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Más que una vía fluvial con su nombre, el legado de un italiano que aportó belleza a un Uruguay en crecimiento

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La arquitectura de Luigi Andreoni

El 25 de agosto de 1876, Montevideo amaneció sin una nube. No era un día cualquiera; era un día festivo en el que se conmemoraba la Declaratoria de la Independencia. En la pequeña ciudad de entonces se veían pocos habitantes en las calles, pues la mayoría había acudido a los festejos en la zona del Paso del Molino. Un joven de veintidós años con un escueto equipaje acababa de bajar del vapor que lo había traído desde su Italia natal. Era uno más de los tantos inmigrantes que llegaban a estas costas en busca de una nueva vida. Su único capital era su título universitario. Deambuló por las soleadas calles silenciosas y la primera impresión que recibió de la ciudad fue de tristeza y soledad. Sin embargo, aquí se afincó y pasó el resto de su vida.

Cincuenta años después así rememoraba el ingeniero Luigi Andreoni —creador de obras emblemáticas de Montevideo como el Hospital Italiano o la Estación Central General Artigas— su arribo al Uruguay, en una extensa entrevista que le realizara para el diario El Día el periodista Vicente Salaverry.

DISPUESTO A TODO

Giovanni Giuseppe Luigi Andreoni Negri nació en Vercelli el 7 de octubre de 1853. Su padre, Pietro, fue ingeniero y su madre, Eloisa Negri, provenía de una familia de profesionales por lo cual no es raro que el joven eligiera hacer una carrera universitaria. Fue a la escuela en su pueblo natal, y luego continuó sus estudios en Turín y en Nápoles, en la Escuela Real de Aplicación, donde se recibió de Ingeniero Civil en 1875 con brillantes calificaciones. Tomó la decisión de venirse a América, y parte del motivo estaba en la semblanza que dio de su padre en el citado reportaje: “…era conmigo exigente y autoritario. Yo con tal de tener libre albedrío me hubiera ido a Canadá o Calcuta lo mismo que a Uruguay…”.
Lo primero que hizo al llegar fue ir al consulado de Italia para autenticar y traducir su título universitario. Dándose cuenta del crecimiento urbano que estaba experimentando Montevideo, visualizó un nicho laboral como Agrimensor, para lo cual tuvo que rendir un examen ante un sorprendido tribunal que se deslumbró por su nivel académico. Ello le valió además de la patente de Agrimensor, la invitación para dar clases de matemáticas en la Escuela Naval.
Los comienzos sin duda fueron duros. En esos primeros años Luigi Andreoni hizo de todo: trabajó como agrimensor y como profesor, presentó un proyecto arquitectónico para construir un Palacio de Gobierno, recibió el encargo de proyectar la Iglesia de Florida (proyecto que efectivamente realizó pero que luego se construyó con variantes introducidas por otros técnicos) y el Cabildo Eclesiástico. En la década del ‘80 empezó a trabajar en el Ferrocarril Uruguayo del Este, explotó una calera en Pando, pidió la concesión de una línea tranviaria en Montevideo y aceptó el ofrecimiento de Melitón González para dirigir honorariamente las obras del Faro del Cabo Polonio en el este del Uruguay. Desde entonces comenzará su vínculo con Rocha y este hecho asociará su nombre fundamentalmente a una obra: el canal Andreoni. Pero para ello aún faltaban algunos años.
Andreoni estaba dispuesto a todo para ganarse la vida y para mantener a su familia. Se había casado el 2 de junio de 1877 con Rosa Ladriere. Al poco tiempo vinieron los hijos; en 1879 nació Mario Manuel, que también sería Ingeniero, y en 1880 nació Matilde Dominga. Su estadía en Rocha le permitió relacionarse con los vecinos de la zona y posibilitó que le encargaran el plano de mensura y loteamiento del ejido de la ciudad. A partir de entonces, atento y perspicaz, fue tomando conocimiento del potencial de esta zona, de su rica geografía, de la existencia de las “tierras malsanas” como se les llamaba a los bañados y del proyecto para realizar un puerto de aguas profundas en el paraje conocido como La Coronilla. Sí, el mismo proyecto que se retomará, una y otra vez cíclicamente durante más de un siglo. Pero su sueño de juventud era hacer arquitectura: “Yo me había hecho ilusiones de trabajar planeando y aun, dirigiendo casas”, rememoraba el ingeniero en su vejez. Eso se cumplió en 1884 cuando tuvo su primer gran encargo de importancia: la vivienda para Don Félix Buxareo, hoy sede de la Embajada de Francia en la esquina de Andes y Uruguay. La realización de este palacete para una familia tan importante lo puso en el tapete de la alta sociedad. Ocho años habían pasado desde su llegada y aquel joven que bajó del barco con una pequeña maleta bajo el brazo ya tenía treinta años y acababa de ganar el concurso para hacer un hospital para la comunidad italiana, obra que marcará un antes y un después en su carrera como arquitecto y que se convertirá en un hito sobresaliente para la ciudad: el Hospital Italiano Umberto I, obra de gran complejidad. Ubicado en una zona alejada del centro en ese momento, sobre un Bulevar Artigas que era más una idea que una realización, Andreoni lo planteó como un edificio de monumentalidad contenida, organizado en base a tres patios que aseguraban aire, luz y espacios verdes. Estilísticamente lo resolvió con un manejo solvente del lenguaje clásico. La tan característica logia que se eleva sobre el Bulevar Artigas hasta hoy día, conformada por la sucesión rítmica de arcos de medio punto apoyados sobre columnas apareadas, la amplia escalinata de mármol con aire palaciego sobre Avenida Italia y las reminiscencias paladianas que emana este edifico, han hecho del mismo un punto notable de la ciudad. Luego llegó a su vida el proyecto para el Club Uruguay, notable edificio de tres niveles, que resalta por su lujo y fineza y que fue antaño la sede de la alta burguesía montevideana. Por sus salones pasó la historia y las grandes personalidades que visitaron la ciudad, desde el tenor Enrico Caruso a Eva Duarte de Perón. A estos edificios hay que sumar una extensa lista de propiedades unifamiliares y para renta, entre las que destaca la vivienda para la Sucesión Vaeza frente a la Plaza Matriz y actual sede del Partido Nacional. Pero hay más. En la misma Ciudad Vieja y a pocas cuadras del Club Uruguay, realizó el edificio para el entonces Banco Inglés del Río de la Plata, en la esquina de Zabala y 25 de mayo, con sus potentes fachadas ondulantes. Construyó su propia casa en la calle La Paz y Magallanes y cerró este ciclo de tan solo seis años y en el que se cuentan más de veinte proyectos, con el encargo de una imponente construcción por parte de la empresa The Central Uruguay Railway Ltd.

