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Qué frágil sociedad

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Ahora parece que lo trascendente es si anda donde hay mucha arena y la camioneta queda empantanada o no; ahora parece que lo importante es si hace surf o no, y si lo hace, cuántas olas atraviesa o cuánto resiste sin caer al agua; pareciera que ahora debemos atender a si decide pasar las vacaciones en Rocha o en Montevideo y cuántas fotos se saca; atender a si usa tal remera o muestra el torso desnudo en la playa, y en este último caso, que tiene bien marcados los músculos, lo que significa que debe ir al gimnasio, y entonces pareciera que eso también amerita una discusión, poco menos que un debate público, acerca de cómo tiene tiempo para cuidar el cuerpo, que también implica bronceado, siendo Presidente de la República. Todo eso y muchas cosas más de ese mismo tenor pareciera que son las que deben importarnos a los uruguayos en torno al Presidente Luis Lacalle Pou.

¿Tanto cuesta diferenciar lo interesante de lo realmente importante? Todo lo enumerado en el párrafo anterior, al tratarse de una figura pública, nada menos que del ciudadano Nº 1 de un país, puede que sea interesante sí, estamos de acuerdo. Pero de importante, de realmente importante, nada tiene. De trascendente, menos.

Importante o trascendente sería enfocarse en por qué durante las campañas electorales se prometen tantas cosas a sabiendas que no se podrán cumplir, como por ejemplo, no subir tarifas públicas o precios de combustibles. Ni el Presidente ni nadie podía desconocer hace algo más de un año (y nada tienen que ver en esto la pandmeia) que una suba era imprescindible, necesaria e inevitable. ¿Por qué entonces prometió lo contrario? Y no es una cuestión solamente de este Presidente. No debe haber político que no haya prometido en campaña cosas que sabía que no podría cumplir. Mujica prometió una apuesta formidable en la Educación («educación, educación, educación», decía) y sin embargo nunca se desbarrancó tanto el sistema educativo de este país como en su período de gobierno, y hablamos tanto de resultados académicos como de inversión. Vázquez prometió que entre 2015 y 2020 reduciría en un 30% los índices de rapiñas y hurtos, y lo único que se vio al pasar raya al fin de su gobierno, fue un exponencial aumento. Son todas promesas que al momento de decirlas quedaron grabadas, hay archivos. El gran problema de los políticos uruguayos es que, como se dice mucho actualmente, «no resisten archivos».

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¿Por qué una sociedad acepta una y otra vez las mentiras de la clase política como cosa tan natural? ¿Habrá que pensar que se nos educa para eso? Quizás sí, porque lamentablemente la calidad de la educación en el Uruguay viene en caída libre desde hace varias décadas. Las nuevas generaciones creen cada vez menos, en general, en la formación intelectual (pero de la formación sólida hablamos, la que lleva mucho tiempo y esfuerzo en masticar libros) como camino de superación. Sin dudas que está vinculado esto con que muchas veces, alguien logra ser profesor solo por haber leído unos manojos de fotocopias sueltas y luego responder sobre ellas en un examen tomado por gente que pasó por igual o peor formación; tiene que ver con que muchos se llaman «artistas» por rasgar una guitarra, o algunos se llaman a sí mismos y gustan que los demás los llamen «filósofos» por divagar en un boliche, con una liviandad que asusta, sobre la vida y la muerte, sobre la autoridad y la necesidad de romper con todo lo establecido. Como si fueran los mesías que llegan para fundar una sociedad nueva. En realidad, de hecho están ayudando mucho a fundar una sociedad nueva sí, una sociedad donde el razonamiento, el pensamiento crítico y la importancia de conocer el pasado para poder actuar sobre el presente, pareciera que no tienen lugar.

Si así no fuese, si no estuviéramos sobreviviendo en una fragilísima sociedad en cuanto a su solidez de formación, no habría lugar para que saliera gente a la calle, prácticamente desnuda, a gritar «Ni una menos» (con lo que por supuesto todos estamos de acuerdo, porque se refieren a los femicidios) pero al mismo tiempo acepten que sean varias y varios menos, si se los mata cuando están en el vientre de la madre.

