Siempre hemos luchado para lograr que el que daña o estropea un bien ya sea de la comunidad o de alguien en particular debería de pagar por ello. Y el condicional está usado a propósito por la sencilla razón de que entendemos que en estos momentos no lo hace.
Siempre hemos luchado por los denominados “impuestos verdes”. Vale decir que quien daña el medio ambiente, sea de la forma que sea, debería no sólo hacer frente a la reparación, sino además de recibir alguna otra sanción.
Cuando esto hemos sostenido se nos ha “amenazado” con el argumento que lo que estamos sosteniendo es contraproducente. Que el riesgo es que generaría mayor desempleo y demás.
Asumimos este riesgo, pero creemos que esto va en la lógica del corto plazo. Nos preguntamos que es peor, arriesgarse a generar mayor desempleo y tener que enfrentarlo o perder algunos recursos naturales para el resto de los años.
Cuando esto escribimos pensamos en los desechos industriales, obviamente que en algunos casos se vuelcan “en crudo” a la naturaleza, pero también pensamos en la población, porque bastaría haberse dado una vuelta por algunos de los contendedores dispuestos por la Intendencia para recoger los residuos que la población descarta, para encontrarse con un panorama lamentable.
Probablemente estos residuos no hayan sido volcados alrededor de los contenedores, como aparecían en la mayoría de los casos, sino que algunos hurgadores, que no tiene el mínimo de conciencia ciudadana, los han derramado y es obligación de la comunidad bregar paraqué cada vez su número sea menor.
No ignoramos que la problemática es mucho más profunda de lo que aquí exponemos, pero principio quieren las cosas.
Volviendo al tema de los impuestos verdes, entendemos que es algo absolutamente imprescindible. En algún momento se planteó el tema de los ladrilleros, que utilizaban el barro de las orillas de los arroyos, para convertirlos luego en el producto que comercializaban.
Mucho se habló y se planteó al respecto. Incluso hubo iniciativas muy plausibles para trasladarlos a otros lugares, para darles otras herramientas de trabajo, pero en definitiva todas fracasaron.
Bastaría con observar hoy lo que ha quedado del arroyo Ceibal, para darnos cuenta hacia dónde vamos.
No se trata de prohibir o de impedir una actividad, sino de hacer cumplir las exigencias que la comunidad ha dispuesto.
Los impuestos verdes son necesarios y el tiempo se acaba.
A.R.D.