Primer relator de Voces Anónimas en EL PUEBLO
Néstor Ganduglia es Psicólogo Social, Máster en Educación Popular, Docente Universitario (no regular, solamente cuando soy convocado), Asistente del Decano de Facultad de Humanidades, hasta hace muy pocos meses, pero en realidad mi oficio más querido no figura en mi currículum y es el de cazador de historias “mágicas”, de la tradición oral de los pueblos de América Latina, manifestó a EL PUEBLO.
RECORRIÓ EL CONTINENTE
Durante 30 años he tenido la fortuna de recorrer casi palmo a palmo este continente y documentar relatos de aparecidos, casas encantadas, luces malas, lobizones, brujas, estancias asombradas, curaciones milagrosas, y empezar a comprender el sentido que tienen para la memoria colectiva, esos relatos.
Ese ha sido mi trabajo más querido en los últimos años, porque ha dado resultados magníficos en lo que tiene que ver con empezar a comprender que, la tradición oral y los relatos son un lenguaje, y que ese lenguaje habla de los miedos, de las necesidades no reconocidas, de los conflictos no resueltos, pero también de los anhelos de las comunidades indígenas.
Es imposible no hablar de “Voces Anónimas”, cuéntenos sobre su participación y posterior alejamiento del programa.
Al principio participé más que activamente, digamos, tanto en el nacimiento de la idea de Voces Anónimas, como al aportar buena parte de los relatos que aparecieron allí, no solo el relato en el sentido de la acción, sino de las narraciones en sí, eran parte de mi trabajo de investigación. Creo que Voces Anónimas cumplió un magnífico papel en los cinco ciclos en los que tuve la oportunidad de participar. Pero también es cierto que Voces Anónimas es un programa de televisión, y eso le impone ciertas condiciones comerciales, que a veces conspiran un poco contra el propósito que al menos tengo yo, que es no el de contar historias de terror, sino el de contar historias “mágicas” de la tradición oral de los pueblos.
¿Qué diferencia hay?
Una historia de terror, es la que le cuento para que sienta miedo; una historia mágica de tradición oral, es la que la gente cuenta para que podamos hablar de las cosas que nos dan miedo; puede parecer muy sutil, pero es enorme la diferencia.
Las historias de la tradición oral, aún cuando evoquen nuestros miedos más profundos, tienen siempre como propósito, poder elaborar colectivamente esos miedos; si no podemos hablar de ellos, no hay manera de que no se constituya un obstáculo para nuestras vidas y para nuestro desarrollo como comunidad, esa es la principal función que tienen esas historias, fortalecer la identidad colectiva, a partir de poder hablar y de poder compartir nuestros miedos, a través de historias conocidas por milenios.
De hecho, es por eso que los relatos mágicos de tradición oral, tienen hoy, en pleno Siglo XXI, donde estamos hipnotizados por pantallas, computadores, satélites, amigos virtuales, el sencillísimo relato a través de la palabra, el encuentro humano, sigue teniendo y generando la misma fascinación en todas las clases sociales, en todas las generaciones, en todas las edades. Y creo que es así, sencillamente porque son el más antiguo de los instrumentos educativos, que todavía hoy, mantienen una vigencia extraordinaria, y que creo que debería incorporarse mucho más a nuestras prácticas educativas, porque no ha dejado de funcionar en ninguna latitud del mundo.
¿La tendencia a lo comercial fue entonces lo que llevó a su alejamiento del programa Voces Anónimas?
Yo no diría una tendencia a lo comercial; algunos me han dicho que el programa se había comercializado, pero un programa de televisión es un comercio, es como si yo le reprochara al panadero que está lucrando con el pan de su gente, es su trabajo, y un programa de televisión como Voces Anónimas, no es tan diferente.
El punto es que, el que estaba de sobra era yo; es decir, el que empezaba a tener rispideces con esos enfoques que son propios de lo televisivo, del show, y del entretenimiento “per se”, como producto que se vende, el que empezó a sentir que eso ya no era demasiado compatible con la función que me propuse en mi vida de trabajo, fui yo. De manera que no es un problema de Voces Anónimas, que sigue siendo, en cuanto programa de televisión, un buen programa; era yo el que estaba de más allí, y quien tiene que encontrar caminos nuevos para hacer lo que he estado haciendo y que ojalá puede seguir haciéndolo, que es no solo documentar, sino también difundir y dismificar los saberes de los pueblos que siempre se han expresado y aún lo hacen a través del relato de su tradición oral.
