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«La muerte llama al Arzobispo»: Una novela de Willa Cather

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Escribe José Luis Guarino

«La muerte llama al Arzobispo» es la más importante novela de Willa Cather, escritora que, pese a su tardía difusión, ocupa  un lugar de avanzada en la narrativa norteamericana del siglo XX.
Willa Cather, nació en Winchester (Virginia) el 7 de diciembre de 1873. Estudió en la Universidad de Nebraska, región esta donde transcurre la acción de algunas de sus novelas.  Ejerció como periodista y profesora en Pittsburg, y en 1906 se instaló en Nueva York.
Desde su época de universitaria, escribió poemas y relatos. Fue, precisamente, una colección de poemas: «Crepúsculo de Abril», su primer libro publicado, en 1903.
Su obra narrativa, en general, se ajusta a tópicos parecidos, entre los que descuellan la colonización y la expansión urbanística. Se suceden así: «Los Colonos» (1913), «El canto de la alondra» (1915), «Mi tía Antonia» (1918), «Uno de nosotros» (1922), «Una mujer extraviada» (1923), «La muerte llama al Arzobispo» (1927), «Sombras en la roca» (1931), «Sapphira y la esclava joven» (1940).
La novela «Uno de nosotros» le mereció el Premio Pulitzer de ficción. Willa Cather murió en Nueva York el 24 de abril de 1947.
«La muerte llama al Arzobispo», está considerada como su mejor novela . Y constituye una especie de muestrario  tanto de su capacidad narrativa y descriptiva, como de sus registros sentimentales y de su arsenal de temas preferidos, entre los que vuelven una y otra vez la invasión de las urbes en territorios autóctonos, el lento, pero firme, progreso de los colonos  domesticando la fiereza de la naturaleza, la lucha de extranjeros y nativos, y los cambios inevitables que van experimentando las extensiones de frontera de Nuevo México, que pasa a formar parte de Estados Unidos a mitad del siglo XIX. Todo ello presentado en forma episódica, pero sirviendo de punto de unión, el tema religioso, relacionado con el heroico esfuerzo de dos religiosos  empeñados en restablecer las misiones católicas en ese escenario que ocupa  el lugar central de la novela. Allí coexisten una milenaria cultura autóctona, con sus costumbres, ritos, supersticiones; otra más nueva, de raíz hispánica, que entre otras novedades  de su civilización ha injertado con fuerza los valores de la religión católica; y aún una tercera, más reciente, proveniente de la anexión del territorio a Estados Unidos, en la que priman  aspectos relacionados con el Protestantismo.
La novela no está escrita en forma lineal, y el argumento no avanza  sucesivamente, sino por acumulación. Como una larga cadena formada por un sinnúmero  de eslabones.
Cather ha sabido tomar primero la materia bruta que le proporciona la historia, pues sin ser una novela histórica, «La muerte llama al Arzobispo» tiene personajes y sucesos perfectamente identificados en el acontecer humano. Luego los ha pulido convenientemente tallando rasgos sicológicos, vivencias, comportamientos, y los ha engarzado a través de uno o varios lazos comunes que le dan una ininterrumpida continuidad argumental, entre los que se destaca, como se ha dicho, el aspecto  religioso..
Esto, sin desfigurar la realidad, pero tampoco sobrenadando superficialmente en ella.
Es decir, a veces escudriñándola  hasta la crudeza, y otras, que suele ser lo más difícil, captando los matices que la elevan a los límites de la poesía.
Esa realidad histórica, transfigurada artísticamente, tiene entre sus elementos constitutivos el arisco panorama de Nuevo México, con sus extensas soledades, sus interminables distancias unidas por ásperas sendas, su particular geografía en donde conviven indios, mexicanos primitivos, yanquis, buscadores de oro, hacendados, formando una población variada, movida por diversos intereses. En ese panorama, la novela sigue a dos sacerdotes, Jean Marie Latour y  Joseph Vaillant, que a lomo de mula recorren el inmenso e inhóspito territorio, para reorganizar las misiones de la Iglesia Católica, llevadas adelante un tiempo atrás por los franciscanos, pero que en esos momentos, se hallaban abandonadas. En estos personajes, reviven literariamente los religiosos Jean Baptiste Lamy y Joseph Machebeuf, que fueron quienes en los hechos realizaron esa épica gesta evangelizadora, desde el caos inicial hasta la construcción de la Catedral, que coronaría sus trabajos y serviría de punto de unión de las comunidades ya organizadas, cuando Lamy ya era arzobispo.
Aparte de una impecable técnica narrativa, de la creación de caracteres y situaciones que hacen interesante la lectura, este encuadre en la situación de Nuevo México, resulta también una metáfora de la ardua lucha que en todo lugar y tiempo, enfrentan quienes abren camino al reino de los cielos en la tierra.
J.L.G.

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