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lunes, 14 de julio de 2025
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Simulando la realidad, “El rayo secreto de Lorca”

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Diario EL PUEBLO digital
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Los dos eran inseparables desde el liceo. Tomás, con su pelo revuelto y la obsesión por filmarlo todo, había encontrado en Bruno un cómplice perfecto: Bruno podía domar a la inteligencia artificial como si fuera un perro de caza, y siempre estaba probando scripts y prompts imposibles, generando imágenes de un realismo brutal.

Yo soy el tercero, el que escribe estas cosas para que no se las lleve el viento del Litoral.

La idea surgió una tarde frente al monumento a Lorca, en Salto. Tomás miraba las piedras musgosas, leía y releía los versos de Machado, y me dijo:

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—¿Sabés que dicen que ahí abajo hay una caja blanca? Que capaz que Amorim trajo los huesos de Lorca y los enterró ahí.

Bruno levantó la vista del celular y sonrió:

—¿Y si lo vemos con nuestros propios ojos?

La locura tomó forma. Diseñaron un rayo láser que ellos juraban que podía escanear bajo tierra con ayuda de un sistema de IA entrenado con imágenes térmicas y archivos de resonancia magnética. El aparato, del tamaño de una linterna, era su orgullo: lo habían impreso en 3D con piezas recicladas y lo llamaban LorcaScan.

Mientras tanto, yo escribía cada paso de su proyecto, cada risa, cada noche de pizza y café, cada línea de código que Bruno murmuraba como un conjuro.

Pero lo más grande fue cuando Tomás propuso filmar la inauguración del monumento, como si hubieran estado allí en 1953. Usaron IA generativa para reconstruir la escena: Margarita Xirgu vestida de negro, recitando líneas de Bodas de sangre ante un público que parecía asistir a un entierro real; el aire denso de diciembre en Salto, febo iluminando las piedras, el murmullo de la multitud.

Eran imágenes tan vivas que hasta a mí me erizaban la piel.

El plan era simple: proyectar esa película en el cine de la ciudad, en una función secreta, una sola noche, para mostrarle al pueblo el rumor que se había transformado en imagen. Pero antes, querían saber qué había dentro de la caja blanca.

Aquella madrugada se metieron en el subsuelo del monumento, con el LorcaScan titilando en verde. Yo me quedé afuera, escribiendo en mi cuaderno bajo la luz amarilla de un farol.

Bruno apuntó el rayo láser al suelo, y una neblina de datos subió a su tablet. Algo estaba allí, algo del tamaño de un osario, algo que la IA comenzó a delinear en sombras de azul y rojo.

Tomás filmaba, con el pulso firme, mientras en la pantalla se formaba la imagen espectral de un posible cráneo, de unos huesos delicados, de papeles sellados en cera, de un nombre ilegible garabateado en una etiqueta.

Nadie hablaba.

Cuando salieron, me miraron con los ojos encendidos. Yo entendí que la historia había cambiado para siempre.

Ahora, mientras preparo este texto para ustedes, puedo adelantarles que la función en el cine será pronto. Que Tomás y Bruno van a mostrar esa película, donde se ve a Margarita Xirgu recitando ante fantasmas, donde se escucha el latido del subsuelo, donde el misterio de Lorca late todavía entre las piedras de Salto.

No sé si encontraron los restos de Federico. Pero sé que encontraron algo más poderoso: la certeza de que la poesía, la inteligencia y la amistad pueden desafiar el tiempo.

El resto lo descubrirán ustedes, en la oscuridad de la sala, cuando el proyector encienda ese instante de historia y misterio que, quizás, estaba esperando que alguien se animara a mirar.

LA ÚLTIMA FUNCIÓN

La película se estrenó en el cine Sarandi una noche de julio, con la sala llena de estudiantes de literatura, profesores y viejos amigos de Amorim que llegaron con sus sombreros y bufandas, con esa mirada de quienes guardan historias en el bolsillo del saco. Quiso ser secreta, pero, todo el mundo se enteró, como pasa siempre en Salto.

Cuando terminó la proyección, el murmullo se transformó en un conversatorio inflamable.

Los amigos de Amorim alzaron la voz primero. Un señor con bastón golpeó el piso:

—Esto no le hace bien a la memoria de Enrique ni de Lorca. Sembrar dudas, decir que hay huesos enterrados, esas fantasías… No se remueve lo que fue. ¡No se toca!

A su lado, otro asentía con ojos húmedos, diciendo que había cosas que era mejor no manosear, que la historia debía quedarse donde estaba, callada.

Los docentes de literatura tomaron la palabra con voz calmada:

—Lo que se ha hecho aquí es una creación. Una propuesta artística de estos jóvenes que han unido cine e inteligencia artificial. Nada más. No tiene que ver con Amorim ni con Lorca. Es ficción, es un juego de imágenes. Y vale en ese plano.

Al fondo, los estudiantes de literatura se miraban entre sí, con las pupilas encendidas. Una de ellas, con cuaderno en mano, se animó:

—Pero… ¿y si no fuera solo ficción? —dijo, con la voz temblorosa—. En esas imágenes hay cosas que nos hacen dudar. En esos escaneos, en esos colores, en esa figura que aparece en la caja… ¿Y si hay algo más de lo que se cuenta?

Otro estudiante, de boina y campera, apuntó hacia los viejos:

—Ustedes, los que conocieron a Amorim… ¿Saben algo más? ¿Nunca sospecharon? ¿Nunca escucharon un rumor en un bar, una frase suelta, una confesión de madrugada?

Los viejos se miraron entre sí, incómodos, como si un aire helado les hubiera rozado la nuca. Hubo un silencio pesado, de esos que solo se dan en Salto cuando alguien se anima a pronunciar lo impronunciable.

Los profesores fruncieron el ceño, nerviosos, y uno de ellos dijo:

—Nunca sospechamos que pudiera haber otras líneas a seguir. Para nosotros, la historia estaba cerrada.

Pero los estudiantes no se quedaron quietos.

—Esto no puede quedar así —dijeron, mientras se ponían de pie—. Tenemos que investigar. Tenemos que volver a mirar, a buscar en archivos, a interrogar a quienes quedan, a escarbar con las palabras, con las imágenes, con la tecnología que tenemos.

Se miraron, cómplices, en esa complicidad sagrada de quienes aman la poesía y la aventura. Y uno de ellos, con la voz firme, cerró la noche:

—La verdad… ¿es distinta, es fantasía, una simple trasnochada o hay algo más? That is the question.

Mientras se vaciaba la sala del Sarandí, quedó flotando en el aire esa pregunta que se adhiere a la piel como la humedad del río. Nadie sabe si aquella caja blanca, oculta bajo las piedras de un monumento, guarda los huesos de Lorca o apenas un puñado de cartas amarillas. Pero todos supieron esa noche que la historia había cambiado, que ya no había forma de volver atrás.

Porque en esa mezcla de poesía, cine, IA y sueños insomnes, algo se había encendido. Algo que pedía ser encontrado.

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