Pasar una noche en el cementerio puede ilustrar muchas cosas, desde el valor de estar vivo a conocer la verdad de sus mitos y leyendas.
Las leyendas urbanas son parte del folclore de cada ciudad. Alimentadas por la sociedad que las componen, que a través de cuentos e historias nunca comprobables, conforman parte de ese acervo cultural propio de un lugar y sin lugar a dudas hacen a la idiosincracia de los lugareños. En ese sentido, Salto encierra en su siglo y pico largo de edad, una serie de interminable de hechos sobrenaturales y otros no tanto que cuentan un lado interesante y poco conocido de su historia.
Se trata de epopeyas místicas y narraciones fantásticas que todos alguna vez sentimos nombrar. La llorona, las almas en pena, los gritos del silencio, se levantan como sombras ocultas detrás de nuestras vidas cotidianas, las que sabiendo que sí existen, preferimos evitarlas para no entrar en un mundo desconocido, del que nada queremos saber pero que mucho nos intriga.
El Cementerio Central de nuestra ciudad, con una rica historia cultural a cuestas, invita a hurgar en sus más íntimos secretos. Para conocerlos mejor, EL PUEBLO hizo una recorrida en la húmeda madrugada del pasado martes, donde una leve neblina ganó rápidamente el denso espacio sobre el arroyo Ceibal e inundó de un momento a otro el campo santo, como marcando el camino entre panteones y nichos, los que en ese momento a oscuras guardaban celosamente el recuerdo de aquellos que hoy dejaron este mundo.
Para esto fue necesario contar con la experiencia y los relatos de alguien que sabe mucho y más de lo necesario de ese lugar. Un funcionario que hace ocho años cumple la misma tarea, custodiar durante la noche el Cementerio, cuando el lugar queda en soledad y se vuelve imprescindible estar presente, observando todo lo que pasa.
¿Qué pasa en el Cementerio Central cuando cae la noche? ¿Qué historias encierra ese lugar especial? ¿Cuáles son los mitos que se esconden detrás de ese tenebroso escenario que se erige en el medio de la ciudad? Esto y más, en el siguiente informe de EL PUEBLO.
«En ocho años he visto de todo, y esto te cambia la forma de pensar, de creer y respetar», dijo el sereno
Dos de la mañana del miércoles. La calle estaba desierta, el cielo estrellado y la noche estaba templada. A lo lejos se escuchaba el ladrido de algunos perros callejeros, y desde el Zoológico el sonido que emiten algunos animales por momentos se hacía sentir con mayor fuerza. El viento empezaba a soplar con más fuerza y hacía mover con rudeza la copa de los árboles. El escenario estaba preparado. Entre la tensa tranquilidad de la noche, llegamos al Cementerio Central.
Nos estaban esperando. En la puerta que da hacia la calle Treinta y Tres, sentado en la oscuridad estaba el sereno del lugar. Lo delataba el cigarrillo que estaba fumando, que apenas se distinguía a lo lejos. Con el uniforme desprendido y remangado, dos paquetes de cigarrillos en el bolsillo de la camisa azul y con el pelo largo recogido con un colero, Álvaro Roque Anchorena funcionario con 20 años de carrera en el municipio, hace ocho que cumple la misma tarea, custodiar el Cementerio más grande de Salto por las noches. Cuando nadie lo hace, en el momento en que todos le pasan por el costado y pelean porque ese lugar no sea su destino, él está allí, como siempre, viendo pasar las horas, y como él mismo dice cuidando un lugar “en el que nosotros, los vivos, somos los intrusos”.
Y ante la mirada de cuestionamiento por éstos dichos, replica él solo: “es que éste lugar es de ellos, no es nuestro, no es nuestro tiempo todavía, pero por esas cosas de la vida, se hace necesario que estemos acá, cuidándolos a ellos que en realidad están mejor que nosotros”.
NO ES FÁCIL
Luego de cerrar con llaves el portón de ingreso por la calle Treinta y Tres emprendimos la recorrida entre la oscuridad de la noche. A sabiendas de que nos podíamos encontrar con cualquier cosa. No tanto por hallar algo sobrenatural, sino porque Álvaro Anchorena nos advirtió que “acá entra mucha gente a robar de noche, yo mantuve dos enfrentamientos ya en los que me fue mal. Porque el ladrón que entra a robar a un cementerio, tiene que estar mal de la cabeza y uno está jugado, porque no puede manejar armas y encima está solo, pero ahora somos dos”, bromeaba mientras empalidecí por un segundo, o dos.
Si bien hay algunas cosas que se contradicen en el transcurso de la nota, el pensamiento de nuestro entrevistado es el mismo. Dimos un paseo por la parte baja del cementerio, la que está contra el arroyo, caminamos entre medio de los panteones por las húmedas y solitarias callejuelas que se conforman alrededor de la hilera de nichos y construcciones que albergan el reposo eterno de los cuerpos que allí descansan. Luego subimos hacia donde se encuentra el panteón de la Asociación Española, y bajamos descansando en la conocida “cruz mayor”, la que estaba repleta de flores (de plástico puesto que por cuestiones de higiene no se permiten las naturales) en ofrenda a los muertos. De allí, bajamos hacia el puente Sarandí, donde el cementerio queda totalmente inofensivo por las noches, puesto que ese lugar está abierto. Por allí además, ingresa un camión a recoger los ataúdes que son sacados luego de la exhumación de cuerpos.