A propósito, el 2020 cerró con la aprobación del aborto legal en Argentina. Y es válido que también lo razonemos aquí, porque estas cosas no saben de fronteras. Quitarle la vida a alguien que no puede decidir si quiere o no vivir – para nosotros el aborto es eso- es un acto que no sabe de nacionalidades, es una cuestión simplemente humana. Lo cierto es que desde el 30 de diciembre pasado, el vecino país –como ya lo había hecho el nuestro antes- garantiza «el derecho a acceder a la interrupción voluntaria del embarazo con el solo requerimiento de la mujer o persona gestante hasta la semana catorce (14), inclusive, del proceso gestacional».

No vamos ahora a profundizar en los argumentos que nos hacen estar en contra de esta medida: que es un crimen, que creemos que la mujer puede decidir sobre su vida pero no sobre la de otro, que no vemos con buenos ojos que a veces a un hombre el Estado le pongan tantas trabas para ver un hijo y en cambio a una mujer le permita hasta matarlo, que poco o nada se habla de los traumas con que queda esa mujer que aborta…que no puede ser que sea más fácil matar que adoptar un niño… y un larguísimo etcétera. No profundizaremos ahora en cada una de esas cosas. Decimos simplemente que la fragilidad social de la que venimos hablando (la que hace que nos quieran convencer que es importante el surf o el bronceado del Presidente) también se manifiesta cuando se evidencian contradicciones como esta: hay mujeres que dicen que no es un niño lo que tienen en el vientre y a la vez aceptan cobrar una asignación durante el embarazo. ¿Cómo se explica eso?

La decadencia educativa y cultural se desnuda también, cuando muchas de esas mujeres no son capaces de pensar que el gran beneficiado con el aborto puede llegar a ser (vea usted qué contradictorio) precisamente ese famoso patriarcado que tanto critican ¿No será que al legalizar el aborto le están haciendo un gran favor a ese «macho», «machete» o «machirulo» al que tanto parecen despreciar? Para explicar esto, nada mejor que las siguientes palabras que hace unos días escribió una mujer: «…con o sin el aborto el tipo (el hombre) las sigue embarazando, y ustedes calladitas se van a ir a abortar. Les guste o no, con legalizar el aborto, en contra del patriarcado no hicieron nada. Al contrario, ganó el mujeriego que anda engendrando hijos por medio mundo, ganó el violador de las niñas que ahora puede llevarlas tranquilamente a realizarse un aborto libre, ganó el marido infiel que te embaraza a vos y te hace abortar porque la plata no alcanza, pero también hace abortar a la amante para que no le salte la ficha. ¡Ganó el patriarcado, chicas! No te creas pilla por abortar, al hombre nunca le hizo daño que tú te lastimes. Así que por donde hay que hacernos valer es antes de la procreación. ¿Por qué en vez de matar a una criatura (inocente) no pelearon por la pena de muerte para un violador (culpable)?…».

¿Acaso no son esas las cosas importantes y trascendentes que hacen a una sociedad? ¿No son esas las cuestiones a las que tendríamos que atender? ¿Y acaso no pasa todo por una cuestión educativa y de formación cultural? Sin dudas que ese es el único camino que puede llevarnos a ampliar la capacidad de razonamiento, de lo contrario, seguiremos viendo lo apenas interesante (como una camioneta atascada en la arena) como si fuera algo verdaderamente importante. Quienes una y otra vez se dedican a criticar aspectos personales insignificantes de un Presidente, ¿no se dan cuenta que así distraen la atención de aquello que sí valdría la pena criticarle, es decir, cosas que hacen a su gobierno y que por lo tanto inciden en todos nosotros? Seguramente no, no se dan cuenta, y eso también demuestra la fragilidad que tenemos.

Contratapa por Jorge Pignataro

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