¿Usted es docente de la Facultad Ciencias de la Comunicación?
Fui docente de la Facultad Ciencias de la Comunicación de la Universidad de la República, cuando aún lo era.
¿Cómo se armoniza los relatos mágicos que vendrían a ser fantasía, populares o no, con el concepto de información, de credibilidad, de verificar, de investigar, con los que no condicen?
Bien. Esa pregunta creo que desafió muchísimo mis primeros años de trabajo fundamentalmente; luego empecé a darme cuenta al menos de dos o tres cosas claves.
En principio, afirmar que un relato de tradición oral es fantasía, no es mucho más que un prejuicio que, tiene por destino defenderse de lo que el relato está intentando decirnos y moviliza en nosotros. Volvamos al tema de los miedos; si lo que se movilizan son miedos, yo intentaré apartarme, y el hombre y la mujer occidental, a menudo lo que hacen para apartarse, es poner una barrera de racionalidad que excluye al otro del territorio de lo real. Un ejemplo: he escuchado muchas receses y a esta altura me hace un poco de gracia, decir que las luces malas son emanaciones de ciertos gases fosforescentes de los huesos de animales muertos, lo que los antiguos llamaban “fuego fatuo”, y eso explica, entonces, todos los relatos de tradición oral. Pero en realidad, solo los explica para quien no se puso a escuchar realmente lo que tratan de decir las historias de luces malas, la mayoría de las historias, yo tengo una colección de no menos de 100 o 120 relatos de luces malas de buena parte de América Latina, y en muchos de ellos, por ejemplo aquí en Uruguay, la luz acompaña al criollo que vienen en bicicleta o a caballo, volviendo para el rancho, a veces por kilómetros, yo quiero saber qué hueso hace eso. Hay lugares que podría señalar como toda la zona de Víboras en el Departamento de Colonia, donde en el mismo lugar, está saliendo una luz mala desde hace por lo menos unos 100 años o más, no hay hueso que aguante; si prestáramos atención verdaderamente y nos aguantáramos los miedos que eso nos genera, entonces encontraríamos que las historias de luces malas hablan de otras cosas, hablan de registros de la memoria colectiva de lugares donde fueron muchas veces enterradas riquezas ilegítimas, robadas o saqueadas en tiempos de guerra, o habla, como dice el criollo, de almas en pena, y entonces lo obligan a uno a preguntarse ¿por qué será que esta alma anda en pena, por qué será que de alguna manera quedó rondando en este mundo su luz, tratando de que algún día sea vista y considerada como no lo fue en el momento que correspondió?
Los relatos de la tradición oral den miedo; pero en 30 años de trabajo si hay algo que aprendí, es que en todo relato de tradición oral mágica, hay mucho más de verdad que de fantasía.
En su calidad de docente de Comunicación, ¿con qué visión aconsejaría ver estos relatos, cómo información, como mito, cómo relato mágico?
Yo creo que el más difícil de todos los oficios que uno puede encarar en este Siglo XXI de la revolución de las comunicaciones, es el de aprender a reaprender a escuchar; escuchar es una tarea mucho más difícil de lo que uno se imagina, porque hay muchas escuchas distintas, uno puede poner el oído como si fuese un micrófono y registra y nada más, pero aprender a escuchar, como ha sido siempre en el entorno del fogón, del encuentro de la abuela con el nieto, del relato entre gurises en la ruedita de la cancha, es aprender a escuchar con el oído pero también con el corazón, con la cabeza y con todo lo que uno es; cuando se puede poner todo en la escucha, cuando se puede uno comprometer con el relato, entonces está dándole vida otra vez a un antiquísimo, milenario dispositivo de comunicación, que en buena medida ha asegurado la supervivencia del conocimiento en las comunidades humanas, por milenios, generación por generación, mucho antes de que existiera la escritura, ya existía una tradición oral como forma de comprender la realidad y enriquecerla y heredarla a las generaciones siguientes.