Alvaro, mantuvo siempre la mirada firme y el temple sereno. Casi como que se divertía con mi impaciencia porque esa noche, nada nos sorprenda.
Solo nuestros pasos y susurros se escucharon mientras caminábamos a paso lento. Para él era rutina. Para mí, toda una experiencia.
-¿Hace cuántos años que trabajas como sereno del cementerio?
–Hace ocho años.
-Y en ocho años has visto de todo…
–De todo…he visto muchas cosas acá.
-¿Eso te ha afectado tu forma de ver la vida?
-Sí, pero siempre tuve las mismas ideas. Antes de venir acá yo era un tipo que no creía en nada. Pero después aprendí a respetar y a creer las cosas porque acá ves de todo. Pero el tema es que si uno sale y le cuenta cosas a la gente, lo primero que te dicen es que estás loco, o que estás mintiendo.
-Nunca te van a dar crédito por lo que has experimentado…
–No nunca. Pero la prueba está que a todo al que han mandado acá de sereno, a todos les pasa algo. Yo ya me acostumbré a trabajar acá, pero ando tranquilo. Tengo temor, como el que puede tener todo el mundo, pero el tema es que a la fuerza te adaptas, porque uno tiene que trabajar y estar acá. Yo he tenido muchas experiencias, como ver imágenes, escuchar sonidos, yo que sé, de todo.
-¿Has reflexionado sobre esas cosas que decís que te han pasado? ¿Cómo te ha impactado esto en el seno de la vida familiar?
–Sí claro, cuando recién empezás te cuesta mucho, pero con el paso del tiempo te das cuenta que esto es tu trabajo y lo ves como una obligación. Entonces tenés que aprender de las cosas que puedan llegar a sucederte. Te cambia como persona, eso seguro. Yo ando en el medio del cementerio, como lo estamos haciendo ahora y lo hago seguro, porque sé que lo que uno puede ver acá no te hace daño, sí te hacen mal los vivos que entran acá. Esto te lleva a aprender y a respetar muchas cosas. A creer cosas que antes uno no creía, que uno ponía en dudas.
-¿Has Hablado de estas cosas con tus hijos?
-Sí, aunque trato de no tocarles el tema.
-¿Por qué?
–Porque yo ya tengo muchos años, más de cincuenta y lo que he visto lo tengo muy presente y lo he aceptado de esta manera. Pero si les digo algo a ellos, solo les voy a generar miedo y no tiene sentido.
La gente que entra a robar, a profanar tumbas y los curanderos que van a hacer sus ofrendas
Anchorena ha tenido que enfrentarse muchas veces a los “vivos”, tal como se refiere él a las personas que ingresan al lugar y que los distingue en: gente que entra a robar, a profanar tumbas y “curanderos” que concurren en la noche para hacer sus ofrendas.
En ese sentido, afirmó que ha tenido encuentros con delincuentes que han sido peligrosos y en los que alguna vez ha terminado con golpizas a cuestas, las que ha recibido en un par de ocasiones al enfrentárseles.
-¿Entra mucha gente acá?
-Entra gente a robar, a profanar tumbas, curanderos a hacer macumbas.
-¿Y cómo te manejás con eso?
–Mirá, con el ladrón es una persona con la que te topás y no sabes la reacción que va a tener. Entonces lo tratás de espantar de lejos y no arrimarte, porque el que entra acá entra jugado. (Caminamos hasta la cruz mayor, donde paré para tratar de tomarle una foto, mientras Anchorena me decía, ‘mirá que a veces está cargada’. Cargada de qué, le repliqué por gusto. Encogió los hombros y no me dijo nada).
Y seguimos: “a los curanderos me les arrimo, algunos comprenden y salen, otros te enfrentan, te amenazan y te maldicen. Es una cosa que tenés que estar”.
Historias de aquellas
En una noche como esa no faltaron las historias que ilustren como es vivir entre las tumbas después que se oculte el sol. Álvaro Anchorena es un hombre que tiene un sinfín de este tipo de anécdotas y las cuenta sin tapujos.
“Hay un hecho que se repite siempre, cada vez que entierran un niño, esa noche se juntan muchas palomas y dan vueltas toda la noche alrededor del nicho donde está enterrada la criatura. Es como que sintieran la energía de ese pequeño que se muere. Es algo que siempre es así. Después se van y desaparecen por tres o cuatro días”.
La clásica historia de la “llorona” es otra de las historias que están siempre presentes en estos casos. “Los martes o los viernes en la madrugada, en los alrededores del panteón de La Sociedad Española, se escucha el llanto de una mujer. Y se escucha fuerte, uno se acerca al lugar y no ve nada, pero se siente fuerte y claro. No es algo que lo escuché solo yo. Es la “llorona”, la que se le conoce así porque su llanto se hace sentir. A mí me puso la piel de gallina más de una vez. Ahora ya no, pero tampoco es siempre, ni todas las semanas. Hay veces que no se la escucha”.
