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domingo, 6 de julio de 2025
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Dijo que el célebre «Jorge Luis Borges se resistió a leer al uruguayo Onetti»

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Con Beatriz Sarlo.

Como en las obras de Ignacio Iturria, los muebles adquieren una proporción exagerada aquí. La mesa cubierta de libros a la que Beatriz Sarlo se sienta subraya su cuerpo menudo. Hace cincuenta años Beatriz era una chica de los 60 y de la izquierda que, ajena al recoleto mundo borgeano, eligió una cátedra que no era la de Jorge Luis Borges para estudiar literatura inglesa. Ahora estamos frente a la reedición de su libro Borges, un escritor en las orillas (Siglo XXI). Contiene la edición en español de cuatro conferencias que la crítica y ensayista argentina dio en 1992 en el Centre for Latinamerican Studies de Cambridge. Sarlo intenta reponer ante un auditorio universalista las particularidades rioplatenses de Borges. Repasando aquel viaje a Cambridge en su estudio del centro de Buenos Aires, Sarlo recordará haber vivido entonces una «experiencia inesperada».
Huyendo del criollismo.
—El libro tiene un toque borgeano. Las conferencias fueron hechas en inglés para resaltar el carácter rioplatense de Borges…
—Cuando me invitan a Cambridge me pareció lógico hablar sobre Borges que además en Inglaterra está enteramente traducido. Luego me doy cuenta de que mi diálogo con Cambridge es sobre el Borges de los espejos, los dobles, los laberintos y demás, y nunca de este otro que fue tan importante para nosotros y para él mismo. El Borges criollista allá no está, no existe. Sería entonces la versión que una crítica argentina tenía de Borges. De ahí que esas conferencias tengan esa paradoja: dichas y publicadas en inglés para hablar del lado criollo de Borges. Él era muy conocido en Cambridge porque había hecho una visita legendaria. Hay una escena memorable, típicamente borgeana, de esa visita.
—Por favor…
—Para comer a la noche con los profesores vos tenés que ponerte toga. Nosotros no tenemos toga y por eso en los college hay armarios con togas que uno puede usar y luego devolver. La cosa es que a Borges le dieron un Honoris Causa de gran celebración con toga. Cuando terminaron alguien le dijo «Borges, llevo la toga al armario», y Borges responde «No, me la voy a quedar». Esa persona era Stephen Boldy (autor de un libro sobre Cortázar) y le responde, «Pero Borges, ¿para qué quiere la toga?» Y Borges dice «Para empeñarla». Típico de él, jugando con el absurdo.
—La universalización de Borges desdibujó su identidad rioplatense. ¿Borges era consciente de eso?
—Borges hace una primera gran operación de instalación en la literatura argentina con su década criollista o porteña. Esa instalación es necesaria porque es su forma de separarse de Leopoldo Lugones: cómo romper con el modernismo, sin hacer una poesía sencillista. Es la poesía que conocemos en los libros Fervor de Buenos Aires, Luna de enfrente y Cuaderno San Martín. Después viene Historia Universal de la Infamia y ahí incluye un texto que no pertenece al mismo sistema de los otros y que es «Hombre de la esquina rosada». El impacto de ese cuento, que es un texto típicamente criollista, es una señal para Borges. Es allí cuando empieza la escritura de sus grandes libros de cuentos: El Aleph y El jardín de los senderos que se bifurcan. El Borges clásico…
—¿For export?
—De ningún modo. Una vez que él ha dominado la prosa del castellano rioplatense, que es la que él usa para escribir, y que la traslada a esos grandes cuentos, él pasa a otra dimensión de su literatura. Esos cuentos se van publicando en la revista Sur y es lo que va a constituir el Borges clásico que está terminado ya en los años 50.
—¿Esa universalización fue entonces una operación suya antes que de los demás?
—Si uno se guía por algunas declaraciones de Borges —siempre es peligroso guiarse por sus declaraciones— uno diría que él evita reforzar la idea del Borges criollista sin separarse nunca del todo, ya que después vuelve a eso. Ser fijado como criollista le produce un cierto malestar.
Desconocer a Onetti.
—¿En qué otros artistas rioplatenses se puede verificar este proceso de universalización?
—En Onetti. Un escritor que Borges se resistió a leer o a confesar al menos que había leído. El que hace una universalización de una materia ficcional rioplatense es Onetti. Recuerdo una entrevista en Marcha, sería en los 60, y a Borges le preguntan por Onetti. Dice desconocerlo, no solo como escritor sino como persona. Lo que marca que no ha sido un escritor hospitalario con sus contemporáneos, en absoluto. Onetti convierte algo que pareciera ser regional en gran literatura. Es un escritor regional no regionalista que nunca tuvo centralidad en el boom latinoamericano, aún publicando libros antes y durante el apogeo. Se trata de una literatura que defrauda las expectativas europeas y norteamericanas. Las del gran público, pero también las expectativas de la Academia que busca esas marcas borgeanas en los escritores latinoamericanos.
—En el libro usted dice: «No hay escritor más argentino que Borges». ¿«Argentino» está por rioplatense?
—Yo creo que es un escritor argentino absoluto del Río de la Plata que no tiene nada que ver con la zona andina. Héctor Tizón, por ejemplo, no decía que era un escritor argentino sino altoperuano. Y es así: el castellano de Tizón no tiene nada que ver con el del Río de la Plata. Borges es un escritor del Río de la Plata completo: no en vano, varios de sus cuentos transcurren en el Uruguay. El tiene sus primos uruguayos que va mencionando, las visitas que les hace…
—¿Qué lugar tiene Montevideo en su imaginería?
—Yo diría que no tiene. Más bien se refiere a ciudades chicas como Salto o parajes rurales que él ha visitado de más joven. En un nivel bien profundo lo que digo cuando lo llamo «escritor rioplatense» es que se expresa en un español del Río de la Plata. Cierto tipo de respiración, sintaxis literaria y una fonética propia de una zona integrada por las dos capitales y la provincia de Buenos Aires, que es básicamente la misma.

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