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Un poema a Ida Vitale

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Ante el cumpleaños número 100 de la escritora uruguaya Ida Vitale (autora de muchos libros y merecedora de importantes premios de nivel internacional), poeta de plena lucidez y vigencia creativa, hecho del que EL PUEBLO se hizo eco en su momento, hemos recibido un poema de Leonida Amarillo.

En otras oportunidades hemos compartido ya algunos textos de Leonida, tacuaremboense radicada en Salto desde hace muchos años. Este su homenaje a Ida, enviado especialmente para esta página:

IDA VITALE -Poeta

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¡Cien años cumplidos!

Con mucha alegría…mil días de plenitud…y la consigna de crear armonía

con su identidad propia, cada poema…lleno de vivencias

sus palabras se materializan, con pasiones de la juventud…sumando placer

conjugan emociones,

el talento se instaló…como las fuerzas de la naturaleza, plasmando valores,

con trofeos tal vez en el cofre de su legado, recuerde a Cicerón con estas elocuentes frases…

“Porque la literatura es el alimento de la juventud

La pasión dela edad madura”

La recreación de la vejez”

Salto la recuerda.

Leonida Amarillo

Dos relatos poéticos de Nidia di Giorgio

Extraídos del libro Josephine La Nuit (2007) son estos dos relatos poéticos, o poemas en prosa tal vez, de Nidia di Giorgio, salteña radicada en Montevideo, autora de varios libros. Para muchos igualmente, es inevitable decir “la hermana de Marosa”:

DESLUMBRAMIENTO

(A la profesora de Arte Escénico Nydia S. Arenas, In memoriam)

El carrillón del reloj se hamaca infinitamente. Cuántos segundos, minutos, horas, marcará para mí y para mi felino de negro pelaje.

En el comienzo del día, al descorrer los cristales del ventanal la gatita salta sobre el pretil. Las patitas se le ven increíblemente blancas, tan blancas que parece volar sobre la densa nube que la mañana deja caer y enreda sobre los pisos altos del edificio.

– Azabache, llamo. ¡Azabache! No quiere regresar. Ufana recorre los pretiles.

Como de costumbre observo el espacio infinito. En el frío, alto cielo, logro ver como se dibuja la figura de una mujer entre muchos, muchos volados del amplio vestido y sobre la cabellera una levísima capelina.

Incrédula, entorno los ojos. Ella está ahí, en su transparencia, en el misterioso silencio, en la inmensa libertad ¿Cómo Eugenia de Montijo, como Dama de las Camelias?

El sol opaco, escaso, permite el deslumbramiento.

Serena, como en vuelo hacia la eternidad, la imagen comienza a desvanecerse como un arcoiris, a esfumarse lejos, más allá del mar.

En el límite advierto los brazos finos, finísimos, como dos azucenas que se llevan entre los cálices la gatita negra.

En mi ventana quedo fija, apresada en el dolorido recuerdo.

VESTIDA DE COLOMBINA

Cuando regresé me encontré vestida con el traje de niña de colombina celeste.

El tul del sombrero me cubría la parte izquierda del rostro. Así me veía con un solo ojo.

El derecho estaba enmarcado por tupidas pestañas azules y las mejillas y los labios aparecían teñidos con el mismo color.

Intenté reconocer la habitación, los altos muebles, los cuadros, los retratos.

Al acercarme más, algunas palomas aletearon desconcertadas. Luego de un corto giro, regresaron para posarse sobre los mismos sitios.

Trataba de aspirar los viejos aromas: el de la cocina humeante, de las aceitunas maceradas al sol, el áspero perfume de las flores del magnolio y el agridulce de las retamas y los naranjos en flor.

Quedé así un lapso recostada junto a la ventana sin percibir nada más que mi figura ataviada con el vestido de otros tiempos, hasta que sentí me costaba respirar.

Me desplacé a otra habitación, seguramente el comedor y aquí el aire comenzaba a transitar, derramando copos de nieve.

Me apresuré para cerrar las ventanas y me dirigí hacia la puerta.

Una alta muchacha con larga cabellera estaba allí apostada con el vestido rayado y su amplia capelina, ceñida por cintas y mariposas.

Las mariposas iban y venían como si hubieran anidado en esa capelina.

La más negra y pesada voló hacia afuera y no la vi regresar.

Avancé un poco más dirigiéndome a la alcoba y allí, otra niña, de intensos ojos negros, vestida con leve conjunto de gasa blanca, devoraba dulces que extrafa del interior de grandes frascos de cristal, ayudada por un brillante utensilio.

Regresé a mi lugar junto a la ventana. Como la escena se oscurecía, traté de encontrar la lámpara de pie. Al acercarme emitió un sonido seco y de inmediato encendió.

Un sinfín de insectos y animalejas que habían permanecido expectantes, buscaron con prisa los escondites.

De pronto, pude escuchar conversaciones rápidas, casi en susurro, mezcladas con el ruido del agua que muy cerca, corría desbordada.

Sin saber cómo, me encontré en el jardín. El sol, ya semi dormido, manoteaba el horizonte con los pálidos brazos en su intención de traspasarlo.

Observé en torno y advertí que la negra mariposa desprendía hilillos que rápido, conformaron una malla que me impidió avanzar.

Ya sin saber qué hacer, regresé a las habitaciones.

Comprobé que el aire nevado había logrado congelar aquellas figuras y un polvillo como de azúcar las nimbaba. Con la pálida luz de la lámpara desprendían un fulgor extraño que distorsionaba la visión.

En un inútil reconocimiento, con una última mirada, recorrí el entorno para volver casi enseguida a mi antigua imagen.

Angustiada, desplegué el velo sobre todo mi rostro.

Nidia di Giorgio Médici

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