Charla de Natalia Trenchi
Días pasados estuvo en nuestra ciudad la reconocida psiquiatra de niños y adolescentes Natalia Trenchi, quien ha escrito varios libros dirigidos a los padres sobre las conductas de sus hijos. En la oportunidad, invitada por la Escuela y Liceo Crandon, en su condición de ex alumna de dicha institución educativa, disertó sobre” ¿Quién manda en casa?”, dando algunas pautas centrales sobre el relacionamiento de padres e hijos. EL PUEBLO estuvo en dicha charla y traemos un fragmento de la misma, la que estuvo acompañada por una sala colmada de público.
FAMILIA COMO PROYECTO
“Vamos a empezar con este tema –comenzó diciendo Trenchi, tras los saludos de rigor- que tiene el título de una pregunta frecuente que a veces uno se hace o le hacen a uno cuando tiene niños. Vamos a empezar por el principio, por aquel momento en que uno se genera un proyecto de familia con hijos, y ahí piensa que ese es el proyecto por el que quiere trabajar, con el que quiere rumbear su vida y encarga hijos. Entonces empieza a proyectar y a tener expectativas, empieza a desear y a soñar con esa vida de amor, armonía, de encuentro que va a perdurar cuando la familia siga creciendo en ese viaje tan premiado de amor que es la de criar hijos”.
“Pero un día se despierta y hete aquí que lo que lo rodea es algo bien distinto a lo que había soñado. Si esto les ha pasado, no están solos, nos ha pasado a todos esto de descubrirnos haciendo cosas que creímos que nunca íbamos a hacer, de ver a nuestros hijos haciendo cosas que uno pensó que los hijos de uno nunca iban a hacer”.
“¿Vieron esa frase, ‘todos somos padres perfectos hasta que tenemos hijos’? Después, uno descubre que uno puede tener un plan muy lineal, muy certero, clarito, pero que después la realidad nos demuestra que nos vamos a encontrar todos los días con algún nuevo obstáculo o desafío o algún momento de esos en que decimos, ‘¿ahora qué hago? ¿Para adónde agarro en esta situación?’. Esa es la realidad. Otra cosa, se ve en la propaganda, pero en la vida de una familia viva y normal, pasan cosas que los adultos tenemos que saber pilotear”.
EL TRABAJO MÁS EXIGENTE
“Una vez que uno está adentro, descubre que ser padres es el trabajo más exigente que existe, no hay nada que se le parezca porque no tenemos vacaciones, no tenemos domingos, no tenemos una cantidad de prebendas, dura muchos muchos años”.
“El mundo está muy complicado, era mucho más fácil antes que ahora criar chiquilines. Uno no nace sabiendo cómo hacerlo. Muchas veces me dicen, ‘tendrías que dar clases para los padres antes de que tengan sus hijos’. Estoy convencida que no serviría de nada porque uno se da cuenta realmente de lo que es cuando está en la situación, antes lo vemos lejos y tenemos esa vocecita que nos dice ‘no, eso no me va a pasar, yo sé cómo van a ser las cosas’. Y cuando uno se encuentra enfrentado a situaciones desafiantes que no sabemos resolver, muchas veces de lo que echamos mano es a recordar qué hicieron conmigo en esta situación”.
“Lamentablemente venimos de una sociedad, de una cultura, donde no hemos aprendido las mejores técnicas, venimos de una cultura donde el castigo físico no solo era permitido y normalizado sino recomendado. Todavía una encuentra gente que dice, ‘a este chiquilín lo que le falta es un buen chancletazo’ o algo por el estilo”.
“Entonces, venimos de una escuela que no fue la mejor, de la que seguramente recibimos cosas buenísimas pero capaz que el estilo de disciplina no ha sido lo mejor de lo que hemos heredado”.
MOCHILAS MODIFICABLES
“Cuando uno llega a tener hijos, uno siempre llega con una mochila. Algunas son más livianas otras más pesadas. Generalmente se juntan dos mochilas para tener un bebé. Lo bueno es que son modificables. No me gusta esa filosofía de regla de tres simple que a veces aparece por ahí y ve a padre violento-hijo violento, padre alcohólico-hijo alcohólico. No, por suerte existe algo que se llama la ‘plasticidad cerebral’, que es lo que a uno le permite cambiar, aprender, modificar cosas que tiene incorporadas y gracias a eso, ninguno de nosotros es fotocopia de nadie”.
“Por supuesto que es peor haber tenido padres violentos, pero eso no determina cien por ciento que uno vaya a ser violento. Me encanta esta frase de (Jean-Paul) Sartre, ‘lo importante no es lo que han hecho de nosotros sino lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros’. Me gusta defender esta idea de que cada uno de nosotros luche todos los días por escribir su propio guión de su propia vida. Que no deje que se lo escriban otros”.
“Hay cosas que no podemos elegir, pero hay otra cantidad de cosas que si, vamos a ver qué hacemos con nosotros en esta vida y que dependa de nosotros”.
“Y en este viaje de la construcción de la familia, muchas veces aparece esta pregunta (¿quién manda en casa?), y hay veces que uno se da cuenta que lo que está mandando en la casa es el malhumor, la mala onda, el estrés o la impaciencia o la presión social o la impulsividad, y vivimos de grito en grito, de zamarreo en zamarreo, y cuando no podemos más decimos, ‘¿saben qué? Hagan lo que quieran’. O la debilidad adulta, donde una cantidad de adultos dicen, ‘no puedo con él’, ‘no hay manera de sacarlo de la cama’, ‘no hay manera de que no me agarre el celular’. ¿Cómo que no hay manera? Hay, capaz que no la encontraste, pero te aseguro que hay”.
