Casi como sacados del baúl de los recuerdos, apareció ante nosotros un puñados de poemas y cuentos escritos por diferentes salteños mientras asistían al Taller Literario Horacio Quiroga, que funcionó en la Biblioteca «Felisa Lisasola», con la orientación de Leonardo Garet, entre los años 2001 y 2012. Se enmarcan perfectamente, entonces, en esta página que cada lunes ofrece creación literaria de salteños contemporáneos. Hoy, tienen lugar un cuento y dos poemas: el cuento es de Irene Viera (nacida en 1993) y los poemas de Silvia Corti (nacida en 1947).

ENCIERRO
Cada noche se pregunta si la magnitud de sus actos hubiera tenido algo que ver en su presente. El lugar estaba, la niña estaba, y el misterio también. Mientras caminaba hacia su casa, se preguntaba si sería aceptada; al llegar entró en su cuarto y en su cama, vio una carta semi abierta, que decía, «Afortunadamente la señorita Camila Smith ha sido aceptada en la Universidad estatal de Stanford de Bellas Artes». Tres meses después valijas y llantos se destacaban de una escena dramática familiar, la niña, la madre y el padre; Él, fue el primero que se subió al auto, ella, su madre, le susurró «no te olvides hija, no todos somos cómplices del misterio», la acarició y se fue. Camila estuvo pensando toda la semana en esa frase rara, que solo su madre podría decir, hasta que tanta incertidumbre se le olvidó cuando vio un salón, oscuro y llamativo. Dio tres pasos, y enseguida una voz ronca le dijo:
Niña, no podés entrar allí,
Pero es que… y la interrumpió,
No, no es lo mejor, solo quienes tienen el don de ignorar el misterio, son dignos verdaderos de entrar aquí.
Ella miro para todos lados y corrió. A la noche, sintió choques de brochas, que se movían de derecha a izquierda, de arriba a abajo, ese sonido la guiaba por un camino, que a su vez lo sentía como propio, destinado a ella. Al llegar y tomar conciencia, vio un cuadro negro, un salón vacío, una mesa y una silla, el salón solo tenía en el centro un cuadro, y diametralmente a la otra esquina una mesa y una silla. Enseguida, unas imágenes aparecieron, paisajes, puntos que cuando se movían, desdibujaban rostros felices, tristes, en un momento se vio a ella, vio su familia, las estrellas en su gran dimensión, sus deseos más íntimos.
Esa misma noche, corrió hacia su cuarto, la siguiente, la otra, y la otra, sentía ese mismo ruido, sentía que su alma quería ser guiada, sin problemas, sentía deseos de dibujar, pintar solo lo que aquel cuadro, le mostraba. Una noche regresó, y desde entonces se sentía diferente, como nunca se había sentido, sus salidas al exterior fueron cada vez más escasas, cada vez más silenciosas, los años en una bella niña parecieron como si un mundo, o una carga de deseos interiores y exteriores, estuvieran puestos sobre ella, dejándola distinta, más triste, más vieja. Solo un tiempo dura, dijo la voz guardiana, y un tiempo duró, una noche, luego de un autorretrato, el cuadro volvió a quedar negro como cuando lo encontró, nada había cambiado, la misma silla y mesa en el mismo estado, el mismo cuadro, lo único fueron las paredes llanas de hojas pintadas por ella, que de a poco fueron desintegrándose, como polvo. Camila buscó solo un dibujo, pero no lo encontró, corrió a la puerta pero tanto tiempo de encierro la hicieron sentir miedo, miedo a su presente, miedo a esa voz que le había advertido y es que Camila no era digna de un misterio, ya que no era fuerte como parecía, luego de un largo tiempo, de pensar, y recordar salió susurrando las palabras de su madre, «no somos cómplices del misterio, no somos cómplices del misterio», esa misma noche, vio una niña y le advirtió:
Niña, no podes entrar allí,
Pero es que… y la interrumpió diciendo
No, no es lo mejor, solo quienes tienen el don de ignorar el misterio, son dignos verdaderos de entrar aquí.
Irene Gissel Viera Teodoro
PALABRAS AL VIENTO
Los barcos golpean el muelle
flotan las palabras.
Las sombras del tiempo me detuvieron allí,
junto a un pescador.
Trepan las miradas entre escalones,
la línea se enreda,
las palabras hacen caer el tiempo.
Los sonidos se frenan, mientras…
los barcos golpean el muelle.
LA OTRA CARA DE LA NOCHE
Las estrellas anunciaban la noche.
Ana caminaba, buscaba algo,
eso,
aquello,
o lo otro.
En el café vendían sandías con corazón.
Ana caminaba saboreando un sabor sin sabor.
Entró al café…los pasos se cortaron,
no quedaba algo
eso,
aquello
o lo otro.
Dos velas ardían ajenas…los corazones…
entraban,
salían
y desaparecían,
en los ojos le brillaban las llamas.
Ana no alcanzó un corazón,
corrió una cortina roja de la pieza….
esperando el alba.
La noche ocultó las estrellas y la tristeza.
Silvia Corti
