Hoy por: Jorge Pignataro
Días pasados dimos cuenta de la aparición del último libro del poeta Washington Benavides (Tacuarembó, 1930), titulado “El frasco azul”. A propósito, el profesor y escritor salteño Juan Carlos Albarado, radicado en Montevideo y alumno de Benavides en Facultad de Humanidades, nos ha enviado la siguiente nota, especialmente para EL PUEBLO:
El frasco azul, de Washington “Bocha” Benavides
El Maestro no necesita mayores presentaciones. Por eso (por si acaso algún desprevenido), nos remitimos a citar el primer párrafo que encontramos en la solapa de su último libro: «(Tacuarembó, Uruguay, 1930), es uno de los más prestigiosos intelectuales uruguayos. Premio Morosoli de Plata por su labor literaria (Fundación Lolita Rubial, 2003); Ciudadano Ilustre de la Ciudad de Montevideo (Junta Departamental de Montevideo, 2004); recibió –del Parlamento Cultural del Mer.Co.Sur, junto a Mario Benedetti– el Diploma de Honor por el aporte a la cultura (2005). »
¿Qué son los frascos azules? Utilizamos el plural porque si bien existe un primer frasco (texto) que se presenta como el abanderado sobre los siguientes, el de «vientre azul […] que me llenaba de miedo pero, a la vez, me hechizaba» (pág. 9), este se convierte en la caja de Pandora que enceguece al gurí evocado por el poeta, y hace olvidar todo lo demás, así como lo harán luego con el muchacho, en un juego de extrapolación que va más allá de lo literario, las obras de Borges, esos «tomos grises» (pág.10). Entonces, los frascos azules son una alucinación consciente, un viaje hacia ese asombro de las cosas que «nos sirven como tácitos esclavos, /ciegas y extrañamente sigilosas!» (Borges, “Las cosas”, 1969), o son cosas que solo existen como realidad poética para ser “revueltas”, al decir de Valera sobre Darío «Usted lo ha revuelto todo.», comenta el español sobre el libro Azul del nicaragüense, en una cita que recuerda John Filiberto, que lo llevará también a recordar: «el motivo de la “flor azul” en Enrique de Ofterdingen (1802) de Novalis, la flor azul traída del sueño en Coleridge y aún en el Simbolismo, “El pájaro azul” (1908) de Maeterlinck.» y por qué no, agregamos, los “Tigres azules” que aparecen en las páginas de La memoria de Shakespeare, de un Borges de 1983.
Benavides pone de manifiesto en El frasco azul un lenguaje sencillo, oportuno para la evocación y naturalmente poético que dice sin vueltas lo que debe decir para arribar al fin último, la belleza; belleza bordada con hilos de una gran erudición que pueden llevar a muchos lectores a pasarse horas buscando referencias que se hacen con la misma sencillez con la que el profesor Benavídez mantiene cautivos a sus estudiantes en Humanidades (y esboza una sonrisa cuasi cómplice porque sabe que más de uno saldrá disparado hacia la biblioteca a buscarlas).
Por su cuidado la edición es perfecta, casi podríamos asegurar que valdrá también como objeto de colección pues, además de presentarse en un tamaño relativamente pequeño (19 x 11,5 cm.), lo que la hace muy cómoda, exhibir en su arte de portada una obra de Pablo Benavídez, hijo de Washington, y gran pintor uruguayo, estamos casi seguros que su primera edición no ha sido muy numerosa, lo que realzará aún más su valor en el futuro para aquellos que la conserven.
BENAVIDES, Washington. El frasco azul. Montevideo, ediciones abrelabios, 2011
También se puede leer en http://issuu.com/deabrelabios/docs/el_frasco_azul
PD: caro profesor, mi edición de las Obras Completas de Borges ostenta, bajo unas cubiertas amarillas, tapas azules.
Juan Carlos Albarado
A 110 años de una tragedia para la literatura uruguaya
Mañana lunes 5 de marzo se cumplirán 110 años de un desgraciado hecho en la cultura uruguaya: la muerte accidental del joven poeta salteño Federico Ferrando a manos de su propio amigo Horacio Quiroga. Fue uno de los hechos que más marcaron a aquel grupo de escritores jóvenes y bohemios (Horacio Quiroga, Federico Ferrando, Alberto Brígnole, José María Fernández Saldaña, Asdrúbal Delgado y Julio Jaureche) que se habían marchado de Salto, su tierra natal, para instalarse en Montevideo y comenzar allí un camino de experimentaciones en diversos ámbitos de la vida, como en la propia creación literaria. En la capital, el grupo fue el famoso “Consistorio del Gay Saber”, uno de los mayores cenáculos uruguayos de principios de siglo XX, que tuvo su antecedente aquí en Salto en el grupo “Los tres mosqueteros” y en “La Revista del Salto”.
La muerte de Ferrando fue un suceso, por supuesto extra literario, pero que de alguna manera tendrá influencia en el futuro de los otros escritores que integraban el grupo. En primer lugar, porque el grupo como tal no resiste sobreponerse a lo vivido y se disuelve (Quiroga, por ejemplo, se radica enseguida en Buenos Aires). En segundo lugar, bien podría decirse que influye concretamente en algunas creaciones literarias posteriores. A propósito, en el Tomo Nº 3 de la Colección Escritores Salteños (abril de 2004), el profesor Leonardo Garet reflexiona: “El 5 de marzo de 1902 se produce la muerte accidental de Federico Ferrando. El Consistorio no sobrevive a esa tragedia. Quiroga se va a Buenos Aires y cada uno de los consistoriales sigue individualmente su carrera literaria”. Y agrega en una nota aclaratoria: “Los consistoriales no se referirán nunca al desgraciado episodio que le costó la vida a Federico Ferrando, más allá de los límites de lo estrictamente historicista y objetivo con que relatan el hecho los autores de Vida y Obra de Horacio Quiroga (…) Pero en los espacios concedidos a la ficción, José María Delgado y José María Fernández Saldaña incluyen una anécdota que bien puede ser la estampa que recuerdan del primer momento en que se reencuentran después de la tragedia…”. Esa anécdota a la que se refiere Garet aparece en el boceto de novela que dejaron inédita Delgado y Fernández Saldaña, donde se lee: “Los amigos que se habían embriagado para ahuyentar el recuerdo repentino de un querido muerto, bebían y reían con gesticulaciones de poseídos”.