Testimonios de personas que han atravesado por la experiencia de tener Covid 19 hay muchos. Hay quienes lo han sufrido menos y otros más. Cuando se habla del tema con Óscar Eduardo de Medina (57 años), empleado en Gomería Viana, su testimonio es impactante y se comprueba que la suya fue una experiencia repleta de angustia y desesperación. Cursó la enfermedad entre fines de abril y comienzos de mayo, es decir, cuando la sensación en todo el país no era otra que la de muerte. Apenas a modo de dato, vale decir que pasó de 70 a 45 quilos.

«Empecé con los síntomas el miércoles 21 de abril, me sentí mal pero leve, jueves y viernes fue mucho más fuerte, sábado fue un dolor impresionante en el cuerpo, andaba como en el aire. Mal…mal. Trabajé igual esos días, llegué a mi casa, me di un baño y me encerré, no quise que nadie entrara. Ahí les pedí a mis hijas que llamaran al CAM, llamaron todo el sábado, el domingo, y a media tarde del domingo atendieron y me dieron fecha para el hisopado para el martes 27 a las 2 de la tarde. Fui a hacerme el hisopado y a las 5 de la tarde me mandaron un mensaje diciéndome que era positivo. De ahí en más me encerré y seguí con todos los síntomas, muy mal».
Cuando se le consulta exactamente qué sentía cuenta: «Vivía en un mundo totalmente separado. Él (el virus) te lleva, te hace de él, te hace alucinar cosas, ves cosas que no querés ver porque no querés estar en ese mundo. Así estuve hasta el viernes. Me atacaron dolores muy fuertes en todo el cuerpo, como si me metieran un cuchillo en la frente y me lo sacaran en los pies, y que me cortara todo por dentro. Es como si el virus me trabajara toda la noche, caía el sol y empezaba. Era como si fuera una película de terror y yo el protagonista. Veía cosas que no quería ver y por supuesto sentía cosas que no quería sentir. Eso fue hasta el jueves, que en la tardecita empecé a sentir falta de oxígeno y les pedí otra vez a mis hijas que llamaran al CAM. Era toda mi familia llamando y no atendían el teléfono… Entonces le avisan a mi patrón y él se comunica con la Cardio. Bueno, ahí sí me di cuenta que me estaba muriendo; me moría, yo estaba sentado en la cama pero me acosté y me entregué… Dije: llevame, si querés llevame. En ese momento escucho que dicen: llegó la Cardio. Ahí sí fui otra persona. Aunque ahí ya había reaccionado un poquito, hasta ese momento yo no sabía ni quién era. Por eso decía que me hizo vivir en un mundo diferente, en su propio sistema. Llegó la Cardio y le pedí por favor al doctor que me diera oxígeno. El doctor me habló: no, espere un poquito, me dijo, va a respirar junto conmigo, yo le voy a enseñar a respirar, vamos a respirar juntos y tranquilos, yo no le puedo dar mucho oxígeno, tengo que darle el necesario. De ahí me llevaron al CAM, me pusieron circuito, me sacaron sangre y me quisieron hacer una placa parado, pero yo no podía, me caía…».
Vino después el momento de estar internado unos días en Sanatorio Panamericano, y entonces prosigue el relato de Óscar: «Agradezco a los doctores y enfermeros, porque ellos dan la vida y luchan por salvarte la vida. Me acostaron y me dijeron: usted no se mueva, usted no haga nada, nosotros vamos a hacer todo lo que usted necesite. Empecé con remedios, que gracias a Dios mi cuerpo los aceptó bien, y por eso salí adelante. Porque a veces escuchaba el griterío y le preguntaba a la enfermera qué pasaba y me decía: falleció uno, fallecieron dos… Es terrible. Hay gente que dice: se dejó estar y se murió. No, yo le aseguro que es mentira, nadie se deja estar, nadie se quiere morir, pero sabés que te estás muriendo».
