En el saludo de Pascua
Saludo cordialmente a la Comunidad Diocesana con las palabras de Cristo Resucitado: ¡Que la Paz esté con ustedes!
Los acontecimientos que hemos revivido en la Semana Santa nos han puesto en contacto con experiencias muy hondas de Cristo y de nuestra vida, como son el sufrimiento, injusticias y burlas. Pero sin duda la experiencia más radical y la mayor angustia sufrida por Cristo en la Cruz es el abandono del Padre, cuando se escuchan de sus labios las palabras de un Salmo: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Cristo, que era inocente, santo y nunca se separó de su condición de Hijo de Dios, no obstante esto, asumió en su condición humana las tormentas más grandes y los sufrimientos más terribles de la humanidad cuando se experimenta la ausencia de Dios a causa del pecado, del olvido y de la soberbia que tantas veces pretende suplantar a Dios en el gobierno del mundo.
Entre todas las angustias y vacíos este es el mayor agujero negro en la conciencia humana; la experiencia de ser una hoja llevada por el viento, una vida frágil e inestable, como si nos moviéramos sobre una pequeña tabla de surf en medio de un océano agitado.
Y Cristo, que en su condición humana no se separó un milímetro de la Voluntad sabia y omnipotente de Dios su Padre, aceptó meterse en nuestra experiencia más radical de locura y abandono, bebiendo este cáliz hasta la última gota y cargando sobre sus espaldas y en su corazón esta terrible fractura que, aunque queramos ocultar, nos angustia terriblemente: la ausencia de un Padre, de un origen y de un destino seguro.
Pero en la Pascua el corazón creyente junto con toda la Iglesia canta con inmenso gozo el triunfo de Jesucristo: “muriendo, destruyó nuestra muerte y resucitando restauró nuestra vida”.
Entró en nuestros laberintos, en nuestras náuseas y extravíos y rompió las cadenas que nos tenían prisioneros, devolviéndonos la amistad con Dios su Padre y la esperanza firme de que nunca nos faltará el abrazo misericordioso del Padre que tanto añoramos cuando le damos la espalda y pretendemos arreglar el mundo con nuestros escasos recursos.
La muerte ha sido vencida gracias a Jesucristo y el futuro se muestra esperanzador porque El nos va abriendo camino en las turbulencias de la historia. Y así la convivencia en las familias y la sociedad pueden tejerse con un horizonte de verdadera fraternidad.
Con esta renovada confianza deseo a todos una muy feliz y santa Pascua junto a sus familias y comunidades.
Salto, 23 de abril de 2011
Pablo Galimberti, obispo de Salto