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jueves, 1 de mayo de 2025
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Una de músicos y discotecas

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Diario EL PUEBLO digital
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Era una noche de primavera del año 2001 y hacía mucho calor. La temperatura anunciaba que pronto vendría el verano y eso motivaba a que en ese momento, quienes pintábamos en los 20 y poco, saliéramos casi a diario a disfrutar de las horas nocturnas en la zona portuaria. Pero recuerdo puntualmente la vez que tuve el honor, sin comerla ni beberla, de ayudar a que los integrantes del Cuarteto de Nos, actualmente consagrados a la fama internacional como una banda que se escucha en todo el continente, pudieran entrar a la entonces discoteca de nuestra juventud, Oasis, sin tener que pagar la entrada.
Habían venido a tocar a la Plaza de los Recuerdos, en una gira que les había organizado la productora que los representaba en aquel momento y daban el espectáculos desde el techo de un ómnibus, creo que era uno de esos de Cutcsa, u otro parecido.
Abajo, alguien les vendía sus discos (que se llamaba Contramambo) a 150 pesos de entonces, mientras nos juntamos algunos cientos en el correr de la plaza para poder escuchar a Robertito Musso y su hermano Ricky, a Santiago Tavella y al también baterista de La Trampa, Álvaro Pintos.
Al Cuarteto de Nos lo había escuchado unos siete años antes en el Club Nacional cuando llegaron a hacer su éxito del momento, Bo Cartero y ese día no mostraron una evolución musical, aunque tampoco una que marcara una madurez personal. Dieron un espectáculo cargado de chistes soeces y fáciles como los caracterizaba, pero estuvo muy divertido y la mayoría quedamos contentos de haber estado ahí para escucharlos, aunque con los discos creo que en ese momento nos les fue muy bien.
Terminado este espectáculo, decidí irme con unos amigos a la discoteca del momento de entonces, quien no recuerda los bailes de Oasis en la Costanera Norte, un rancho de chapas, maderas, hojas de palmera y algo de cemento en la pista, que convocaba a miles de jóvenes durante todos los fines semana desde mediados de los años 90 hasta entrada la primera década del año 2000.
Uno de mis amigos, era el líder de los jóvenes que hacían las Relaciones Públicas del boliche y como siempre una vez empezado el baile, a la puerta de entrada de la disco, llegaba alguno de nuestros compañeros de la Facultad que pedía por nosotros para que éste amigo en particular, le habilitara la entrada con el portero, por eso nos dirigimos hasta ahí para ver a quién veíamos. Pero en vez de ello nos llevamos una sorpresa.
El que estaba hablando con el portero del boliche era Roberto Musso, el cantante del Cuarteto de Nos, quien le pedía que dejara entrar a la banda para disfrutar de la velada en la discoteca. El portero se negaba a todas luces, fiel a su estilo rígido de no dejar pasar a quien no abonara el ticket o solamente permitiendo el ingreso de aquellos que le eran señalados por los relaciones públicas como nuestro compañero.
“Vamos a hacer entrar al Cuarteto de Nos”, le comenté a mi amigo, quien me asintió enseguida. Ahí le dijo al portero que los dejara entrar y ellos contentos, nos invitaron un trago en la barra. Esa noche, el todavía actual cantante del grupo musical me dijo que habían querido tocar en esa discoteca, pero que “no habían logrado convencer al dueño, le pedimos 200 dólares, pero no quiso”, me dijo.
Y siguió contándome que el dueño de la disco le había dicho que por esa plata “llevaba a un tal Mario Silva y llenaba el boliche. ¿Quién es Mario Silva?”, me preguntó Roberto Musso. A lo cual quedé helado, no porque el tal Mario Silva no se lo mereciera, nunca fui su fan, pero le reconozco el talento de encantar a las masas y su fama de melódico con estilo propio, bien de esta zona del país. Pero perderse a una banda que ya sonaba muy bien como el Cuarteto de Nos, no era lo que yo habría contestado ya en esa época.
Traté de explicarle quién era ese furor de la música tropical norteña y seguramente con el paso del tiempo, Musso, Tavella y el resto, supieron mucho más de él por los éxitos que cosechó. Pero quienes no supimos más de ellos fuimos nosotros desde Salto, por perdernos escuchar una buena banda de música uruguaya, transgresora y atrevida, que nos sacudía la modorra y nos hacía reír a carcajadas con sus actuaciones, algo que han cambiado en estos últimos años volviéndose más serios, más rockeros, más profesionales, diría yo.
Esa fue una noche única, que la recuerdo siempre porque le pregunté varias cosas a Robertito. Una de ellas porqué escupía siempre al cantar ya que se veía el reflejo de su saliva frente al micrófono cuando alguna vez nos tocó estar en la primera fila de uno de sus recitales. La respuesta fue una larga carcajada y un “nadie me lo había dicho antes, voy a tomar menos agua la próxima vez”.
Seguramente esa charla quedó bien grabada por mi y borrada por completo del disco duro del cantante del Cuarteto, pero fue muy bueno mientras duró, como todo. Hoy los escucho, aunque me sigue gustando más su viejo estilo, porque creo que ahora tuvieron una transformación para adaptarse a las masas y poder vender mucho más, ya que les salió estupendo.
Eso sí, si vuelven a estar por acá ya no podré ayudarlos a entrar a un baile, porque seguramente serán invitados, o podrán perfectamente pagarse la entrada y cobrar mucho más que 200 dolares para tocar una noche ante el público salteño. Pero lo mágico para mi, fue poder reírme con Roberto Musso de él y de sus canciones, soñando alguna vez poder acompañarlos desde algún escenario, agitando y cantando sus temas una vez más.

HUGO LEMOS

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