En la obra en la que está trabajando en la actualidad (en Montevideo) todo el mundo lo llama “Beco”, pero en Salto y en Constitución lo conocen por “Pato”. Se trata de Jorge Olivera, un afable albañil querido por todos, con una experiencia en el oficio desde adolescente, que dialoga y se ríe con todos sus compañeros.
Afincado en el barrio Aires Puros desde hace unos veinte años con su compañera de la vida, disfruta de sus hijos, nietos y bisnietos. En un alto en sus tareas compartió para esta sección semanal Al Dorso sus anécdotas y experiencias referidas a un Salto del pasado, que lo encontró de “peludo” (cortador de caña) en El Espinillar, custodia en la represa de Salto Grande y en las canchas de fútbol defendiendo a su querido Club Palomar. De hablar pausado, se emociona cuando recuerda a su padre militar, y repasa nombres propios de amigos que incluso lo acompañaron en su travesía de irse a trabajar a Buenos Aires cuando tenía 17 años.
DE VILLA ESPAÑA
Nació en Salto el 5 de setiembre de 1955 en pleno barrio Villa España, en calle 6 de Abril entre Invernizzi y 15 de Noviembre, zona donde aún vive su madre (que en diciembre cumple 92 años) y sus cuatro hermanos. En dicho barrio vivió su infancia. “Fui al colegio Parroquial del Cerro y luego a la Escuela 64”. Es “el más chico de 5 hermanos”. Empezó a trabajar “como a los 13 años” junto a su padre, que era militar, se jubiló y “estuvo encargado del mantenimiento de una estancia como 20 años en el interior de Salto”. Menos las tareas propias del campo Olivera hizo de todo siempre en lo que tiene que ver con aspectos de la construcción: albañilería, galpones, corrales, cabañas.
Por suerte su familia siempre estuvo bien: “tuve una infancia que muchos gurises del barrio no tuvieron, Reyes, no pasé miseria para comer”.
Recuerda la famosa inundación del ’59 donde “medio Salto quedó bajo agua”. Jugó en Palomar en “tercera Extra” y recuerda amigos de aquel tiempo: Ernesto Jaume, (el negro) Macedo, Vela”. En su infancia y adolescencia recuerda “los campeonatos relámpagos en el Parque Solari los domingos con seis o siete cuadros”.
Mencionó “los bailes de Ferro Carril, Salto Uruguay, Universitario, Nacional, con orquestas en vivo, como el GrupoManzana”. Recuerda el Parque Harriague con “terraplén de pasto y escenario sin anfiteatro”. “En carnaval se hacían 24 bailes seguidos todos los días. Yo llegué a ir a 23 seguidos. Iban orquestas de todo tipo: Los Wawancó, Iracundos, los Ángeles Negros”.
Su padre era militar: “era excelente, igual que mi madre. Nunca nos levantaron la mano. Era como un hermano”, nos dijo visiblemente emocionado por el recuerdo de alguien que lo marcó mucho en su vida.
CUSTODIA DE LA REPRESA
A los 20 años hizo “el curso en la Marina (en Montevideo) y trabajó (durante dos años) “en la custodia de la represa de Salto Grande, en plena construcción (estaba cortado el río Uruguay del lado uruguayo)”. Le tocaba revisar los “ómnibus del personal que trabajaba y los almacenes generales”. Custodiaba “la plata de los sueldos. Volcaban todos los paquetes con millones de pesos arriba de una mesa, la tapábamos con un mantel y nos quedábamos toda la noche cuidándola. Nunca robaron nada. Era mucha plata porque eran 5 mil personas y sueldos internacionales. Cada vez que pagaba Salto Grande la ciudad era una fiesta”. En el complejo se trabajaba “las 24 horas en tres turnos”. Estuvo presente en episodios importantes: “cuando cayó un Terex (camiones articulados de gran tamaño) al río y un día de tormenta la pluma (grúa torre utilizada para construcciones grandes) decapitó a un obrero que era de Constitución’.
PELUDO EN
“EL ESPINILLAR”
Trabajó en el (Ingenio Azucarero) “El Espinillar”, ubicado en las cercanías de Villa Constitución. Empezó cortando caña y después ingresó en la parte técnica como albañil. Recordó esa “época, donde todo Constitución y Belén trabajaba” en el lugar. Dejó porque no le iba el “rol” por el cual le daban la presupuestación. Ganaba 1.800 pesos por mes. Recuerda haber hecho las oficinas de El Espinillar en Salto, “a la vuelta de la sede de Ferro Carril”.