Y el momento en que regresa a su domicilio: «Cuando vieron que ya estaba mejor me dijeron que ya me iban a dar de alta, pero que tuviera cuidado porque seguía contagiando. Entonces no me puedo ir, les dije yo. Y me contestaron: pero estamos saturados y necesitamos el lugar, a usted ya lo vieron tres doctores y está mucho mejor, ahora precisamos el lugar para otro paciente, estamos desbordados. Igualmente me explicaron que me iban a instalar con todo en mi cuarto: con remedios, con respirador, todo. Yo no quería, tenía miedo de volver a casa, pero el doctor me habló muy bien y acepté. Pero cuando me traían en la ambulancia le dije al chofer: vuelva para atrás que no puedo respirar. Me dijo que me acomodara en la silla, que me sacara un poquito la cápsula, y bueno… Otra cosa que te cuento es que no podía dormir de luz apagada, ni acá ni en el Sanatorio. Estuve un mes que dormía solo de luz prendida, si la apagaba parecía que me enloquecía».
Uno debe suponer que el miedo en quien está viviendo una situación así, es fuerte. Óscar lo explica así: «El miedo se siente principalmente al estar solo. Tenés el timbre por si necesitás algo, pero ese lapso de la madrugada por ejemplo, donde no entra ni una enfermera y no tenés ni un familiar cerca, hace que te sientas muy solo. Y es bravo estar solo… Es lo más difícil. Por eso capaz hay gente que se entregó, o tuvo miedo, porque el miedo es constante, el escalofrío que te pasa por el cuerpo es terrible, porque sabés que te estás muriendo. Y te diría que conocés la muerte».
En cuanto a las secuelas que aún hoy, ya pasados varios meses, siguen haciéndose sentir, dice el entrevistado: «Las secuelas quedan sí, muchas, yo siento fatiga, dolor en las piernas y se me está cayendo mucho el pelo, impresionante como se me cae, voy a quedar calvo en unos días nomás. Además me quedó muy frágil la memoria; voy a tener que empezar a anotar todo para no olvidarme; y también la vista, tuve que volver a cambiar los lentes que había cambiado muy poco tiempo antes de enfermarme».
¿Óscar era de las personas que previamente siempre se cuidó o descreía de la enfermedad? Así respondía: «Siempre me cuidé. Siempre usé hasta doble tapa boca. Por mis conclusiones, yo saco cuenta que me contagié por la plata, por el dinero o por la tarjeta. Si bien usaba alcohol en gel, saco esa conclusión. Tenía la vacuna y me faltaban 5 días para la segunda dosis. Siempre le tuve miedo, sobre todo porque se fue mucha gente conocida y muchos amigos, incluso que no tenían ninguna patología y esta enfermedad se los llevó, así que miedo siempre le tuve a esta enfermedad. Sentía mucho miedo a perder la vida y ya no poder estar junto a mis hijas».
Este hombre es un agradecido; insiste todo el tiempo con esa idea. No solo agradecido al personal de la salud, dice también que sus patrones Héctor Luis y Juan Diego Rodríguez, así como sus hijas María Estefanía, María Florencia y María Victoria, junto a su madre Erminda Martínez, «son personas que nunca me abandonaron», y agrega: «Vivo con mi madre, que tiene 84 años, y gracias a Dios no la contagié ni a ella ni a mis compañeros de trabajo… Soy un agradecido a Dios y a todos los Santos y Vírgenes por estar vivo, salí adelante por ellos y porque la luché, la peleé».
En lo psicológico y emocional también quedan secuelas, Óscar lo admite y comenta: «La doctora que me llamaba todos los días me dijo: en dos o tres meses te voy a mandar a un psicólogo. Yo le dije que no precisaba, pero después me di cuenta que sí, que es necesario. Hay noches que uno se desvela y revive todo, paso por paso, sin que se olvide nada, entonces uno se pone triste, piensa en la familia… y se caen las lágrimas…».
JORGE PIGNATAR