Uruguay está expuesto a las trabas de la región.
Las asimetrías pesan más que las ideas en común.
La misma historia parece repetirse una y otra vez. Argentina o Brasil anuncian nuevas medidas para proteger su industria local y limitar el acceso de productos competitivos desde el exterior. En Uruguay, el gobierno y los empresarios hacen sus números, leen entre líneas los comunicados y las resoluciones, llaman a sus pares del vecino país, preguntan, averiguan y suspiran con resignación al comprobar que hay productos uruguayos -porque siempre los hay- que caen en la redada.
En ese instante se disparan los mecanismos diplomáticos largamente ensayados: visitas de Cancillería, negociadores, ministros y quizá hasta un intercambio de palabras entre los presidentes. Pueden pasar uno o dos meses, pero a la larga se consigue una excepción y -concesiones mediante- la promesa de que los países asociados seguirán velando por el libre comercio bilateral.
Pero esa promesa nunca se cumple. Las asimetrías entre Uruguay y sus socios comerciales pesan más que las promesas diplomáticas. La realidad es que, para los principales destinos de los productos locales, Uruguay es un socio comercial diminuto, con una escasa significación económica.
Si Uruguay le cerrara el paso a absolutamente todos los productos provenientes de Argentina, el vecino país perdería únicamente 1,9% de sus ventas al exterior. Si tomara la misma medida con Brasil, las exportaciones del gigante del norte se reducirían 0,7%. Un problema menor.
El pequeño tamaño de la economía uruguaya y su escasa significación para los socios de la región llevan a que los intereses del país no sean considerados por sus vecinos cuando diseñan sus políticas de comercio exterior.
Uruguay es, en cambio, un socio estratégico desde un punto de vista político. Su voto dentro del Mercosur y del resto de los organismos y alianzas de países que integra no se encuentra en relación con su tamaño y, muchas veces, es capaz de inclinar la balanza hacia uno u otro lado en decisiones que sí afectan los intereses de los gigantes de la región.
En momentos en los cuales las cosas van bien y hay un horizonte despejado, la relación con los vecinos es distendida y el libre comercio encuentra su tierra más fértil. Pero cuando una nueva recesión mundial aumenta en probabilidad, los países apelan a medidas de protección para no ser ellos los que paguen los platos rotos.
Cuando las puertas de Brasil y Argentina se cierran, se cierran para todos. Pero es Uruguay el que más lo padece. La afinidad ideológica, la tan mencionada «hermandad de los pueblos», la admiración mutua entre mandatarios, los abrazos y apretones de manos, todos quedan preciosos en la foto. Pero cuando los flashes se apagan es cuando más pesa el vil dinero.