Columna de fin de año «Veranos de antes»
En estas épocas indefectiblemente vienen a mis recuerdos, los interminables veranos en familia, en el balneario Los Titanes. Uno ya sabía (y ansiaba con toda la adrenalina del mundo) que, tras pasar la
noche buena y Navidad, el siguiente capítulo era organizar el equipaje de los ocho integrantes de la familia, apretado en el heroico Peugeot 504 de mis viejos.
Que gratos momentos aquellos en el que las vacaciones duraban un mes en un mismo lugar y donde se daba una vida en comunidad maravillosa. Porque antes, no hace mucho tiempo, cuando los celulares, los tiempos acelerados y el hiperconsumo salvaje aun no existían, eso ocurría. Cuando la única red social era hacer barra en la playa todo el día y continuar a la noche en el club o las maquinitas.
Que épocas aquellas cuando los Pardo invadían el balneario y todas las familias amigas que año a año, por tradición, se reencontraban en este lugar paradisiaco. Como olvidar las levantadas madrugadoras y las caminatas con mi viejo para hacer las compras, que empezaban con el pan y la leche para todo el batallón, seguían por la feria (donde también había una especie de bagashopping) y terminaban en la
carnicería. Cómo olvidar cuando con mis amigos patéabamos casa por casa en busca de envases para vender y canjearlos por lo que considerábamos una perdición: pastillas “Yapa”, galletas Bridge y el
rendidor jugo Caribeño para concretar luego memorables picnic en algún eucaliptus gigante que oficiara de refugio para hermanas, primas y amigos. Las bajadas a la playa con la sombrilla oxidada verde y
blanca a rayas de mi abuela chola, y todos los «Ansina» de la familia que cebábamos y compartíamos el mate. El cholo Pardo esperando con el pastel de carne pronto o improvisando los refuerzos de salame
hechos a flauta entera del almacén «Lucas», los que después distribuía casi simétricamente entre nietas y nietos. Las juntadas de piñas y palitos con el Cholo o con mi viejo para prender el fueguito y cocinar los churrascos a la plancha (de ahí mi pasión por este ritual que hoy comparto con Leandro).

El duchazo después de la tarde en la playa y ponerse la ropa impecable para ir al glorioso Club Los Titanes La Tuna a jugar a las maquinitas, colarse en algún voleibol o fútbol, mirar los partidos eternos de
frontón de mi viejo con los tíos y hacerse el galán con alguna de las tantas pibas lindas que en verano pululaban, porque en cada verano siempre había una musa inspiradora en aquel balneario. Las escapadas
nocturnas por la playa de hermanos y primos más grandes para hacer algún fogón como previa para seguir luego la travesía a los memorables bailes que ofrecían Ábaco en Araminda y/o El Timón en
San Luis. Era una convivencia en comunidad casi permanente, en la cual no faltaban los asados nocturnos, las charlas de política, fútbol y los eternos «trivial» de los más adultos, mientras los más niños correteábamos hasta lo que duraba la partida. Soy de los tiempos de los fines de año con multitudes en la casa de los abuelos, de cuando mi prima Luli animaba la fiesta, la que terminaba siempre con “Adiós
Juventud” o alguna retirada Asaltante coreada por niños y adultos. De las salidas y los desfiles familiares disfrazados recorriendo en carnaval. De las cantarolas con los vecinos hasta la madrugada. De las
pedaleadas y travesías por la playa hasta los balnearios vecinos, las caminatas nocturnas hasta Santa Lucia del Este con Papá y mi hermano para ver los sudamericanos sub20 (que hasta hoy siguen siendo en enero). Los picaditos en la playa en la que hasta el guardavida del balneario se colaba.
Pucha carajo, que buenos momentos aquellos donde el tiempo iba más lento y la tecnología no nos idiotizaba y encerraba como ahora. Nunca voy a olvidar aquellos pegotines que en muchos autos de familias que veraneaba allí decían «Los titanes, remanso de paz». Y vaya que así era. Ojalá mis hijos y los que vengan después, puedan entender la importancia de la memoria y lo fundamental de compartir los
momentos con los seres queridos. Creo que en definitiva ese es uno de los legados más desafiantes e importantes que tenemos que intentar transmitir padres y madres a los que vienen. Al fin y al cabo… sólo se trata de vivir.
¡Salud y feliz año!
Por Juan Andrés Pardo
