La copla es una forma poética que sirve para la letra de canciones populares. Surgió en España en el siglo XVIII, donde sigue siendo moda, y desde hace muchísimos años también se difunde por América. Su nombre proviene de la voz latina copula, “lazo”, “unión”. Y aunque este estilo es propio de autores y solistas populares: Rocío Jurado, Macarena Del Río, Sara Montiel, Rosa Morena, Carmen Sevilla, Isabel Pantoja, Manolo Escobar, Imperio Argentina, Nati Mistral, García De Triana, entre muchos más, no ha sido despreciado por plumas cultas como Rafael Alberti, Federico García Lorca y Antonio Machado. El tema lo fueron tomando de una canción, un suceso local o un romance escuchado –por ejemplo- en una taberna, y otras era el pueblo que hacía suya la composición sin saber que tenía compositor. Los libretos del género ahondan en las pasiones humanas, generalmente con carácter narrativo. Las letras de la copla despliegan historias de sentimientos desbordados, en los que los personajes se ven superados por unas pasiones que no pueden ni quieren controlar. Vocalmente, se hace uso del acento andaluz, aunque no siempre es así; requiere de intérpretes con gran control de la proyección del aire para lograr una voz potente con dominio del vibrato, siendo éstas dos sus principales facetas. Así, la copla fue creciendo y fue siendo adoptada por cantantes que les llegó como anillo al dedo. Entre ellos, se ubicó Antonio Molina, una figura que se hizo enorme en el lineamiento, revitalizándolo, destacándose por tener un arte especial para vivirlo.
ANTONIO, EL MENOR DE
CUATRO HERMANOS
Antonio Molina Hoces nació en Málaga, el 9 de marzo de 1928. Fue el menor de cuatro hermanos de una familia muy humilde. Tanto fue así que desde los diez años tuvo que trabajar en diversos oficios -repartiendo leche con un burro, guardando cerdos, y más tarde de ayudante de camarero- para contribuir a la pésima economía que existía en la casa. Deseando salir de ese ambiente de pobreza, se escapó de su hogar en más de una ocasión, hasta que viajó a Madrid en busca de trabajo. Ya en la capital, a la que había llegado ayudado por una mujer que le doblaba la edad y que se había encaprichado del chico, efectuó tareas de tapicero y, más tarde, de camarero, hasta que decidió incorporarse voluntariamente al servicio militar cuando contaba con sus jóvenes dieciocho años. Al muchacho le gustaban entonar diferentes canciones andaluzas de aquel entonces, y de buenas a primeras se dio a conocer en un concurso para aficionados que convocaba Radio España. Increíblemente obtuvo el primer premio y le surgió su primer contrato para un disco, por el cual le abonaron la cantidad de cien pesetas. Entre los temas que registró estaban “El macetero” y “El agua del avellano”, que al toque se fueron escuchando entre el gran público, y le abrieron las puertas del éxito de par en par. En 1952, con 24 años, montó su propio espectáculo “Así es mi cante”, en el que llevaba las mejores figuras de la copla, y el cante –perteneciente a las bodas gitanas- con el que llenaba teatros y plazas de toros, con una voz y un falsete que se prolongaba hasta límites insospechados.
EL PESCADOR DE COPLAS
Su primera película fue “El pescador de coplas” con Marujita Díaz, en la que cantaba “Adiós a España”, rodada en Sanlucar de Barrameda, en la provincia de Cádiz. Acto seguido, Antonio rueda una cabalgata de cintas: “El cristo de los faroles”, “Esa voz es una mina”, “La hija de Juan Simón”, “Malagueña”, “Café de chinitas” y “Puente de coplas”, entre otras. Fue creador de un estilo propio de cantar copla, basándolo sobre todo en la melodía de su voz cristalina y el portentoso aguante de pecho, que rozaba el minuto en algunas ocasiones. Dejó grandes versiones de canciones para los anales de la historia de la música española: “La estudiantina”, “Una paloma blanca”, “María de los Remedios”, “Soy minero”, “El agua del avellano”, “La hija de Juan Simón”, “El cristo de los faroles”, “Malagueña”, “Yo quiero ser matador”, y una larga lista de títulos que han sido evocados por muchos otros cantantes. Se mantuvo en la cima hasta finales de los sesenta, siempre con su show al frente de multitudes, pero su voz sucumbió castigada por tantos excesos de mala vida, y por la entrega que hacía en todas sus actuaciones ante el público de España y América. Actuó repetidas veces en Argentina y Uruguay. Muchos lo recordarán en aquellas tertulias por Mariskonea, el famoso restaurante de Punta del Este, por la década del cincuenta, donde el intérprete hacía gala de su repertorio en las noches de la península.
