Pablo Bartol estuvo en Salto contando su experiencia para impulsar el Liceo Ibirapitá, que pretende hacerse en el barrio Nuevo Uruguay
El mensaje es claro y no es otro que ‘vamo arriba que se puede’. La experiencia del Liceo Los Pinos ubicado en el complejo barrio Casavalle de Montevideo, impulsado por la Iglesia Católica, más precisamente por sectores ligados al Opus Dei (La Obra, para sus integrantes), pretende trasladarse a Salto ya con fecha y lugar definidos, con la intención de brindar un aporte al sistema educativo en su conjunto, trabajando desde el llano, con los jóvenes que están en una situación de vulnerabilidad importante y que ni sus familias, ni el Estado, han podido contener y generarles

condiciones que le brinden un mejor pasar.
En tal sentido, los impulsores de este emprendimiento llegaron a Salto para hacer un llamado a la reflexión e invitar a acompañar el impulso de un centro educativo de similares características en nuestra ciudad, el centro educativo Ibirapitá, que se ubicará en el barrio Nuevo Uruguay.
Para esto, Pablo Bartol, licenciado en Relaciones Internacionales, Magíster en Administración de Empresas, experiodista de El Observador, profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad de Montevideo y director del Liceo Los Pinos, estuvo en el Ateneo compartiendo su experiencia y respondiendo preguntas del público. Tras esto, este hombre muy formado y con actitud jovial propias de sus 51 años de edad, se dio unos minutos para ser entrevistado por EL PUEBLO.
-¿Cómo nace el proyecto del Liceo Los Pinos en el barrio Casavalle?
Nosotros nacimos en 1997, yo comencé yendo al lugar como un voluntario más los fines de semana a trabajar con niños, que yo pensaba que los podía ayudar dándoles ánimo, haciendo la típica actividad de voluntario, organizándolos, dándoles para adelante con el estudio, muy motivacional. Pero bueno, un día me dijeron que ahí era la plaza pública y que ahí no mandaba. Entonces pensé, si no puedo meter límites no voy a poder educar, ni va a salir nada adelante, entonces me puse a pensar dónde podía poner esos límites y reglas de funcionamiento. Entonces encontré un terreno que era del señor Leonardo Rosenblum. Él era de religión judía, yo soy católico, y le dije ‘mire que algún día voy a enseñar catolicismo ahí’ y me dijo, con tal de que hagas algo por los niños de ese barrio todo eso está bien. Y ahí me regaló el terreno que tiene 6 hectáreas y es como cuando te pasan estas cosas, vos pedís algo pensando que te van a decir que no, pero cuando querés acordar te dicen que sí y decís, bueno me liquidó, ahora tengo que hacer algo en serio.
-Ahora va a tener que trabajar…
Sí tal cual, ahora voy a tener que hacer las cosas que dije (ríe). Ya no era para solo los fines de semana. Entonces bueno, me tuve que poner las cosas al hombro y fui consiguiendo apoyos de la gente, convenios con el INAU, para hacer los programas de Clubes de Niño que son un complemento de la Escuela pública, y después todo lo demás fue desarrollar programas que la gente necesitaba en el barrio, como los de capacitación laboral por ejemplo, jóvenes en el entorno de los 20 años que no estudian ni trabajan y tiene muchas dificultades para incorporarse al mercado laboral, entonces les da capacitación y ánimo, y darles para adelante. Además les conseguís entrevistas de trabajo, le pedís al empleador que les dé una oportunidad y ahí vas haciendo.
-Suena fenómeno, pero ¿responden los jóvenes o se han frustrado?
Siempre en estos procesos hay frustraciones, hay gente que no acaba de madurar, otra que no acaba de entender y es lógico, y como hay mil experiencias negativas piensan que no pueden salir adelante, hay gente que ha tenido fracasos, pero de los que terminan los cursos el 90% les conseguís un trabajo y lo agarran. Y hay un 10 % que quieren seguir en la changa. De los que agarran trabajo el 70% quedan efectivos en la empresa, pasan los tres meses de prueba. Y después hay un 30% que hay que conseguirle los trabajos, porque no cumplen, son inmaduros, afanan, no sé, de todo. Pero hayan hecho lo que hayan hecho les volvemos a conseguir otro trabajo.