CÓMO PONER LÍMITES
“Todos los niños normales y sanos hacen macanas. Es lo normal, porque los niños tienen un quiero muy fuerte y un puedo muy chiquito. Entonces todo, por muy bueno, amoroso y cariñoso que sea, va a llenar el wáter de cosas o va a tirar dulce de leche arriba del sillón nuevo. Esas cosas pasan”.
“Si cuando pasa eso, uno reacciona irreflexivamente, se nos despierta el Homero (Simpson) que todos tenemos en algún lugar y salimos corriendo furioso asustándolo. ¿Y qué pasa ahí? El niño también reacciona a nuestra reacción. Reacciona físicamente escapando o llorando o protegiéndose y reacciona también psicológicamente. Se siente triste, agredido, resentido, muchas veces ni siquiera sabe por qué lo están rezongando de una manera (dura), porque según él no se dio cuenta qué es lo que había hecho mal”.
“Cuando a un niño le queremos enseñar a no gritar gritando, o a no pegar pegando, le estamos enseñando, dándole lecciones sumamente claras. El niño en ese momento aprende, ‘así que gana el que grita más fuerte. Así que lo que tengo que hacer es ir subiendo el volumen y el poder lo más que puedo’”.
“Cuando uno cría a los niños con miedo, puede conseguir bastante fácilmente que los niños se ‘porten bien’ (entrecomillas), porque un niño que tenga un castigo se va a portar bien. En casa se va a portar bien…”
“Esto me lleva a recordar una vez que pasábamos por una escuela, y la directora me dijo, ‘¿viste? De las clases no se escucha ni volar una mosca porque son maestras que saben poner los límites’. Yo dije, ‘¿sabes cuál sería la prueba de que realmente saben poner los límites? Que se fueran de la clase y ver qué pasa’, porque si pone los límites bien, si ella sale, la clase va a estar un poquito más movida, pero nada más. Si ella sale y vuelan borradores y todo eso, es señal que simplemente le están teniendo miedo. Y los que vivimos épocas duras, reconocemos claramente este fenómeno, que llegas a la figura que te da miedo y tus pensamientos se alisan, se aleja esa figura y volvés a pensar exactamente lo que pensabas antes. No se logra nada si dejamos que mande el miedo”.
“Hay que tener muchísimo cuidado porque es imposible no enojarse, no existe el no enojarse y uno no tiene que reprimir el enojo. Lo que sí tenemos que enseñar es lo que se hace con el enojo. Enojarse es normal, y uno perfectamente le puede decir, ‘mirá, estoy tan enojado en este momento que voy a tranquilizarme un rato y después hablamos de lo que pasó’. Excelente lección, porque le estamos explicando que frente al enojo seguimos siendo dueños de nosotros mismos, buscamos una estrategia para recuperar la razón y después vamos a buscar una solución que seguramente va a ser mejor si no nos la dicta el enojo”.
LA PRESIÓN SOCIAL
“¿Y si la que manda en casa es la presión social? ¿Cuánto manda la presión social en casa? Muchas veces, sin darnos cuenta, dejamos que estas frases nos presionen, ‘todos lo hacen’, ‘todos lo tienen’, ‘no quiero que sea el único que’, y ahí muchas veces claudicamos y aceptamos cosas que no habíamos aceptado hasta un minuto antes”.
“Ellos se dan cuenta enseguida, porque enseguida descubren que la frase, ‘pero cómo, soy el único’, y puf, es como un ábrete Sésamo y abre las puertas para cosas que de otra manera no se conseguían”.
“Acabo de leer ahí una frase (se incorpora y se dirige a una pared de la sala) que me encantó, y dice, ‘lo equivocado está equivocado aún si todos lo hacen, y lo correcto es correcto aún si nadie lo está haciendo’. Está re bueno poder transmitir eso a los chiquilines de que no pasa nada con que sea el único”.
“Todos ustedes van a querer que a los 12, 13 o 14 años sus hijos puedan ser capaces de decir ‘no, de eso yo paso’. Y eso, uno no lo puede enseñar a los 12, 13 o 14 años. Es desde chiquitos que hay que irles enseñando que no pasa nada si es el único que no tiene tal consola (de juegos) o es el único que no tiene celular o es el único que no ha ido a Disney. No pasa nada, hay otras cosas y uno perfectamente tiene que ser dueño de uno mismo y enseñar a los chiquilines a regirse, no por la presión social sino por principios. ‘Serás el único que no tiene un celular en tu clase, pero sabés qué, yo creo que bla bla bla’. Capaz que no está de acuerdo, no importa, pero está aprendiendo que uno se está guiando por principios, no por impulsividad, aunque después, en algún momento, cambiemos de idea. No pasa nada, también tenemos derecho a cambiar de idea, si logramos ver la situación desde otro ángulo. También es una enseñanza de flexibilidad”.
“El otro día una mamá me contaba que pensaba que había estado incoherente porque a su hijo más grande le había comprado el celular en determinado momento, supónganse cuando entró al liceo o algo por el estilo, y que pensaba hacer exactamente lo mismo con el más chico, con esa vocación de contarle que tenemos los padres de querer hacer todo igual con todos los hijos. Pero los pocos años que separaban a un hijo del otro, le fue demostrando que el celular pasaba a ser una necesidad antes de lo que fue para su hijo mayor, porque hasta la maestra mandaba información a través del WhatsApp. Y la mamá me decía, ‘¿te das cuenta? Tuve entonces que bajar la cabeza y comprarle el celular’”.
“Eso no es bajar la cabeza, eso es adaptarte a la nueva realidad, y no está mal, porque las realidades cambian y uno se tiene que ir adaptando a eso sin que los principios básicos sean tocados, que es lo realmente importante.
Entrevista de Leonardo Silva