AMIGO DE LOS AMIGOS
Molina, además de un gran artista, fue un gran padre de familia numerosa, teniendo casi todos sus hijos artistas. Fue también excelente persona, amigo de sus amigos. Cuentan que en su casa de Madrid, siempre estaba la mesa puesta y la cocina funcionando, para las amistades que pasaran por allí como si fuese una fonda. En la mañana de aquel 18 de marzo de 1992 –hace 21 años- se fue Antonio Molina, dejándonos el legado incomparable de sus canciones y sus filmes, donde aparecía con su sonrisa a flor de labios y su tan distinguida voz, que nunca se podrá igualar. Fue la imagen viva de un triunfador. Más allá de la nostalgia.
alberti.blogspot.com
La copla es una forma poética que sirve para la letra de canciones populares. Surgió en España en el siglo XVIII, donde sigue siendo moda, y desde hace muchísimos años también se difunde por América. Su nombre proviene de la voz latina copula, “lazo”, “unión”. Y aunque este estilo es propio de autores y solistas populares: Rocío Jurado, Macarena Del Río, Sara Montiel, Rosa Morena, Carmen Sevilla, Isabel Pantoja, Manolo Escobar, Imperio Argentina, Nati Mistral, García De Triana, entre muchos más, no ha sido despreciado por plumas cultas como Rafael Alberti, Federico García Lorca y Antonio Machado. El tema lo fueron tomando de una canción, un suceso local o un romance escuchado –por ejemplo- en una taberna, y otras era el pueblo que hacía suya la composición sin saber que tenía compositor. Los libretos del género ahondan en las pasiones humanas, generalmente con carácter narrativo. Las letras de la copla despliegan historias de sentimientos desbordados, en los que los personajes se ven superados por unas pasiones que no pueden ni quieren controlar. Vocalmente, se hace uso del acento andaluz, aunque no siempre es así; requiere de intérpretes con gran control de la proyección del aire para lograr una voz potente con dominio del vibrato, siendo éstas dos sus principales facetas. Así, la copla fue creciendo y fue siendo adoptada por cantantes que les llegó como anillo al dedo. Entre ellos, se ubicó Antonio Molina, una figura que se hizo enorme en el lineamiento, revitalizándolo, destacándose por tener un arte especial para vivirlo.
ANTONIO, EL MENOR DE
CUATRO HERMANOS
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Antonio Molina Hoces nació en Málaga, el 9 de marzo de 1928. Fue el menor de cuatro hermanos de una familia muy humilde.
más tarde de ayudante de camarero- para contribuir a la pésima economía que existía en la casa. Deseando salir de ese ambiente de pobreza, se escapó de su hogar en más de una ocasión, hasta que viajó a Madrid en busca de trabajo. Ya en la capital, a la que había llegado ayudado por una mujer que le doblaba la edad y que se había encaprichado del chico, efectuó tareas de tapicero y, más tarde, de camarero, hasta que decidió incorporarse voluntariamente al servicio militar cuando contaba con sus jóvenes dieciocho años. Al muchacho le gustaban entonar diferentes canciones andaluzas de aquel entonces, y de buenas a primeras se dio a conocer en un concurso para aficionados que convocaba Radio España. Increíblemente obtuvo el primer premio y le surgió su primer contrato para un disco, por el cual le abonaron la cantidad de cien pesetas. Entre los temas que registró estaban “El macetero” y “El agua del avellano”, que al toque se fueron escuchando entre el gran público, y le abrieron las puertas del éxito de par en par. En 1952, con 24 años, montó su propio espectáculo “Así es mi cante”, en el que llevaba las mejores figuras de la copla, y el cante –perteneciente a las bodas gitanas- con el que llenaba teatros y plazas de toros, con una voz y un falsete que se prolongaba hasta límites insospechados.
EL PESCADOR DE COPLAS
Su primera película fue “El pescador de coplas” con Marujita Díaz, en la que cantaba “Adiós a España”, rodada en Sanlucar de Barrameda, en la provincia de Cádiz. Acto seguido, Antonio rueda una cabalgata de cintas: “El cristo de los faroles”, “Esa voz es una mina”, “La hija de Juan Simón”, “Malagueña”, “Café de chinitas” y “Puente de coplas”, entre otras. Fue creador de un estilo propio de cantar copla, basándolo sobre todo en la melodía de su voz cristalina y el portentoso aguante de pecho, que rozaba el minuto en algunas ocasiones. Dejó grandes versiones de canciones para los anales de la historia de la música española: “La estudiantina”, “Una paloma blanca”, “María de los Remedios”, “Soy minero”, “El agua del avellano”, “La hija de Juan Simón”, “El cristo de los faroles”, “Malagueña”, “Yo quiero ser matador”, y una larga lista de títulos que han sido evocados por muchos otros cantantes. Se mantuvo en la cima hasta finales de los sesenta, siempre con su show al frente de multitudes, pero su voz sucumbió castigada por tantos excesos de mala vida, y por la entrega que hacía en todas sus actuaciones ante el público de España y América. Actuó repetidas veces en Argentina y Uruguay. Muchos lo recordarán en aquellas tertulias por Mariskonea, el famoso restaurante de Punta del Este, por la década del cincuenta, donde el intérprete hacía gala de su repertorio en las noches de la península.
AMIGO DE LOS AMIGOS
Molina, además de un gran artista, fue un gran padre de familia numerosa, teniendo casi todos sus hijos artistas. Fue también excelente persona, amigo de sus amigos. Cuentan que en su casa de Madrid, siempre estaba la mesa puesta y la cocina funcionando, para las amistades que pasaran por allí como si fuese una fonda. En la mañana de aquel 18 de marzo de 1992 –hace 21 años- se fue Antonio Molina, dejándonos el legado incomparable de sus canciones y sus filmes, donde aparecía con su sonrisa a flor de labios y su tan distinguida voz, que nunca se podrá igualar. Fue la imagen viva de un triunfador. Más allá de la nostalgia.
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