LA ESTACIÓN CENTRAL

En paralelo a su labor como arquitecto, Andreoni había forjado una trayectoria importante como ingeniero ferroviario. Había llegado a ser gerente del Ferrocarril Uruguayo del Este, empresa en la que trabajó desde 1881 a 1889 y luego pasó a ser Jefe del Ferrocarril Nordeste del Uruguay. Por lo tanto no es raro que hayan recurrido a él para que proyectara la estación de cabecera de la empresa inglesa. Sin duda fue importante para su carrera personal, pero sobre todo lo fue para la ciudad por varias razones. En primer lugar por su escala e impronta urbana. Una vez inaugurada con gran pompa el 23 de junio de 1897, esta zona de Montevideo estrechamente ligada al puerto se transformó en un punto neurálgico de la ciudad. En segundo lugar, por su complejidad programática y por ser un gran ejemplo de la llamada “arquitectura del hierro”.

La resolución proyectual que adoptó Andreoni generó dos grandes sectores. Uno, el conformado por los edificios de acceso, oficinas generales y alas de viajeros. Ellos constituyen las fachadas que dan a la ciudad y es el lugar por excelencia para la sensibilidad arquitectónica de Andreoni. Constituyen la cara “culta” del edificio y como tal son tratados con un lenguaje ecléctico.
El otro sector es el espacio del andén, el lugar por excelencia para que se luzca el ingeniero. Sin grandilocuencias, la cubierta sobre los andenes cubre un gran espacio vacío, techado con una bóveda metálica de 47,5m de luz, 120 metros de largo y 20,5 de altura. Por último, estos edificios constituían “las nuevas puertas de la ciudad”, como afirma el arquitecto e historiador de la arquitectura Kenneth Frampton. Para los ojos de la época eran sinónimo de modernidad; un país que se jactara de ser “moderno”, mostraba con sus estaciones ferroviarias que estaba acorde con los tiempos que corrían.

(EL PAIS CULTURAL)

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