Un domingo de hace casi dos años, EL PUEBLO presentaba a sus lectores un informe que incluía información y varias opiniones sobre el tan mentado «lenguaje inclusivo». En ese momento, nuestro aporte personal apuntaba a que se trataba de un tema menor, que como otras tantas otras cosas de pronto se ponen de moda, o lo intentan, y con la misma prontitud se olvidan y desaparecen. Es más, decíamos que no ameritaba demasiada atención por ser algo de no mucha trascendencia, un tema, reiteramos, de esos que se pone en el tapete en un momento dado pero que rápidamente pasa, algo así como un globo que unos pocos habían inflado y que se iría desinflando, y poco a poco caería por el propio peso de lo absurdo –y a veces hasta ridículo- que es.
En parte seguimos pensando lo mismo, aunque reconocemos que el tema no se desinfló tan pronto como suponíamos. Lo confirmamos cuando días pasados nos enteramos que el Intendente de Montevideo, Christian Di Candia, dispuso en forma obligatoria el uso del lenguaje inclusivo en la Intendencia, y estableció cursos online para los funcionarios. El edil Diego Rodríguez Salomón pidió explicaciones y recibió esta respuesta: «Por resolución (…) se declara preceptivo el uso del lenguaje inclusivo en todos los actos administrativos y comunicación institucional de la Intendencia de Montevideo. Por su parte, la resolución 1257/16, que aprueba las propuestas del Departamento de Gestión Humana y Recursos Materiales, en el marco del 3er. Plan de Igualdad de Género para avanzar en derechos sin discriminaciones, establece la incorporación del lenguaje inclusivo en diferentes ámbitos de la comunicación institucional, así como en los cursos y materiales de apoyo».
Permítasenos sorprendernos. En primer lugar ante el autoritarismo, a secas, y en segundo lugar, ante el autoritarismo para imponer la distorsión y el mal uso del idioma. Lamentable.
En fin, de lo que seguimos convencidos –como también lo decíamos hace unos dos años- es de que no debe permitirse que este tema eclipse otros, que nos distraiga de otros asuntos verdaderamente importantes en la educación y en la sociedad en general.
Sobre el argumento de que el lenguaje es algo cambiante y que por lo tanto es natural que lo transformemos, estamos totalmente de acuerdo, claro que la lengua es un organismo vivo: nace, se desarrolla y hasta puede morir (por eso hay lenguas muertas). Pensemos en obras literarias en español antiguo, hay un romance medieval que habla de «la calor» y Lazarillo de Tormes dice «la puente», porque «calor» y «puente» eran antiguamente sustantivos de género femenino y después cambiaron, ahí tenemos apenas un par de ejemplos de cambio de los miles que podríamos citar. Pero hay que entender que son fenómenos que se dan dentro de un proceso, no es cuestión de unos días como algunos parece que creen. Y menos es cuestión de una resolución autoritaria de alguna autoridad.
Debemos confesar que en ámbitos como escuelas y liceos no percibimos que este lenguaje haya «prendido». A lo sumo se escucha que algún niño o adolescente hace referencia al tema pero en broma, justamente para reírse, porque ya lo están asumiendo como algo poco serio, algo pasajero que no da más que para reírse. A propósito, los adolescentes y jóvenes siempre han intentado distinguirse de los mayores, eso no es de ahora, siempre han querido diferenciarse por escuchar una música en especial, por determinada forma de vestirse, etc., y también por un particular uso del lenguaje, pero a medida que crecen se les pasa… De ahí, a que llegue a instalarse como algo firme, de ninguna manera.