Como cualquier peludo Olivera recordó aquella “época donde nos daban el tablón (pedazo de tierra con caña) quemado. Lo que hacíamos era cortar, despuntar, enmonar y sacar para afuera. Levantábamos el mono con un peón, que era un pedazo de palo curvado para meter por abajo, lo llevabas al hombro y salíamos de la mitad del surco a veces con el barro hasta la rodilla. Entrabas blanco y salías negro y todo mojado en pleno invierno”.
Vivió un tiempo en Constitución, de donde es su señora y donde tiene muchos amigos. En aquellos tiempos la vida era difícil: “para conseguir agua potable mis cuñados acarreaban un tanque de doscientos litros tirado por un caballo”.
Los funerales de Perón
El “Beco” (como se lo conoce en Montevideo) cuenta que a los 17 años se fue a Buenos Aires (Argentina) con un “par de amigos conocidos del fútbol”. En esos años “todo el mundo se iba a la Argentina y surgió la idea de ir a probar”. Eran tiempos políticos de dictadura “allá y acá”. Se fue con tres amigos más del barrio: “Ernesto Jaume, Comini y Brizuela”, recuerda. Sus padres no sabían que se iba. “Me fui y luego avisé. Consiguió que un marinero lo dejara pasar a Concordia por un día y no volvió.
Trabajó en Buenos Aires cerca de dos años: “hacía de todo, de mozo, de pintor, pero no hice un peso. Trabajé de sereno en una obra (cuidando andamios) en la que trabajé de día. Vivíamos en una pensión en calle Camacuá 134, en Flores. Luego nos fuimos a Once”. Recordó los funerales de Juan Domingo Perón, que lo encontraron en la capital porteña, en julio de 1974. Observó toda la ceremonia fúnebre: “la gente pasaba frente a donde vivía, rumbo al Congreso, donde lo velaban. Toda avenida Rivadavia, desde el Congreso hasta la Virgen de Lourdes estaba lleno de gente. Además llovía impresionante”.
EN MONTEVIDEO
Olivera tiene tres hijos, cuatro nietos y dos bisnietas (gemelas) y se vino a Montevideo hace 34 años. Trabajó más de 12 años por su cuenta: “recorrí casi todo Montevideo, Malvín, Carrasco, Barrio Sur, Ciudad Vieja, Colón, Cerrito de la Victoria, Lezica, entre otros. También trabajé en varias obras y lo sigo haciendo”. “Al comienzo viví en una pensión cerca del (Hospital) Pereira Rossell, en Brandzen y Bulevar, eran 80 piezas. Vivíamos en una pieza con mi señora y mis dos botijas más grandes. Después me fui a la casa de un cuñado y a un garaje en Pocitos. Luego trabajé en una inmobiliaria por mi cuenta”. Actualmente vive en Aires Puros, en una casa que compró siendo una casilla de madera, y sobre la cual está haciéndole unas reformas, que espera estén prontas antes de fin de año.
De oficio albañil
“Me revuelvo como oficial albañil, no me jacto diciendo que puedo ser capataz general. Con 58 años que tengo sigo aprendiendo todos los días” nos dice nuestro entrevistado. “Tuve la suerte que las cuadrillas que he integrado en los distintos trabajos han sido buenos grupos de personas donde cultivamos el compañerismo, nunca hubo lío.
Olivera considera que el venirse a Montevideo lo hizo madurar. “En Salto tenía todo, pero venirme con una caldera y una frazada, con mujer e hijo chico fue un gran desafío. Cambié completamente. Mi mujer trabajó años de empleada doméstica”. Reflexiona al decirnos que “si hubiera seguido en Salto sería una bala perdida”.
“No extraño Salto, al contrario, voy y extraño Montevideo. Será por el movimiento que tiene Montevideo. Te acostumbras acá”. Desde que se vino a Montevideo ha vuelto solo 4 veces a Salto. “Me quedo en la casa de mis hermanos y de mi madre, que viven en la misma cuadra en Villa España.
FAMILIERO
Manifestó sentirse orgulloso de sus “hijos”, alguno de los cuales trabajan en el mismo sector (la construcción) en el que su padre tiene un oficio consolidado. “Mi señora es excelente” se adelanta a decirnos cuando le preguntamos por su compañera de la vida. “Le das 10 pesos y no le pidas 1 porque no te da”, resaltando la importancia de ella en la economía del hogar.
Si pudiera se iría todos los fines de semana a cazar y a pescar: “voy con la familia”, conoce varios lugares del país por ese motivo: Rocha, Sarandí del Yi, Aguas Corrientes, Parador Tajes, Kiyú. También le gusta la cocina: “en mi casa la mayoría de las veces cocino yo. Hago de todo, lo que pidan, incluso fui cocinero en una gran obra que se construyó sobre Avenida Italia hace unos años.