Por Dr. Adrián Báez
Estimados lectores. Reproducimos un artículo de Maneco Flores Mora (1923-1985) periodista, escritor, ministro y legislador del Partido Colorado, extraído de la Contratapa “El lecho de dolor, gratificando”, del semanario Jaque, del 14 de diciembre de 1984. Refiere a la visita de Wilson Ferreira Aldunate a Maneco en su lecho de enfermo terminal, y es un homenaje a dos grandes de nuestra política nacional, que demuestra cuan posible es, pues ya lo ha sido, la política bien entendida, de nivel, fuste y valores.
WILSON
“Lo que tengo aquí a mi lado”.
Por Manuel Flores Mora*
Hace más de doce años que no nos vemos, cuando irrumpe en mi pieza. A la alegría de verlo se suman otras: está más lindo, flaco, juvenil, en mangas de una impecable camisa tan blanca como él. Tiene algo de ventarrón espiritual, de ráfaga que ha elegido el exacto lugar hacia donde se dirige. El estado físico impide todo abrazo y mi traqueotomía, que le hable. El compadre aunque lo advierte no perdona. Sentado junto a mi cama sus primeras palabras son: -“Fuiste el más asqueroso e insoportable de todos los legisladores de este país”.
Alcanzo a garabatear en un papel: ¡Sólo el segundo!
El resto de los que están en la habitación ríen sin entender mucho. Yo trato que la emoción no me empañe los ojos para que la emoción no me empañe los ojos para que este blanco no me goce, porque las que me ha dicho son las palabras de mayor ternura que nadie me podría decir. Y los dos lo sabemos. Es toda la juventud de diputados la que vuelve con ella. Los viejos días de ardor y de pelea, cuando el gran José Batlle se erguía adentro de mi corazón y me lanzaba contra las reformas cambiarias de estos hijuna grandes hijos de don Manuel Oribe. Debí ser repugnante y ahora, ¡figúrense! viene a reconocérmelo al pie de mi cama el jefe de los blancos. Dios lo bendiga.
Se le ha como afinado la cara y el pelo, más largo de cómo se usaba hace tres lustros, le acentúa la espiritualidad de la expresión. Tiene más largos los pelos de las cejas: cuando baja el rostro de ojos relampagueantes, algo luciferiano subraya esa maldad verbal en tangente de humor que es uno de sus más poderosos encantos. (Es verdad lo que me dijo en cartas que intercambiamos hace poco cuando estaba preso en Flores: por años hicimos lo posible por odiarnos. El resultado va a la cuenta de nuestros fracasos de la vida).
Televisión y radio han recogido después en idénticas versiones destellos que me cuenta enseguida sobre su liberación. (El momento, por ejemplo, en que el juez militar, solemne, le extiende la mano que él no estrecha. “-¿Por qué extraño proceso mental ha llegado usted a la conclusión de que puedo darle la mano?”. “-Es que me la dio el primer día”, aduce el mal parado juez. “-¡Es que yo entonces no lo conocía!”.).
En ningún lado he visto sin embargo aludido ese trámite final inverosímil en el que debe firmar un papel reconociendo fianza o cosa parecida por tres mil pesos. Me imagino a los doctores Canabal y Tourné susurrándole que se quede quieto, que no se haga reprocesar por desacato. Wilson se dirige de extremo a extremo de la mesa al juez de la mano baldía de estrechamiento y le increpa: “-Me embargó el campo, me embargó todas las vacas, me embargó las ovejas. ¿Ahora ‘todavía´ quieren tres mil pesos más?”.
Ahora, mientras habla al pie de la cama con esas intransferibles inflexiones que solo el gran Espalter es capaz de reproducir, siento el poder que ninguna circunstancia formal otorga. Fuera de toda lista, separado de todo cargo, vetado hasta hace pocos días para cualquier magistratura y hasta para el ejercicio del sufragio, lo que tengo aquí a mi lado es el Partido Blanco. Este hombre se sienta en el sillón invisible de Oribe.
Tiene por momentos una veloz sagacidad mental que me recuerda a aquel otro gran blanco que fue Francisco Espínola. En su segunda visita, por ejemplo (ya hablo), es casi mediodía y viene (yo no lo sabía) de hacerse un chequeo en La Española.
“-Compadre –le digo- no tengo aquí ni una triste ginebra para ofrecerle. Si quiere lo invito con un electrocardiograma”.
“-Ya tomé” –es el sobrepique de la respuesta que supera en humor a la pregunta. Solo Paco.
Pobre Partido Colorado. ¡Claro que mi compadre va a ayudar y a apuntalar al próximo gobierno! Me pregunto qué será mejor: que te pise un ferrocarril o que te ayude mi compadre. Cuando se marchó, en el hondísimo silencio que queda en el lugar en donde estuvo, me parece distinguir, casi pulverizada de vieja, aquella copla del pasado siglo, convocadora de fraternidad, que he leído en alguna página de la Biblioteca Nacional: “Depón tu odio partidario pues cubre una misma losa la tumba de Leandro Gómez y de Marcelino Sosa”. Así sea.