¿Quién puede dudar que la política y el fútbol no van de la mano? Ambas actividades hacen a la idiosincrasia del ser humano. A nuestra propia existencia. Un muy alto porcentaje de los humanos son perversos. Gozan cuando al otro le va mal en la vida. Sacan a relucir de sus entrañas el odio, la envidia, los celos, el egoísmo. Si es en el plano político, estamos esperando que al gobernante de turno le vaya mal para sentir felicidad. Esperamos que tras un traspié, en seguida venga uno más. Así es nuestro día en la política. Como no somos del partido de turno que gobierna, le deseamos una mala gestión. El ser humano es complejo. Somos complejos. Por nuestro modo de ser, por nuestro temperamento, por nuestra personalidad, por nuestras particularidades. Si hablamos de fútbol, es exactamente igual a la política. Estamos esperando que al club rival le vaya mal, que toque fondo para sentir placer. Un placer morboso. Una forma de sacar a relucir lo más perverso del ser humano. Aflora desde las entrañas de nuestras humanidades el odio y la maldad. El gozo y el beneplácito ante la adversidad que golpea al otro, el cual no profesa mis mismos sentimientos. Un alto porcentaje es feliz viendo al otro sufrir. Esos mismos, después no se explican cómo la saliva propia, hace impacto en su propia mejilla.