Los familiares de las casi 3.00 víctimas acceden por primera vez al Memorial del de la Zona Cero
Obama homenajeó a las víctimas de los atentados del 11-S en los escenarios de los hechos
Los nombres de las víctimas de los ataques terroristas del 11 de septiembre resonaron ayer sobre la Zona Cero y con la inauguración del nuevo Memorial a los caídos se alejaron los fantasmas de que el lugar se convirtiera en un cementerio en el corazón económico de Manhattan, a dos calles de Wall Street, y con la Estatua de la Libertad a golpe de vista desde la orilla del río Hudson.
El cielo con el que amaneció la ciudad no era el cristalino que lucía aquel trágico martes de hace diez años. Aunque un hermoso día se convirtió en el más terrorífico de la historia de Estados Unidos.
Unas pocas nubes robaban protagonismo al sol, la única nota que las fuerzas de seguridad de la ciudad no han podido controlar. Desde la madrugada, la zona ha quedado blindada. Salir o entrar era imposible si no se disponía de un pase de prensa o un brazalete que identificara como cliente de alguno de los hoteles cercanos. El Bajo Manhattan se preparaba así para recibir no solo a uno si no a dos presidentes cruciales en la crónica norteamericana. Barack Obama aterrizaba en el helipuerto de Wall Street junto a su esposa Michelle y se unía a George W. Bush y su mujer Laura en el llamado , el nombre que se ha dado a los dos estanques que se han erigido sobre las huellas que dejaron las dos torres al derrumbarse.
Vestidos de azul oscuro ellos y de riguroso negro ellas, las dos parejas saludaron a familiares de las víctimas y algunas autoridades. Juntos, los cuatro se acercaron al borde de uno de los dos estanques, bordes sobre los que se han inscrito en bronce los nombres del total de las 2.983 víctimas que murieron en Nueva York, Washington y Pensilvania así como los seis fallecidos en el ataque al World Trade Center en 1993 por la explosión de un camión bomba.
No fue un día para discursos políticos. La ceremonia de Nueva York era la pieza central de un día de recuerdo en todo el país. Era la oportunidad de reflexionar sobre la década que ha cambiado Estados Unidos, la vida de sus ciudadanos, con dos guerras todavía en marcha y viviendo bajo la amenaza constante de poder volver a ser atacados de nuevo.
El presidente Obama eligió el salmo 46 para sus palabras de reflexión -que pronto se convertía en trending topic en la red social Twitter-, aquel que habla de Dios «como nuestro refugio y fortaleza. Nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque desaparezca la Tierra y se traspasen los montes al corazón del mar». Concluye el salmo con algo que ya advirtió George W. Bush al enemigo Al Qaeda: «El Señor está con nosotros».
La lectura de los nombres de los fallecidos proseguía, solo interrumpida por los seis minutos de silencio que han existido a lo largo de la mañana. A las 8.46; a las 9.03; 9.36; 9.59; 10.03 y 10.28. Un minuto por cada uno de los cuatro impactos de cada avión y otros dos por el colapso de cada una de las Torres.
George W. Bush contenía difícilmente las lágrimas. Su esposa las dejó rodar por sus mejillas.
Cuando el expresidente accedió al podio para pronunciar sus palabras fue recibido entre un gran aplauso que solo fue contenido por la gravedad del momento. Bush eligió al presidente Lincoln para su breve discurso y leyó una carta que el unificador del país envió a Lydia Bixby, quien perdió a cinco hijos en la guerra civil norteamericana -sobre esta carta existe controversia, hay quien cree que fueron solo dos, entre otras cosas-. El mensaje de la misiva era el mismo que está vigente hoy: los sacrificados por la patria están en «el altar de la libertad».
Después de la visita a Nueva York, Obama rindió homenaje con una corona de flores a las 40 víctimas del 11S. Después se han dirigido hacia el Pentágono, para realizar otra ofrenda floral en el tercero de los escenarios de aquellos ataques. 184 personas murieron al estrellarse en ese punto el tercer avión secuestrado.
«Espero que mi padre esté orgulloso»
El décimo aniversario de la tragedia estuvo lleno de testimonios desgarradores, por ejemplo, durante la lectura de los nombres en la Zona Cero de Nueva York y al hablar con los familiares de las víctimas. A los parientes se les permitió por primera vez el acceso al Memorial, una vez que los mandatarios políticos abandonaron el centro de la ciudad.
Peter Negron tenía 11 años el día que su padre moría en el piso 88 de la Torre Norte. No ha pasado ni un solo día sin que le recuerde y dijo cómo intenta transmitir a su hermano pequeño la memoria y las lecciones aprendidas de su progenitor. «Aquel día decidí convertirme en un forense científico», dijo. «Espero que mi padre esté orgulloso de los dos jóvenes hombres en que nos hemos convertido mi hermano y yo. Te echo mucho de menos, papá». No pudo reprimir las lágrimas.
