Hace una semana, esta contratapa hablaba de la situación de la Cultura en Salto, de «los pro y los contra» de tener o no tener de forma autónoma un Departamento de Cultura en el organigrama de la Intendencia. Fue entonces que –confesamos que no lo esperábamos- fueron muchísimos los mensajes que recibimos de lectores que aportaban un dato u otro, una u otra opinión sobre el tema. Fue así que decidimos escribir una segunda parte de aquella reflexión, pero será seguramente dentro de siete días.
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Sucede que de alguna manera se impuso otro tema por estos días. Un tema que mucho tiene que ver también con lo cultural, con las estructuras culturales en general y mentales en particular que llevan a muchos a pensar -¿o simplemente a decirlo porque «queda bien»?- que la muerte redime de lo que sea a cualquier persona. Hablamos por supuesto de la muerte del jugador número 10 más famoso del mundo: Diego Armando Maradona.
Pero veamos antes, que no precisa salir de nuestro pequeño ambiente para comprobar lo que a veces parece significar la muerte: de una pareja de personajes populares de Salto, hace pocos meses fallecieron ambos y poco menos que se pudo haber escrito una novela con tanta cosa que por allí se escribió. Que la fuerza del amor buscó la muerte… que se fue porque lo extrañaba… que se dejó morir por amor… etc., etc. Claro que, salvo excepciones (como el de una psicóloga que escribió: «Cada día más convencida que si te morís, se le borra la memoria a la mayoría, parece que dejás de ser violento, abusador, y romantizás el amor… pobre mujer, se murió porque le llegó el momento, nada más…»), ni los más defensores del feminismo o más fervientes luchadores contra la violencia de género se acordaron que él la golpeaba, que él la insultaba, que él la ridiculizaba ante la gente, o que juntos protagonizaban a veces y a la vista de todos las escenas del peor degeneramiento. Pareciera que el ser popular perdona todo. Pareciera que también la muerte, y más si se trata de alguien famoso.
Sin embargo, nuestra visión no es esa. Es, contrariamente, que la muerte no redime de todo, o quizás de nada. Apenas enterados de la muerte de Maradona, y apenas empezaron a surgir miles de comentarios en todas partes, nos surgió esta reflexión: «Porque sigue promocionando incluso a los que ya estaban muertos antes de morir; por eso la muerte es el mejor sponsor. Pero no redime. Ni al que hizo de la droga un culto. Ni al que no quiso reconocer a la mayoría de sus hijos y se llevó pésimamente con los que sí reconoció. Ni al mal ciudadano que defendió a los más nefastos dictadores latinoamericanos. Ni siquiera – si tan solo ese hubiera sido su «pecado»- al autor del gol más viciado de nulidad en la historia de los mundiales. No redime la muerte al que escudado en jugar bien un deporte, fue un muy mal deportista. Menos al que dedicó buena parte de su vida a grabar videos donde exhibirse desnudo. El Rey de la Pornografía en su momento. Es que el dinero le permitía todo, o casi. Hasta explotar sexualmente a menores de edad y además, hacerlo público, porque el dinero, más los aplausos consecuentes parecían perdonarlo. ¿Es posible que se lo compare con Dios? ¿Es posible que su país le rinda honores iguales a los de sus más brillantes personalidades? A quien fuera una figura pública dueña del más pésimo ejemplo para la humanidad, no lo redime saber jugar a la pelota o nacer en un barrio pobre. Tampoco la muerte».
Entendemos que lo mejor hubiese sido recordarlo simplemente como un brillante futbolista, que lo fue. Como un artista del malabarismo con una pelota, que lo fue. Y punto. Todo lo demás que se dijo, que puede sintetizarse en haberlo elevado a la categoría de Dios, es lo que obligó a muchos a tener que explayarnos en comentarios como el del párrafo anterior, que por supuesto nadie desearía hacer.
Pero además, ¿de verdad creen algunos que «nunca habrá otro igual»? ¿Esa es la poca esperanza que damos a los miles de gurises que sueñan con ser algún día una estrella mundial del fútbol? Al revés, a esos gurises tenemos que decirles que sí pueden llegar a ser los mejores del mundo; de lo contrario, ¿no es matarles la ilusión? ¿No es desanimarlos en el entrenamiento y el esfuerzo de cada día? Esto nos hace acordar a Gardel.
