Llegó a Salto a promocionar sus vinos
Con el objetivo de mostrar y promocionar los vinos de su bodega «Los Nadies», estuvo en Salto hace algunos días Manuel Filgueira, «winemaker», lo que puede traducirse como «enólogo», es decir, quien estudia la ciencia, técnica y arte de producir vino. Realizó un evento en el restaurant Isidoro, de Julio Delgado y Belén.

Nacido en Montevideo en 1974, Manuel es parte de la 4ta generación de una familia de bodegueros uruguayos. Ingeniero Agrónomo, especializado en el efecto de la pastura natural en la entrefila sobre la calidad del vino Tannat, tuvo oportunidad de trabajar en Burdeos con enólogos como Pascal Ribérau-Gayon o Michel Rolland. Luego trabajó en la bodega familiar con consultores de la talla de Pascal Marty (Baron Phillippe de Rothschild, Opus One, Alma viva, Cousiño Macul, Viñas Marty); Jean Pascal Lacaze (Viña Macul) o Patrick Valette (Chateau Pavie). Fermentó y elaboró vinos en Burdeos (St. Emilion y Medoc), Santiago de Chile y la Patagonia argentina. Quedó a cargo de la producción de los vinos en la bodega familiar hasta que es vendida. En ese momento, su abuela le cede los viñedos propios. Transformando la uva de los viñedos que le cedió su abuela, continúa la tradición familiar dando nacimiento en el año 2011 a Los Nadies Bodega, almacén dedicada únicamente a producir vinos gastronómicos de larga guarda y gran complejidad.
Lo que sigue es parte de la conversación mantenida con EL PUEBLO en su reciente visita a nuestra ciudad:
-Usted conoce el tema Vinos desde su infancia…
Sí; mis abuelos tenían el viñedo, entonces iba siempre. El viñedo está cerca de donde se juntan San José, Florida y Canelones. Cerca de Santa Lucía, de 25 de Agosto y de Ituzaingó, cada uno de esos pueblos pertenecientes a departamentos distintos. Además a mis padres siempre les gustó recorrer el interior del país y nos llevaban para todos lados. Entonces terminamos teniendo contactos con gente del campo, y eso me tiró fuerte en su momento, aunque ahora estoy radicado otra vez en Montevideo.
-¿Hay algún momento del proceso de elaboración que sea el que más disfruta usted?
Todo el proceso es muy interesante. Comienza en el momento que decidís plantar la viña, que te hacés el proyecto en la cabeza, lo que implica elegir el suelo, la pendiente, qué posiciones del sol tiene, etc. Así que hay que recorrer, y eso está buenísimo, recorrer lugares hasta encontrar el lugar del que te enamorás. Elegir las plantas que vas a colocar, de qué forma, eso ilusiona mucho. Se planta y después pasan unos años hasta que eso da uvas. En los primeros años las uvas son bastante distintas de las que da en su adultez, recién a los 10 años empieza a tener calidad más constante. El proceso desde que empieza a brotar la viña en primavera hasta cosechar, nosotros principalmente en otoño, es un proceso de mucha relación con el agua, el calor, el frío los hongos, tenés que sacar hojas y flores, y ramitas… Todo eso es atrapante, empezás y no parás. Después, la cosecha, que es como una fiesta, momento de suma alegría, porque todo el trabajo de un año se juega en un ratito. El 80% y a veces más se tira en sucesivos raleos y vamos dejando lo mejor, entonces eso está muy bueno también. Ahí viene la parte de hacer vinos y otra vez la mezcla de ansiedad, felicidad, temor… Así que todo el proceso es increíble y cada parte te enamora. Claro que en algún momento del año estás haciendo varias cosas: plantando, haciendo el desbrote, pasando a la barrica, o terminando una poda…Llega el momento en que lo abrís, lo mostrás y lo compartís. Eso es lo que pasó en Salto el otro día, es como presentar el trabajo frente a alguien y decir: bueno, esto es lo que hicimos. Desde que plantás hasta que llevás el vino a una copa es súper interesante. Hasta en la parte financiera, administrativa, porque hay que conocer muy a fondo para saber por ejemplo cuánto vale un vino que estuvo en tal lugar, tanto tiempo, etc. Por donde lo mires es un mundo apasionante.
-¿Cuáles son las principales dificultades que presenta el Uruguay hoy para este trabajo?
Diría que hay 3 dificultades importantes. Como nuestros vinos son gastronómicos, son para tomarlos tranquilos disfrutando de algo, con alguien, una cena o almuerzo, una dificultad es que el uruguayo tiende a darse poco ese espacio y por lo tanto la demanda por estos vinos es relativamente baja. Siguiente problema es que Uruguay es lento, la burocracia, todo lleva sus tiempos y como nuestra empresa es chica, una vuelta de burocracia te lleva días o semanas para ver qué pasa, eso es mortal. El peso del Estado en ese sentido es lento, ya sea para abrir una cuenta en un banco, o para inscribir una empresa, etc. Lo tercero es que hace poco nos dimos cuenta que en Uruguay a los consumidores hay que irlos a buscar y explicarles lo que hacemos. Cuando empezamos a hacerlo, mejoramos.
-Cuando ha viajado, ¿de qué manera nota que es visto el Uruguay?
Hace muy poco que el Uruguay es visto en el mundo. Las bodegas hacen un esfuerzo importante, el país a través del gobierno también, a nivel de INAVI. Pero en Europa por ejemplo, primero hay que explicar dónde está el Uruguay. Estoy encontrando que la gente sabe muy poco de geografía en general, no sólo de Uruguay. Y en ese entrevero, Uruguay queda perdido. El Tannat en el mundo está haciendo su aparición, pero no es muy conocido, por eso somos Los Nadies, a eso responde el nombre.
-Por qué decidió llegar a Salto a mostrar estos productos?
En Salto pasa algo interesante: está en el límite con Argentina, relativamente lejos de Montevideo y culturalmente muy próximo a Buenos Aires. Además el salteño es una persona en Uruguay que va hacia adelante, que busca hacer cosas nuevas, desde que Harriague llegó a hacer su vino aquí. Entonces entrar a Salto tiene también una cuestión hasta simbólica, porque es Harriague quien le da el empujón grande al Tannat, que lo hace industrialmente útil y lo muestra al mundo. También desde la niñez vine mucho a Salto y tengo muchos recuerdos. Es de esos lugares que te imprimen algo, que te dejan grabado. Conozco mucha gente aquí que quiero mucho.