A veces hablar de «valores·» intangibles, parece hablar de cosas intrascendentes o difíciles de entender. ¿De que hablan?, hemos escuchado en más de una oportunidad cuando se hace referencia a los valores morales, éticos, espirituales.
Pareciera que hablamos de cuestiones que no tienen nada que ver con la realidad nuestra de todos los días, sin embargo, estamos hablando nada menos que de las bases de la convivencia.
Cuando se aplican productos químicos a la tierra y no importa las consecuencias.
No importa que los residuos de estos productos sean capaces de provocar terribles males, como las malformaciones en animales y hasta en los bebés por nacer.
No importa que la tierra vaya perdiendo fertilidad hasta convertirse en desértica, con el paso del tiempo.
No importa que los cursos de agua se vayan paulatinamente envenenando con estos productos que permanecen en el ambiente durante muchos años y matando toda la vida acuática.
Lo que «sirve» para quienes así piensan sólo es sacar el máximo provecho a la tierra, el agua o cualquier otro recurso que generosamente nos ha dado la naturaleza y ellos usufructúan circunstancialmente, aunque esto signifique a determinado plazo la muerte de ese recurso,
Esta es la filosofia del «hacé la tuya…», que insólitamente hemos sentido pregonar hasta en campañas de publicidad.
Pero hay una realidad que nos toca más de cerca aún, cuando seguimos usando y tirando «alegremente», materiales que se van acumulando y degradando el ambiente, nos referimos a los plásticos, las bolsas de nylon, las «pilas» y otra basura electrónica, entonces estamos prestándonos a destruir «nuestra casa», que es el planeta, el único habitable en el mundo, hasta el momento.
El hombre es el principal depredador de la naturaleza.
Cuando como comunidad dejamos pasar tranquilamente estas actitudes, sin denunciar, sin protestar públicamente, sin pararnos ante tamañas transgresiones, o sencillamente rechazar los materiales que sabemos nos harán un daño grave a la larga, nos estamos prestando a las acciones de estos inescrupulosos.
Es probable que las peores consecuencias de estas acciones no las suframos nosotros, pero si nuestros hijos y sus descendientes.
Para entender esto y asumir a tiempo lo que nos corresponde, es necesario tener precisamente valores como la responsabilidad social imprescindible para educar, exigir y llegado el momento sancionar, a quienes obran inmoralmente con nuestro habitat, la naturaleza .