Nos duele cuando se dice de él que «cada día canta mejor». ¿Qué esperanzas les damos así a los niños y jóvenes que pretenden hacer carrera en el canto y que tienen para eso la vida por delante, si alguien que ya murió hace ochenta y cinco años canta cada vez mejor? Dijera Landriscina: «un poco descabellado el asunto».
Leíamos estos días una «Carta de un ciudadano argentino» que sinceramente nos impactó. Se puede o no estar de acurdo con su contenido, pero al menos para ponerse a pensar, es muy válida y oportuna. Es la siguiente:
«Sinceramente nunca pensé en agradecerte algo que no tenga que ver con el fútbol, pero hoy siento que debo hacerlo.
Gracias Diego por mostrarnos lo que somos, por desnudar el gobierno que tenemos. Por dejarnos en claro que tenemos un país que cuando nuestros abuelos agonizan y no tienen acceso a una ambulancia, vos tuviste once ambulancias paradas en tu casa por horas.
En un país donde la policía no dejó circular a una nena con cáncer y su padre la tuvo que alzar en brazos cinco quilómetros, vos tuviste cientos de policías haciendo una caravana para llevarte a la Casa Rosada. Un país donde miles de personas (me incluyo) no pudieron despedir ni velar a un ser querido pero vos tuviste una despedida multitudinaria y descontrolada. Sí, es el mismo país donde este Presidente nos tuvo encerrados nueve meses e hizo quebrar miles de empresas, donde muchos quedaron varados sin poder llegar a su hogar y donde tantos otros murieron en soledad, porque había una pandemia mortal.
Gracias Diego, por permitir que se muestre a flor de piel estas dos Argentinas: una para famosos y políticos donde todo vale y otra para los ciudadanos comunes que tenemos que cumplir las reglas de aquellos que no las cumplen.
A vos que te gustaba sacarle la careta a todo Diego, hoy le sacaste la careta a la cuarentena y al gobierno que apoyabas. Q.E.P.D.».
Nosotros no somos partidarios de comparaciones rápidas. No comparamos a Maradona ni con Alfonsín ni con Favaloro, como muchos hacen por estos días, para observar el comportamiento de los argentinos ante la muerte de uno y otro.
Tampoco en el plano futbolístico creemos oportuna la comparación Maradona – Pelé. Es evidente que Pelé ganó más campeonatos (mundiales y otros), hizo más goles, etc., etc. Pero el fútbol es una pasión y en cuestiones pasionales poca cabida tiene la frialdad de los números.
Entonces hay que reconocer que la popularidad de Maradona, para bien o para mal, fue muy superior. Que en amores y odios que despertó en las multitudes, el argentino sobrepasó al brasileño. En definitiva, fueron diferentes, cada uno tuvo cosas que el otro no.
Por ejemplo, Pelé no apeló a las drogas, ni siquiera a algún fármaco (doping) para sacar una ventaja en un partido; el otro sí optó por hacer trampa con ello y jugar sucio. Decir esas cosas, ¿es juzgar? Puede ser. Pero si recordar ese tipo de cosas es dañino, más lo es intentar justificar los terribles abusos que alguien pueda cometer con el hecho de que nació en una villa, o que jugaba bien a la pelota, o que en un momento fue el mejor futbolista del mundo. Es más dañino ya no para él, porque ya no está, sino para todos aquellos que ahora miren su figura y puedan pensar: ¿qué importa si me drogo?, ¿qué importa si vivo alcoholizado?, ¿qué importa si me destruyo física y espiritualmente y además destruyo a mi familia?, ¿qué importa si no me ocupo de mis hijos y ni siquiera los reconozco?, ¿qué importa si exploto sexualmente a menores en terribles orgías que además divulgo en videos?… ¿qué importa? Si total…fulano hizo todo eso y mucho más y ahora que murió, es Dios.
¿Ese es el mensaje? Muy triste.
Contratapa por Jorge Pignataro