Claro está, y se lo ha dicho hasta el cansancio, que ni la Real Academia Española ni la Academia Nacional de Letras aceptan esta forma de expresión. Lo han manifestado en más de una oportunidad con argumentos y explicaciones muy contundentes, aunque siempre habrá quienes no quieran oírlas. Mucho se ha dicho por ejemplo sobre la aberración del permanente uso de expresiones como «todos y todas». Ese es uno de los puntos (todos y todas, uruguayos y uruguayas, ciudadanos y ciudadanas) que de alguna manera inició esta transformación de la que se habla hoy. Son expresiones que algunos utilizan creyendo que así incluyen a las mujeres. Es decir que, evidentemente, esto va unido a la lucha por reivindicar los derechos de la mujer, por hacerla más visible y por tanto más protagonista en la sociedad. Pero lo que hay que entender es que eso no es necesario, al contrario (es una innecesaria deformación del lenguaje), hay que entender que quien dice «todos» incluye a las mujeres, no hay nada más inclusivo que ese «todos». Cuando la maestra les habla a sus alumnos y les dice «todos ustedes…», no está dejando afuera a las mujeres, y si alguna alumna se siente discriminada, entonces el problema lo tiene ella, es ella la que en su cabeza divide, separa, discrimina; no la maestra, que está hablando correctamente, incluyéndola en su discurso con la expresión genérica que la lengua brinda y que es «todos».
Además, se trata indudablemente de un atentado contra el buen uso del idioma, un buen uso que pregona por ejemplo la economía del lenguaje, es decir, que los usuarios de la lengua sean precisos y contundente sin necesidad de tanto palabrerío que, en definitiva, hace un discurso denso, pesado, aburrido, lento. Y feo.
Llegar al extremo de decir «todes» por ejemplo, o «nosotres», o escribir «todxs» o «ellxs», es triste, absurdo, y hasta ridículo. Pero quizás lo más preocupante es que la realidad muestra que cada vez se habla y se escribe peor. Preocupa que de repente se aproveche esto de «lenguaje inclusivo» como escudo para tras él hacer las deformaciones que a cualquiera se le antoje y haya que aceptarlo. Y hasta quizás aparezca un Intendente queriendo imponerlo…
-Con esas deformaciones, ¿no se estará creando una jerga, es decir un sub-lenguaje que en vez de ser inclusivo sea exclusivo de unos pocos y deje afuera a la mayoría?-
Preocupa lo mal que hablan algunos políticos, sabiendo que los están escuchando miles de personas, o lo mal que hablan algunos comunicadores, preocupa que haya no solamente alumnos sino hasta maestros y profesores que no saben hablar y escribir correctamente, que no son capaces de redactar correctamente una carta, un informe; preocupa que haya docentes, algunos incluso formando a futuros docentes, que escriben con faltas de ortografía.
Pero este fenómeno que ahora con la resolución del Intendente montevideano vuelve a tomar relevancia, no es algo aislado. Hay que verlo en un contexto general que promueve un intento de refundación de tradiciones y otras cuestiones entre las que el idioma no escapa. Esto de pretender deformar groseramente el lenguaje es parte de algo mucho más amplio, que se asocia también a cantar el Himno Nacional con ritmo de murga, abandonar los actos en las plazas tradicionales donde están los monumentos por actos en plazoletas de barrio con un «Artigas móvil», con la idea que alguna vez se puso sobre la mesa –y felizmente ya se olvidó- de usar los escolares una túnica verde en vez de la blanca con moña azul… Todo tiene un límite; ojalá ese afán de refundación no nos lleve a lo incontrolable.
Finalmente, dejamos a los lectores con un par de textos, simplemente para reflexionar: 1- «Fui a una oficina a realizar un trámite, en el vidrio había un cartel que decía: «Todes les abuelites serán atendides pronte» (lenguaje inclusivo). No me gustó. Y comencé a hablar con lenguaje de señas, obvio, no me entendían. Llamaron a otra empleada, tampoco entendía nada. Saqué mi tablet y escribí en Braille. Menos. Hablé: -perdone señorita pero eso es inclusión. Poder entender lengua de señas, saber Braille, tener rampas para sillas de ruedas, alguien para ayudar a personas con muletas, bastones, y más… Mientras hablaba, otra empleada fue y sutilmente sacó el cartelito. Eso es inclusión. Perdón si muchos de ustedes no están de acuerdo, pero el idioma español es tan rico que no merece tanta payasada». 2- El mejor lenguaje inclusivo es que todo niño desayunE, almuercE, meriendE, cenE y estudiE. Y cuando sea grande que trabajE».
Contratapa por Jorge Pignataro