-A ver, el mensaje no es el del perdón eterno, pero sí el de a ver muchachos, vamos a ponernos las pilas…
-Exacto, tal cual, no es un vale todo, pero sí un te pongo en penitencia, te digo, te hablo y bueno…
-¿Y las familias de esos chicos los apoyan a ustedes en esas actitudes que toman frente a los jóvenes?
-Cuando los convencemos los apoyan, cuando no los convencemos no los apoyan y ahí va en nuestra capacidad de hacerlos entender de que ellos también tienen que cambiar, que no es solamente el niño, porque son jóvenes que tienen que apretar los dientes antes de arrancar porque empiezan desde una posición de desventaja y si quieren conseguir un trabajo bueno, tienen que hacer un esfuerzo mayor que el de los demás. Si yo te convenzo de esto vas a salir adelante, sino no y te vas a refugiar en el papel de víctima, en el yo no puedo, en el para mí esto es más difícil, si te querés quedar en esa y no logro sacarte, ya fracasé.
-¿Trasladar este tipo de experiencias al interior es más viable que desarrollarlas en un barrio de contexto crítico de Montevideo?
-Yo lo veo muy parecido, recorrí el barrio nuevo Uruguay y Andresito. Veo circunstancias de gente que se afincó ahí y vive de manera muy precaria, y trata de armar ahí su rancho, que el día de mañana va hacer su casa y que en ese lugar se va a conformar su entorno comunitario. En ese mismo sentido, los veo con los mismos desafíos que la gente de Casavalle, con el mismo proceso que yo viví en estos últimos 20 años de gente que por distintas circunstancias acaba ahí porque no tiene un apoyo y no ha tenido un sustento ni un trabajo que los adopte de mejores oportunidades y acaba arrancando de cero. Pero he visto gente que arranca de cero y termina con mucho éxito, genera vínculos muy buenos, tanto a nivel familiar como social y terminan logrando cosas buenas para el propio barrio.
-¿Por qué el Estado no le da el apoyo que este tipo de emprendimiento requiere? ¿Se trata de un corporativismo cerril de parte de los sindicatos de la educación? ¿Cuál es la explicación?
Lo que pasa que es algo nuevo y como todo lo nuevo genera desconfianza. Hay muchas preguntas, ¿adónde van a llegar estos? ¿Y estos de dónde vienen, qué experiencia tienen? ¿Cuál es el origen? ¿Quién los respalda? Esa desconfianza de que cuando alguien hace algo bueno o mejor de lo que hacés vos, pensás que una finalidad rara debe tener porque yo tan bueno no soy. Y es lo que nos pasa a todos cuando ves que hay gente que hace cosas más altruistas que la tuya, te cuestionás a vos mismo pero la primera reacción natural es sospechar que hay un interés oculto detrás, lo primero que hay que hacer es tener paciencia, mostrar que tenés vocación de ayuda a los demás, que querés trabajar con ellos como autoridad pública, que son responsables de generar políticas en ese territorio.
-Sería bueno que el Estado interviniera y se asociara a este tipo de proyectos…
Sí, pero lo que pasa es que de alguna manera todos llegamos como nuevos, entonces se genera una competencia como tonta para ver quién se lleva el mérito cuando lo importante es el resultado. Y eso genera un ambiente de rispidez por lo que lo único que hace es llevar desconfianza a las familias y eso es lo peor.
-¿Tenés fe de que en Salto pueda andar esto?
Yo creo que sí, además lo bueno es que en Salto hay un proceso más bueno que lo de Montevideo, entonces ya se ha visto todos los errores que hemos cometido en la capital y en Salto podemos ir más derecho al grano. Y capaz que eso alguna metida de pata te ahorra y vas más rápido que en Montevideo.
-Con esto que decís y teniendo en cuenta el sistema educativo como está hoy ¿se puede pensar que no todo está perdido?
Sí, una vez un periodista me dijo eso y se ve una luz de esperanza, porque hay muchas experiencias frustradas en los lugares de contexto crítico, porque hay mucha gente que piensa que no se puede porque si no pudo fulano o mengano, qué vamos a poder nosotros. Y cuando sí se logra abren los ojos, entonces la idea es sí, vamos arriba que se puede.
Entrevista de Hugo Lemos