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Marosa Di Giorgio a orillas de sus jardines, al borde de un nuevo hechizo

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De tanto en tanto repaso algunos versos de Marosa Di Giorgio, como un lector que le gusta viajar por esos mundos que ella alumbró, con sus decorados, con los embriagadores perfumes de sus flores, con el aroma de frutos de la chacra.

A veces recuerdo las cinco entrevistas que le realice, en diferentes épocas que estuvo en Salto de pasada. La del viejo Liceo Osimani, la de La Magisterial (la verdad que fue en la calle, frente a la fachada de La Magisterial), la del Palacio Córdoba, la de La Sociedad Italiana, y la que pasó por la Redacción. De todas hubo una en la que, contagiado por ella, con la ayuda de algunos de sus duendes, salió, lo que se dice, una linda nota. Gente conocida de ella me contó que la había leído, que tenía el ejemplar en su casa y que le había tachado la parte donde, cometí el peor pecado, puse su fecha de nacimiento, y eso a ella era algo que no le gustaba para nada. Que habláramos sobre cualquier tema, no los rehuía, le fascinaba y si la charla cobraba vuelo, se transformaba, se bañaba mansamente en la lluvia de la locura, de lo mágico, de lo irreal, era feliz.

La recuerdo, con su pelo rojizo, con sus lentes chiquitos, con su mirada carismática. También la vi de cabellos azules, con unas mariposas multicolores sujetándole los cabellos. La vi de mini faldas, de tacones, y la vi una vez con un miriñaque.

Marosa es una diosa que el mundo literario le rinde culto, que los estudiantes de letras, los periodistas de todas partes, los críticos literarios, abrevan a menudo, en su fuente, ese manantial de su poesía que tanta admiración despierta.

No fue sencillo hacer algo, escribir sobre Marosa, ya no tengo aquellas viejas notas que se perdieron en el tiempo, o duermen en los archivos de diarios y revistas de las décadas del ochenta y noventa. Tengo las ganas de caminar por esta nota, un tanto atrevida, si me pongo a comparar con tantas firmas ilustres que interpretaron a las mil maravillas cada rasgo de su obra, cada verso, cada, énfasis, cada coma, pero, las ganas se desbocan y me amparo en algunos de los hechizos que la magia de sus versos ha liberado por el mundo.

El impulso final para escribir esto fue la lectura de una nota de Osvaldo Aguirre, editada por Leila Guerriero.

La nota comienza así: “Cuentan que tomaba sol desnuda entre las tumbas del cementerio que hoy guarda sus cenizas. Cuentan que tenía siempre un aire ausente, transido. Cuentan que se pasaba las horas en los bares, bebiendo café durante el día, vino y whisky por las noches. Cuentan que adonde ella iba, la seguían mariposas, liebres y murciélagos caníbales. Cuentan que cuando recitaba, los relojes se detenían y hasta los pájaros callaban. Cuentan que por sus venas corría una savia dulce. Cuentan que evitaba la playa porque, según le escucharon decir, la arena es la sangre de la luna. Cuentan y cuentan. Cuentan puros cuentos. (…)”.

En un momento de aquella entrevista, Osvaldo Aguirre le pidió a Marosa que se explayara acerca del extraño episodio de la infancia al que ella había hecho referencia varias veces: una precoz epifanía, un ángel que, según contaba, se le había aparecido a los cuatro años y le había anunciado su destino de poeta. Marosa, café y masas finas de por medio, le contestó: “Lo que me decían los ángeles. Pero no quiero ni debo explicar. Hablaban en la galería y no, del todo, en ella; con un ala al resguardo y otra afuera. Como los de Fra Angélico. Hasta los cuatro años fui, me parece, como todo el mundo. Pero ahí sufrí una perturbación; quedé como una testigo, sensible y ardiente, de todas las cosas. Mi protagonismo era como testigo: las cosas pasaban, yo las miraba en profundidad, con una atención extrema y dolorosa. Quedé expectante”.

LAS CLAVES PARA ANDAR POR LOS LABERINTOS DE MAROSA

Fue tras el recodo de un camino, un sendero que lo recorrí varias veces, gracias a «Los papeles salvajes», a «Misales», «Camino de las pedrerías», a Clavel y Tenebrario, y a «Reina Amelia» que un duende me detuvo, Al parecer era de los que dejaba Marosa entre arbustos y senderos, para guiar a los peregrinos a su templo de poesía e incomparable prosa.

Con tono dicharachero se puso a mi lado, y me preguntó, vienes por Marosa?, no me dejó siquiera responder que lanzó, un…cómo calificaría su poesía?.

Como la de una de las voces más singulares y evocadoras de la poesía uruguaya y latinoamericana. Su poesía es a menudo calificada como onírica y surrealista, llena de imágenes vívidas y elementos de la naturaleza que crean un universo propio, único y encantador. Le dije en un tono que trató de ser convincente, para que me dejara pasar, o por lo menos llegar al corazón de su obra.

-Algunos puntos destacados de su poesía ?. – Me preguntó..

Esa imaginación desbordante que nos atrapa: Sus poemas están repletos de figuras y paisajes que parecen surgir de sueños o mitologías personales.

La sensualidad y erotismo de su escritura añaden una capa de intimidad y profundidad a su obra. Sus versos a menudo están poblados por flores, plantas, animales y frutas, creando un mundo natural vibrante y lleno de vida.