Aunque Anchorena también conoce historias similares y una vez, cuando los vecinos se alertaron por escuchar el llanto de un niño muy fuerte en las inmediaciones del puente Treinta y Tres, lo que motivó un operativo policial en busca del pequeño, él le advirtió a la policía que dejaran de buscar, porque “nunca iban a encontrar nada. Ha pasado muchas veces que se escucha el llanto de un niño, que viene desde el interior del cementerio. La primera vez que lo escuché, pensé que era adrede, que algún delincuente de esos que se meten a asustarte de noche para poder robar tranquilos, me la estaba haciendo. Pero no, descubrí que no solo se escucha llorar a una mujer. Sino también a un niño”, contó.
Por eso “cuando la Policía montó un operativo buscando a un presunto niño que lloraba porque lo habrían abandonado abajo del puente y no encontraban nada pero los vecinos del cementerio aseguraban que escuchaban el llanto, yo les advertí lo que podía estar pasando y ellos dejaron las cosas como están. Nunca apareció un niño abandonado ni muerto en el lugar”, comentó el funcionario.
Pero también vienen los “vivos”. Anchorena ha tenido que consolar a familiares de personas fallecidas que no encuentran respuesta a la pérdida sufrida.
“Una vez, cerca de la medianoche, estaba haciendo la recorrida con otro sereno que tenía como compañero y en un momento determinado me dijo: ‘mirá, allá hay una mujer’. Ah, no jodas, le dije. Y él me aseguraba que sí, que había una mujer hincada en el suelo llorando. Entonces voltee y la ví. Me arrimé y le hablé, era una señora del barrio Salto Nuevo que había perdido a su esposo ese día y se había quedado llorando desde la hora del sepelio en el lugar. Le hablamos con mi compañero y la acompañamos. Estaba desecha, son cosas muy fuertes que te tocan muy hondo”, contó.
NO HAY ATENCIÓN PSICOLÓGICA, NI ELEMENTOS DE SEGURIDAD
Entre un sinfín de historias sobrenaturales y de las otras, nos encontramos con una realidad tangible. Los funcionarios que trabajan de serenos en ese lugar, están totalmente desprotegidos. No cuentan con elementos de seguridad, tales como guantes o mascarillas. “Hay momentos en que el olor se hace inaguantable, ha habido situaciones sobre todo en verano, donde se hace muy difícil trabajar por las condiciones del lugar, porque por más que lo limpien siempre va a haber algo”.
Pero tampoco cuentan con elementos de seguridad tales como un arma, o algo similar que acompañe el cuidado de la integridad física de estos funcionarios. “No podemos portar armas, pero yo me enfrento a los delincuentes todos los días. No tengo teléfono, solo mi celular, y ya me ligué dos palizas estando acá. Pero bueno, para mis jefes son cosas del trabajo, pero es bravo estar acá”.
Por otra parte, los serenos que cumplen tareas en este lugar tan especial no reciben atención psicológica por parte de la Intendencia, algo que debería ser considerado sustancialmente a la hora de medir las condiciones laborales. Dos horas después me fui del lugar, y Anchorena, siguió su rutina, y se quedó sentado en el mismo lugar que lo encontré, a la sombra de la noche, escuchando los sonidos del silencio, y delatado por el tenue humo de un cigarrillo. Esa es su verdadera historia.
EL CEMENTERIO
En el departamento de Salto hay unos 25 cementerios conocidos, entre la ciudad y el interior. El Cementerio Central, está catalogado como uno de los de mayor valor patrimonial y cultural por sus obras arquitectónicas, las que están mayormente conformadas en su casco viejo por trabajos en mármol y bronce fino, materiales de los cuales muchos de ellos han sido traídos desde la región de Carrara, Italia, para la construcción de panteones y tumbas.
Su construcción principal data de 1870 aproximadamente y se estima que en el mismo hubo más de 15 mil entierros. Allí pueden encontrarse desde la tumba del General Lucas Píriz, caído junto a Leandro Gómez en la defensa de Paysandú en 1865, hasta las construcciones más modernas que se han registrado en los últimos meses.
Allí guardan un gran valor patrimonial panteones con gran simbología masónica, así como también priman las obras cristianas, muchas muy antiguas y que responden a las familias fundadoras de Salto. Fue declarado Monumento Histórico Nacional.
En la entrada, reza una leyenda del poeta uruguayo y autor del Himno Nacional, Francisco Acuña de Figueroa, que magníficamente refleja la muerte en éstas palabras: “Tú que ciego en el placer, cierras del alma los ojos, contempla en estos despojos, lo que eres, lo que has de ser. Ven a este sitio a aprender del hombre la duración, que en esta triste mansión, de desengaño y consejo, cada sepulcro es espejo, cada epitafio lección”.