en Número Cero, pero han hecho como que estaba hablando de otro.
El periodista en concreto está retratado también como un paranoico en busca de historia cueste lo que cueste, y babea cuando cree encontrarla… Ocurre cuando Bragadoccio encuentra la autopsia de Mussolini… Siempre he dicho, también cuando escribía novelas históricas, que la realidad es más novelesca que la ficción. En La Isla del día antes describo a un personaje haciendo un extraño experimento para descubrir las longitudes; es muy cómico, y la gente dijo: “Mira qué bonita la invención de Eco”.
Pues era de Galileo, que también tenía ideas locas de vez en cuando y había inventado esta máquina para vendérsela a los holandeses. Si buceas en la historia puedes hallar episodios más dramáticos, más cómicos, y también más verdaderos, que los que puede inventar cualquier novelista. Por ejemplo, mientras busqué material para Número Cero hallé la autopsia entera de Mussolini. Ningún narrador de la pesadilla y del horror ha conseguido jamás imaginarse una historia como esta, y es verdadera. Y se la serví al personaje Bragadoccio, periodista de investigación, que babeaba mientras la iba utilizando para su crónica sobre la conspiración que se inventó. Y usted no la inventó, claro. Está en Internet, es así. Luego es muy fácil imaginar que un personaje tan paranoico y tan obsesivo como ese periodista empiece a gozar tanto de la autopsia como de las calaveras que encuentra en la iglesia de Milán por donde pasa su historia.
¿Qué debe hacer un diario?
Dígalo usted. Tiene que convertirse en un semanal. Porque un semanal tiene tiempo, son siete días para construir sus reportajes. Si lees Time o Newsweek ves que varias personas han contribuido a una historia concreta, que han trabajado en ello semanas o meses, mientras que en un diario todo se hace de la noche a la mañana. Un periódico que en 1944 tenía 4 páginas hoy tiene 64, con lo cual tiene que rellenar obsesivamente con -noticias repetidas, cae en el cotilleo, no puede evitarlo… La crisis del periodismo, entonces, ha empezado hace casi cincuenta años y es un problema muy grave e importante.
¿Por qué es tan grave?
Porque es cierto que, como decía Hegel, la lectura de los periódicos es la oración de la mañana del hombre moderno. Y yo no consigo tomarme mi café de la mañana si no hojeo el diario; pero es un ritual casi afectivo y religioso, porque lo hojeo mirando los titulares, y por ellos me doy cuenta de que casi todo lo había sabido la noche anterior. Como mucho, me leo un editorial o un artículo de opinión. Esta es la crisis del periodismo contemporáneo. ¡Y de aquí no se sale!
(EL PAIS DE MADRID)

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