Sobre los nombres de los muertos se recuesta una niña de 11 años. Viste de rosa. Un enorme lazo blanco recoge su pelo. Primero ha paseado el dedo sobre uno de los nombres. Impasible. Sólo acariciaba el nombre. Luego se ha recostado sobre la fría losa y ha permanecido así largo rato. Su madre lloraba al lado.
El presidente de EEUU, Barack Obama, y su predecesor, George W. Bush, pasean junto a sus esposas por el Monumento al WTC, en la conmemoración del 10º aniversario del 11-S.
Familiares de las víctimas visitaron el monumento por primera vez.
La década que alumbró el ocaso
La torre norte de World Trade Center colapsó más de una hora después del ataque terrorista.
Diez años después del 11-S, Al Qaeda ha fracasado en su objetivo y EE UU es un país más seguro, pero la superpotencia no ha podido evitar entrar en declive.
Es difícil decidir si el mundo cambia en un instante o los grandes momentos históricos son solo el exponente de un proceso largo y profundo que discurre en su mayor parte invisible. Cuesta determinar si el 11-S transformó Estados Unidos o fue el catalizador de un declive ya inevitable desde antes. Los 10 años transcurridos desde aquel ataque han corroborado, en todo caso, que la gran superpotencia se agota. No solo sufre para seguir asumiendo en solitario su papel de guardián universal de los valores que defiende, sino que pierde terreno en la competencia con otras naciones en un nuevo siglo que deja de ser exclusivamente americano.
No es eso mérito de los terroristas que estrellaron los aviones. Estados Unidos no ha perdido la guerra contra el terrorismo. Quizá no la ha ganado, ni nunca lo hará porque proponerse exterminar el terrorismo es como proponerse acabar con el mal, una causa perdida de antemano. Pero este es un país más seguro hoy que hace 10 años, mientras que los terroristas que lo atacaron están al borde de la extinción y su líder, Osama bin Laden, muerto. Al Qaeda no doblegó a EE UU ni, a la larga, ha debilitado su sistema democrático. Al Qaeda fracasó en su misión y ha sido derrotada militar, política y moralmente, como demuestra, entre otras cosas, el reciente alzamiento popular en el mundo árabe.
Aunque el secretario de Defensa, Leon Panetta, advertía hace pocos días de que «el riesgo de un atentado sigue siendo muy real», EE UU está mejor defendido, sus enemigos están acorralados y el terrorismo islámico no es hoy la principal preocupación de los norteamericanos. No es ese el motivo de su pesimismo actual ni la causa de la fatiga de su país. Tanto el desánimo como los síntomas del ocaso son estrictamente made in USA.
Sin embargo, existe una conexión entre el ataque del 11 de septiembre y el comienzo del declive norteamericano que no es solamente circunstancial y que resulta esencial para comprender la situación de este país 10 años después. Primero es necesario, no obstante, establecer, en los términos apropiados, la decadencia ocurrida en este periodo.
Esta puede ser una década trágica en la historia de EE UU, en el sentido de que ha cedido parte de su poder, pero en absoluto es una década perdida. El país ha progresado enormemente en este tiempo. La aportación de la ciencia norteamericana ha sido decisiva para el desarrollo de la investigación genética, la creación de vida artificial o los descubrimientos astronómicos. Las nuevas tecnologías de Internet, con el encumbramiento mundial de la marca Google y la consolidación de redes sociales como Facebook o Twitter, han abierto nuevos horizontes a la comunicación y le han dado un poderoso instrumento de expresión a ciudadanos de países que sufren el silencio impuesto por las tiranías. Millones de inmigrantes se han sumado a la búsqueda del sueño americano, atraídos por una economía que sigue siendo, con gran diferencia, la mayor y más sólida de un solo país. El reciente ataque a Libia demostró que los medios militares norteamericanos son todavía inigualables y que la OTAN no sobreviviría sin la dirección y la aportación estadounidenses. Al mismo tiempo, la presencia de la flota y las tropas norteamericanas sigue siendo esencial en la contención de países como Corea del Norte o Irán y para el mantenimiento de un equilibrio pacífico en los cinco continentes.
En estos 10 años, también la sociedad norteamericana se ha modernizado interiormente, ha crecido el respaldo popular a causas como la protección del medio ambiente o el matrimonio entre homosexuales, y ha sido testigo de una impresionante movilización política de los jóvenes que permitió la elección del primer presidente negro de la historia del país, Barack Obama.
Los progresos son evidentes en otras áreas sociales, culturales, económicas y políticas: la comunidad hispana está mejor integrada -una latina ocupa por primera vez un puesto en el Tribunal Supremo-, ha crecido extraordinariamente el índice de lectura gracias a la implantación de los soportes electrónicos, la renta per cápita de los norteamericanos ha aumentado en más de un 25% y, pese a la actual etapa de división partidista, el sistema democrático ha sabido regenerarse después de unos primeros años en los que la Administración de George Bush lo puso contra las cuerdas.