Distraídos o quizás demasiado ocupados en otros menesteres que satisfagan nuestras aspiraciones de tener cada vez más desde el aspecto económico, la humanidad entera no ha prestado la suficiente atención a un peligro inminente: el calentamiento global que cada vez se discute menos porque lo único que hoy día se discute es cuánto tiempo más soportará el planeta que habitamos, la explotación irracional a que le tenemos sometido.
En esta situación confluyen varios aspectos. El principal de ellos es el hecho de que quienes obtienen la mayor riqueza económica, al precio de agotar los recursos naturales hasta su extinción, no quieren que se tome conciencia de su explotación irracional. La niegan y la disimulan de muchas maneras.
Un segundo aspecto es sin duda el crecimiento de la humanidad en si mismo. Aún cuando el índice demográfico se ha enlentecido y envejecido, si las proyecciones manejadas se hacen realidad el planeta no soportara este crecimiento por mucho tiempo más.
Existen problemas ambientales de todo tipo. Los soportan la tierra, el agua, el aire y todos sus derivados, pero nada parece tener la fuerza de convicción suficiente como para hacer que la humanidad entera tome conciencia del grado de riesgo al que nos aproximamos día a día.
Es que caminamos por esta senda y las frecuentes y permanente señales de agotamiento que nos da la naturaleza es ignorada una y otra vez. La selva está siendo devastada y por un lado se niega esta realidad y por otro se sostiene que no tendrá mayores consecuencias. Pero el riesgo es cada vez mayor y tangible.
El mar sigue siendo envenenado, con las nefastas consecuencias que esto apareja para la flora y fauna que esto supone. La riqueza ictícola ha sido y sigue siendo saqueada, en la mayoría de los casos impunemente, porque se basa en la ilegalidad y en el secretismo de algunas de las autoridades que tienen la responsabilidad de controlar y evitar este saqueo.
Ni que hablar de cuanto tiene que ver “don dinero” para el mantenimiento de esta situación. Todo lo que no se ve “no existe” y por lo tanto esta es tierra fértil para la corrupción.
Ni que hablar del aire, envenenado permanentemente y sin que las grandes potencias, principales contaminadores se den por enterados.
Sabemos que hay esfuerzos que apuntan en otras direcciones. Que la difusión del automóvil eléctrico y otros avances de la tecnología constituyen una débil esperanza de un cambio en el futuro.
Confiemos en que así será y que este cambio en la situación llegue pronto para erradicar nuestras dudas.
A.R.D.
