Delirio impostor»: primera novela del salteño Fernando Villar
Conocido salteño, principalmente por su participación en el ambiente teatral, Fernando Villar también escribe y es así que en estos días ha sido publicada su primera novela, de nombre «Delirio impostor».
Epílogo: Lili despierta una mañana en una habitación que no reconoce, en una cama extraña y junto a alguien que en principio no sabe quién es. Este es el comienzo de una odisea en su mente cuando advierte que todo aquello que ven sus ojos parece ser parte de un gran engaño, un complot sórdido contra ella y cuyo objetivo no es del todo claro. Después de intentar escapar infructuosamente elabora un segundo plan que le permitirá escapar de la casa y de las garras de quien finge ser su esposo, buscando refugiarse en la antigua casa de su niñez descubrirá después de dos trágicos hechos la verdad de lo que sucede realmente.

El autor: Ex miembro de la Asociación de Escritores Salteños, Fernando Villar ha participado en varios concursos nacionales de cuentos cortos y poesía. Fotógrafo y apasionado por las artes, es también actor del grupo Le Varieté de Salto y actualmente se desempeña como tallerista de teatro. «Delirio impostor» es la primera novela de ficción de su autoría y es parte de su exploración personal buscando un estilo que lo defina en un futuro como escritor.
Lanzamiento: «El lanzamiento del formato virtual está pensado para el 23 de enero en mi tienda virtual en la plataforma PAYHIP donde lo podrán comprar durante dos días con una oferta especial de prelanzamiento hasta el 25 de enero. La idea es que el público vea mi trabajo y pueda conocerlo primero en formato virtual y que sea accesible desde cualquier dispositivo inteligente; para posteriormente lanzarlo en formato papel que sin dudas es más costoso y no llega en una primera edición a todas las librerías del país», dice Villar.
(Cuento de Alfredo Pereira – colaboración del autor para esta página)
LA MARQUESA
Era una hermosa y cálida noche en la ciudad de Valencia, corría el año 2018 y el famoso café de Las Horas, resplandeciente en su estilo barroco, no estaba muy concurrido a pesar de que eran casi las diez de la noche. Yo me entretenía leyendo el último trabajo de mi colega Ramón Cajales, cuando de la nada se presentó una joven de muy buena presencia que me miró y me dijo: -Disculpe señor, pero no sé si le informaron que esta mesa está reservada- en un tono muy amable.
-Disculpe señorita; no me han dicho nada -contesté.
La dama en cuestión era delgada, con una mirada angelical que emanaba de unos ojos de color cielo que perturbaban buenamente. Su rostro denotaba que era una joven de estilo, y su cabello rubio oro levemente rizado le daba el marco ideal para ser una belleza única. Llamaba un poco la atención su elegante vestido de organza finamente bordado con delicadas flores, largo hasta el borde de sus zapatos. Parecía de otra época pero no me extrañó porque la juventud de hoy viste de diferentes formas.
-Sí, estaba reservada por un caballero para citarnos aquí, como todos los jueves a esta hora -sentenció la joven.
-Disculpe, realmente no estaba informado, pero si usted no lo toma a mal la invito a un café mientras su cita aparece- propuse.
-Bueno, le acepto la invitación, espero no incomodarle -dijo con una sonrisa por primera vez.
Me dijo que se llamaba Juana y me contó de cómo estaba de lindo el rosedal del parque de sus padres, de lo pícaras que eran las hermanas menores, de la marcha de sus estudios de piano y las clases de bordado, en ese momento fue que noté que tenía una rosa roja en su mano derecha. La conversación continuó en un tono amable, realmente era una joven encantadora, le conté que yo era un escritor que estaba haciendo lo posible por salir adelante, y que lo estaba consiguiendo en base a un gran esfuerzo.
El tiempo pasó y era casi la una de la mañana, el bar cerraba a las dos, estábamos tan inmersos en la charla que no había reparado que su vestido blanco inmaculado tenía una mancha de sangre. Caballerosamente se lo hice notar y la noté confundida, pensé que era por la tardanza de su pareja. Intenté tranquilizarla y me dirigí al mostrador del bar, donde un mozo somnoliento me preguntó en que me podía servir. Con la amabilidad que me caracteriza, le pedí que me facilitara un paño o algo que sirviera para tratar de limpiarle la mancha de sangre del vestido a mi ocasional compañera. El joven me miró extrañado y me dijo: -Pero usted está solo, y hace rato que lo veo hablar animosamente, pensé que leía alguno de sus poemas. Doblemente extrañado me di vuelta y entonces vi que mi mesa estaba vacía y que sobre la misma solamente había una rosa y…una gota de sangre. Días después comentando el hecho con mi amigo y compañero de tertulias, éste soltó la carcajada y me dice: -Has tenido el honor de conversar con la marquesa de San Vicente del Barco!
La Marquesa, me contó, había sido asesinada por su marido el Marqués de San Vicente del Barco. Juana Nepomucena Fernández de la Caridad, así era como se llamaba la joven Marquesa, había sido encontrada por su marido, en el lecho matrimonial con Juan Acosta. Un joven que conoció en la plaza de la Virgen cuando concurría con sus amigas a la misa de los domingos, el amor a pesar de las circunstancias los empujó a una relación que no conoció límites. El Marqués no dudo en lavar su honor y cegado por sentirse engañado, no dudó en dispararles a su infiel esposa y a su amante dándoles muerte en el mismo lugar. Desde entonces, todos los jueves desde 1822, la joven concurre al bar Las Horas y espera a su amante, que nunca aparece y algunos privilegiados, como yo en este caso, tiene la dicha de conversar con ella.
Alfredo Pereira
(Junio/2020)