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sábado, 14 de junio de 2025
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Y se fue el mes de Amorim…

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Diario EL PUEBLO digital
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Llegó a su fin el séptimo mes del año, que en el ambiente de la cultura, al menos de Salto, es sinónimo de Enrique Amorim. Se ha hablado mucho de su vida y de su obra a lo largo de todo Julio, y más en la última semana, semana que incluye las fechas de nacimiento (25) y muerte (28), y que congrega en nuestra ciudad (este año lo hizo una vez más), concretamente en su Chalet Las Nubes, una serie de actividades en homenaje. Sin embargo, poco se sigue leyendo sus textos. Por eso, con el convencimiento que es el mejor homenaje, y además con el deseo que en los meses venideros los protagonistas puedan ser otros (más allá de fechas puntuales que el calendario imponga), hoy dejamos que nos hable él, desde sus versos.

Agua y cielo

Que las aguas están locas
murmuran, cuerdas las ramas.
Locas, porque muerden rocas
y platean las escamas
de sus peces somnolientos.
Y juegan con las burbujas
para irritar a los vientos.
Y arrastran trenzas de brujas
por el musgo de su cauce.
Mientras lloran falsas hojas
-verdes lágrimas del sauce-
verdes de tontas congojas.
Aguas locas, locas aguas,
captadoras de tormentas,
amantes de cien piraguas
y de barcas descontentas.
Seductoras de navíos,
coleccionista de botes,
madre de los extravíos
y paridora de islotes.
De monstruos, matriz fecunda,
y del secreto, nodriza.
Larga palabra que inunda
y vaivén que se eterniza.
Que te calumnien las ramas,
-columpios para las brisas-
que te calumnien las ramas,
que solo tienen sonrisas
si los pájaros les cuentan
alguna historia del cielo.
Aguas locas que revientan
en olas, secreto anhelo;
ya penetra en tu misterio
el mundo que asoma a verte.
Mundo que está en cautiverio
condenado al fin, a muerte!
Agua y cielo, solamente,
solamente!

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Sonetos de amor

Verano
Mi cuerpo en el Enero se prodiga
en alas del olor que azota el viento.
Santo sudor que mi placer castiga
con terco y masculino pensamiento.

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Mi piel alerta, esta secreta amiga,
vigila mis sentidos un momento
y vuélveme a ceñir, en la fatiga
de este verano taciturno y lento.

Las flores del deseo huelen duro.
Solo los monjes saben lo que es eso
que mana de los labios sin el beso.

Nada en el hombre más sencillo y puro:
el cuerpo al sol que se transforma en nube
y en espiral de olores, crece y sube…

Invierno

Sin ayuda de nadie, continuemos
amándonos secretamente el uno
al otro como dicen que hubo alguno
que amó a mujer en libros que leemos…

Sin ayuda del vino que bebemos,
sin ayuda del Credo o del Ayuno,
sin superar lo grave y oportuno.
Ayer me fuiste fiel, hoy empecemos…

Te voy cercando con mis cinco perros
rabiosos de colores y cencerros
que calientan el aire al rojo vivo.

Enciérrame en tu cárcel sin barrotes
sin ayuda de nadie, hasta que agotes
la lumbre de este invierno decisivo.

La posada del sueño

Ordenar estos sueños que van en la memoria
como instantáneas claras,
imágenes dispersas en las márgenes rotas
de los libros leídos en la borda del barco.

Los paisajes definitivamente nuestros
a los cuales volvemos, cuando no hallamos otros,
cuando tenemos sensación de orfandad,
y cuando un narcisismo cruel nos reconcentra.
Ordenar estos sueños que tienen su culpable:
las miradas inciertas de unos ojos nostálgicos,
y de una boca triste, con un nudo de besos.
Ordenar estos sueños…

Y, detener el paso, a tiempo, antes que el viento,
nos disperse las páginas que jamás tendrán orden.
¿Dónde estará el comienzo del amor sin principio?
Los amores fatales que elegimos sonámbulos.
Hay siempre en los caminos rincones de hojarasca,
llegan briznas cansadas y alguna hojita verde.
Al paso de las gentes que van apresuradas
hay un temblor de miedo.
En el cauce del río, los sueños se hacen musgo;
son más caritativas las aguas que los vientos.
¡Quién pudiera guardar los sueños puros
en arcones de agua! El viento es infidente.
Toda la luz se puede guardar en una estrella,
como en el cielo cabe la dulzura de Dios.

Una inicial tan solo, puede servir de nombre,
como un suspiro puede explicar un amor.
La posada del sueño, tiene una sola llave,
un cerrojo tan solo,
y es única la mano para la única vuelta.
Por eso en la posada voy a estar solo siempre.

Canción de Galleros

I
Los galleros, a la siesta,
bajan la cuesta.

El río espía sus pasos
creciéndole los barrancos.

La canícula su pico,
clava en los hombros caídos.

Carga liviana en las manos:
una pareja de gallos.

Picos en la sombra. Las crestas
encendidas de pelea.

¡Bombas de pluma encerradas
en frágiles cuatro tablas!

Los galleros, a la siesta,
bajan la cuesta.

II
Atravesando las quintas
se llevan al gallo tuerto.
Triste su lado vacío.
Los naranjos están llenos.

¡Qué espacio ocupan las copas
redondas de fruta y de viento!
-Pasó el gallo desplumado,
y ojo dormido y seco-.

Un verde y dorado cae
sobre el hombro del gallero.
El gallo no ve las ramas,
va pegado contra el pecho.

La sombra entera del árbol
ha rodado por el suelo.
Gallero y gallo pasaron
de vuelta del reñidero.
¡Oh, si los árboles dieran
para los hombres torneos!
Reñida lucha de ramas
y rojos frutos abiertos.

Combate de verde y verde,
naranjos y limoneros.
Agrios y dulces combates
bajo las gradas del cielo.

Atravesando las quintas
se llevan al gallo tuerto.
Los mil ojos del naranjo
agita, de paso, el viento.

JORGE PIGNATARO

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