Para nosotros es importantísimo hacernos querer y que el chiquilín sepa que lo queremos. Desde ahí se produce cualquier tipo de aprendizaje, porque nosotros aprendemos cuando queremos.
Sarita Ardaix
Sarita Ardaix es la directora del colegio Salesianos, pero su historia con la institución comenzó mucho antes. Desde los dos años, acompañaba a sus padres mientras ellos enseñaban a bailar el pericón a los alumnos del liceo. Aquellos primeros recuerdos, marcados por personas, encuentros y lugares, fueron los cimientos de un camino que la llevaría a convertirse en una pieza clave en la comunidad educativa.
No solo cursó la escuela y el liceo con los Salesianos, sino que su vínculo se extendió hasta la universidad en Roma, donde profundizó su formación dentro de la tradición salesiana.
El momento en que asumió la dirección del colegio fue resultado de un proceso natural. “En cierto período de la historia de este colegio, que es muy rica, los Salesianos se plantean la necesidad de compartir la gestión con laicos comprometidos. Fue entonces cuando el padre Enrique Bisio me preguntó si contaban con mi disponibilidad y dije que sí”. Así, aceptó el desafío de continuar con la misión educativa, acompañando a niños y jóvenes en su desarrollo.
Para Sarita, cada día en el colegio es una fuente inagotable de experiencias y aprendizajes. “Estar en el día a día del colegio para mí no es un trabajo, es una misión y es uno de los grandes regalos que Dios me ha hecho”, afirma con emoción. Su conexión con los estudiantes es profunda, y destaca la importancia de los distintos momentos de la vida escolar: la ternura y cercanía de los más pequeños y la energía y optimismo de los adolescentes, que aportan “una dosis impresionante de esperanza y confianza en lo que va a venir”.
Su filosofía educativa se basa en el sistema preventivo de Don Bosco, donde el vínculo con los estudiantes es clave. “Para nosotros es importantísimo hacernos querer y que el chiquilín sepa que lo queremos. Desde ahí se produce cualquier tipo de aprendizaje, porque nosotros aprendemos cuando queremos”. Es ese ambiente de familia el que, según ella, permite que la educación salesiana trascienda más allá del aula.
Para Sarita, el colegio no es solo un edificio, sino una comunidad de personas unidas por una visión común. “El colegio son las personas, son los gurises, la comunidad de educadores, las familias. Es la posibilidad de crecer juntos, de compartir nuestra fe y proyectarnos en la vida trascendente”. En un mundo que muchas veces prioriza la apariencia o los logros intelectuales, ella resalta el valor de la dimensión espiritual como el eje que da sentido a la existencia.

Estar en el día a día del colegio para mí no es un trabajo, es una misión y es uno de los grandes regalos que Dios me ha hecho.
A pesar de todo lo que han logrado como institución, siente que aún quedan muchos desafíos por delante. “Somos un colegio de innovación educativa y hemos puesto patas para arriba todo lo conocido, pero todavía tenemos fronteras hacia donde ir. Creo que podríamos hacer un gran aporte escribiendo nuestras experiencias y compartiéndolas con los demás”.
Finalmente, Sarita deja un mensaje inspirador para quienes valoran la educación: “Quisiera animar a todos los que siguen a ‘El Pueblo’ a valorar las experiencias educativas. Cuando uno atraviesa el umbral de una casa que se dedica a la educación, es otro el mundo que está detrás de esa puerta, y es un mundo riquísimo que tenemos que proteger entre todos, potenciar, cuidar, valorar y agradecer”.