La semana pasada se cumplió un año más del nacimiento de Serafín J. García, popular poeta y narrador, predilecto de muchos en la literatura nacional. Nació el 5 de junio de 1905 en Cañada Grande, Treinta y Tres y falleció el 29 de abril de 1985, en Montevideo.
A los veinte años se radica en la ciudad de Treinta y Tres, e ingresa como policía, en la función de telefonista encargado del Archivo de la Jefatura de esa ciudad.
En 1936 edita su obra de poemas gauchescos “Tacuruses”, obra que conquista un gran éxito y comienza a reeditarse en numerosas ocasiones desde entonces. Por ella recibe el premio «Ministerio de Instrucción Pública». Además, el Presidente Terra decretó que se distribuyeran 300 ejemplares de la misma por distintas Jefaturas Policiales del País, a la vez que ascendía a García al grado de sub-comisario. En 1940 pide el retiro del cuerpo policial y se radica en Montevideo.
Es de destacar la faceta de literatura infantil que le valió que muchas de sus obras de ese género fueran adoptadas por los organismos educativos como lecturas en liceos y escuelas del Uruguay.
Libros suyos fueron traducidos a varios idiomas: francés, inglés, portugués, italiano e yidis.
SUS OBRAS:
Tacuruses (1936)
En carne viva (1937)
Tierra amarga (1938)
Burbujas (1940)
Barro y Sol (1941)
Asfalto (1944)
Raíz y ala (1949)
Romance de Dionisio Díaz (1949)
Las Aventuras de Juan el Zorro (1950)
Agua Mansa (1952)
Flechillas (1957)
Los partes de Don Menchaca (1957)
El Totoral (Recuerdos de mi infancia) (1966)
Piquín y Chispita (1968)
Leyendas y supersticiones (1968)
Blanquita (Nuevos relatos de «El Totoral») (1969)
La vuelta del camino (1970)
Estampas uruguayas (1971)
Romance del 25 de agosto (1977)
Milicos, contrabandistas y otros cuentos (1986)
Ejemplo (Del libro “Tacuruses”)
Venga p’acá, m’hija. No me tenga miedo.
Venga que su tata no va’castigarla
ni va’echarle’n cara tampoco lo qu’hiso,
porque sabe cierto que no jué por mala.
Ya basta de yantos. Miremé de frente.
No tenga vergüenza de amostrar la cara,
que no es un delito darse por cariño,
y sentirse madre no es nunca una falta.
Venga y déame un beso. Su tata compriende
que usté ha cáido, m’hija, lo mesmo que tantas
que siendo inocentes, y humildes, y güenas,
s´entriegan enteras, en cuerpo y en alma.
Moso él, usté mosa, los das juertes, sanos,
yenitos de vida ricién aclarada,
no vido él querencia mejor que sus brasos
ni usté sol más lindo qu’el de sus miradas.
Campiando ese cielo que tuitos campiamos
-yevando’e baquianas a las esperansas-,
creyeron hayarlo juntando sus bocas,
y prendieron besos pa que s’estreyara.
Vino la dentrada de la primavera;
lucieron los cardos sus flores moradas;
bordonió el sumbido de los mangangases
y hubo contrapuntos de roncas chicharras.
Nació en los yuyales un aroma nueva
qu´el viento, travieso, mojó en las cañadas;
rosaos macachines garugó l’aurora y en los espiniyos colgó el sol sus brasas.
Se oyó en las cuchiyas relinchar los potros
qu´iban retosando tras de la yeguada;
y olfatiando el aire, y escarbando el suelo,
con ansia salvaje baló la torada.
Se vido a los pájaros andar en parejas,
juntitos los picos, abiertas las alas,
amostrando a tuitos su amor baruyento,
madurao a cielo, sol desnudo y alba…
Y ustedes sintieron juego en las alterias;
cada beso, entonce’, jué com’una brasa;
les hirvió po’adentro la juersa’el instinto,
y ansina cumplieron la ley más sagrada.
¡No yore, canejo! ¡Si Tata Dios hiso
al macho y la hembra pa que se ajuntaran,
y el cristiano, mesmo que cualquiera bicho,
debe hacer las cosas que Tata Dios manda!
No l’importe, m´hija, qu’el pago mermure
y ensucén su nombre los que la crén mala.
¡Pior que usté son esas que matan sus crias
pa poder asma seguir siendo honradas!
Cuando nasca su hijo, ¡que lo sepan tuitos!:
mamará en sus pechos, dormirá en su falda:
será su cachorro, nomás, ande quiera,
pues ser madre, m’hija. ¡no es nunca una falta!
Serafín J. García