Pero te digo más (ahí ya había entrado en confianza con el duende, digo yo): Su poesía tiene un carácter casi ceremonial, como si cada poema fuera un rito que revela misterios del mundo y de la existencia.

Nos quedamos brevemente en silencio, y ahí le suelto: sus figuras mas cotidianas, mas comunes, mas naturales tienen un dejo de hechizo, una voz diferente a la hora de ser parte de la poesía de Marosa.
Un punto a mi favor fue la respuesta del duende: “captaste la esencia de la poesía de Marosa a la perfección. Su habilidad para infundir magia en lo cotidiano y transformar figuras comunes en elementos casi místicos es una de las características más destacadas de su obra. Ella puede tomar una flor, un fruto o un animal familiar y, mediante su lenguaje poético, dotarlo de un aura encantadora y sobrenatural.

Su escritura crea una atmósfera donde lo natural se convierte en extraordinario, y lo ordinario revela secretos ocultos. Este toque de hechizo y esta voz única le permiten conectar lo real con lo imaginario de una manera muy personal y envolvente”.

No dudé en comentarle que me vino a la mente “La Mandragora”, y fue allí que descubrí que el Duende no era ningún improvisado, su respuesta me hizo sentir pleno…”La mandrágora es una figura fascinante en la poesía de Marosa. En su mundo poético, esta planta adquiere características casi mágicas y hechizantes. La mandrágora, conocida en muchas culturas por sus propiedades míticas y curativas, se convierte en un símbolo cargado de significado y misterio.

Marosa utiliza la mandrágora para explorar temas de sensualidad, vida y muerte, y la conexión profunda con la naturaleza. Su descripción de la mandrágora puede hacer que este elemento cotidiano se transforme en una entidad casi viva, con una presencia poderosa y enigmática. Recuerda?, dijo el duende, y comenzó a recitar_ “La mandrágora crecía en el jardín, con sus raíces enredadas en la tierra profunda. Sus hojas susurraban secretos antiguos, y su perfume llenaba el aire con un hechizo que nadie podía resistir”.

La lectura de esos versos me llevaron inconscientemente a otras de sus figuras, sobre todo, de la primera etpa de sus obras, el druida.

El druida es una figura que Marosa emplea de forma simbólica en su poesía, añadiendo una capa de misticismo y sabiduría ancestral a sus textos. Los druidas, conocidos en las culturas celtas como sacerdotes, magos y consejeros, están profundamente conectados con la naturaleza y los ciclos de la vida.

Marosa integra esta figura para explorar temas de conocimiento oculto, la magia de la naturaleza y el poder de lo sagrado en lo cotidiano. La presencia del druida en su poesía puede evocar un sentido de reverencia y admiración por el mundo natural, así como un respeto por las tradiciones y los misterios antiguos.

La figura del druida en su obra también puede simbolizar la conexión entre el hombre y la tierra, reflejando un equilibrio armonioso y una comprensión profunda de los elementos naturales.
Y el solo hecho de repasar algunas figuras, nos llevan a otras, y la verdad que encontramos una variedad de figuras místicas que enriquecen su universo poético.

Qué lector de Marosa no se ha encontrado a la vuelta de un poema, en la esquina de una prosa con ese séquito barullento de las Hadas: Estas criaturas mágicas representan la intersección entre lo humano y lo sobrenatural. En sus poemas, las hadas pueden simbolizar la belleza efímera, la gracia y la conexión con la naturaleza.

Y esa conexión, ese mundo armonioso que tanto fascina, son, a mi entender, los Espíritus de la Naturaleza. Marosa a menudo da voz a los árboles, flores y animales, dotándolos de una presencia casi espiritual. Estos espíritus representan la vida y la energía que impregnan su poesía.

Y ni hablar de los Magos y Hechiceros, figuras que, al igual que los druidas, poseen conocimientos ocultos y poderes sobrenaturales. Estos personajes pueden simbolizar el poder del conocimiento y la transformación.

La Diosa Madre: Una figura arquetípica que aparece en algunos de sus poemas, representando la fertilidad, la creación y el ciclo de la vida. La Diosa Madre es un símbolo de poder y maternidad.
Los Animales Fantásticos: A menudo, Marosa describe animales comunes con características extraordinarias, creando un sentido de maravilla y misterio.

Estas figuras místicas no solo enriquecen sus poemas con un toque de fantasía, sino que también permiten explorar temas profundos y universales de una manera poética y evocadora.

EL DÍA QUE SE FUE DE LA VIDA, QUE DIJO ADIÓS AL MUNDO, AQUEL AGOSTO DE ESTE SIGLO…

Marosa di Giorgio, una de las poetas más queridas y enigmáticas de Uruguay, falleció el 17 de agosto de 2004. Su muerte marcó una pérdida significativa para la literatura y la cultura uruguaya. Sin embargo, su legado sigue vivo a través de sus palabras, que continúan inspirando y fascinando a lectores de todo el mundo.

Aunque su paso de la vida dejó un vacío, su poesía sigue resonando con una fuerza impresionante, como un puente entre lo terrenal y lo sublime. Cada poema suyo es un recordatorio de su habilidad para transformar lo cotidiano en algo mágico y extraordinario.

Llegamos me dijo el Duende y me sentí cumplido con lo vivido, literariamente…

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