Se disfrazó de árabe para enseñar buena matemática, y terminó legando a su país, Brasil, un patrimonio cultural perenne cuyos pilares son la ciencia y la imaginación. También tuvo su periplo uruguayo.
Fue un innovador que escribió un legendario libro de matemáticas recreativas. «Me llamo Beremiz Samir y nací en la pequeña aldea de Khoi, en Persia, a la sombra de la gran pirámide formada por el monte Ararat. Siendo muy joven todavía, me empleé como pastor al servicio de un rico señor de Khamat». Así es presentado — en un inicio que nada tiene que envidiar a las grandes obras de la literatura— el protagonista de El hombre que calculaba, célebre tratado de matemáticas recreativas firmado por Malba Tahan «en Bagdad, a 19 lunas de Ramadán en 1321».
Allí se entretejen situaciones propias de Las mil y una noches con problemas matemáticos de diversa dificultad. Entre apólogos morales y con sorprendente habilidad, Beremiz Samir resuelve esos acertijos con simplicidad y elegancia en una atmósfera general de misterio y aventura que otorga al relato verosimilitud respecto a su origen oriental, ambientado en el siglo XIII. El problema más conocido es éste: «Somos tres hermanos y recibimos, como herencia, esos 35 camellos. Según la expresa voluntad de nuestro padre, yo debo recibir la mitad, mi hermano Hamed Namir una tercera parte, y Harim, el más joven, una novena parte. No sabemos sin embargo, como dividir de esa manera 35 camellos, y a cada división que uno propone protestan los otros dos, pues la mitad de 35 es 17 y medio».
No tan obvia es la referencia a personajes reales como Abu Abdallah Muhammad ibn Musa Al-Khwarizmi, el célebre matemático, astrónomo y geógrafo del siglo IX que trabajó para el califa Al-Mamun en la Casa de la Sabiduría de Bagdad (institución a veces comparada por su prestigio con la Biblioteca de Alejandría). De su obra principal, Al-Kitab al-mukhtasar f hisab al-yabr wa-l-muqabala (Compendio de cálculo por reintegración y comparación) proceden los términos «álgebra», «guarismo» y «algoritmo», el sistema decimal de numeración y las grafías actuales de los números. La obra también remite a Omar Kayyam, matemático del siglo XI más conocido hoy por ser el autor de las célebres Rubaiyat (la inexistencia de una frontera entre ciencia, arte y poesía en el mundo árabe medieval resulta fundamental para comprender la obra).
Pero Malba Tahan no vino de Oriente, como todos creían. La primera edición de El hombre que calculaba se publicó en Río de Janeiro en 1938, y si bien aún hoy miles de lectores creen que el texto procede realmente de Oriente, Malba Tahan fue el seudónimo elegido por Júlio César de Mello e Souza, un profesor de matemáticas que las únicas arenas ardientes que pisó en su vida fueron las de las playas de Brasil. Fue un educador singular que dejó una notable impronta en su país. El libro ganó el 1er. Premio del Concurso de Cuentos y Novelas de la Academia Brasileña de Letras en 1939.
NIÑEZ E IMAGINACIÓN
Nacido el 6 de mayo de 1895 en Río de Janeiro, Mello e Souza pasó su infancia en la pequeña ciudad de Queluz (a medio camino entre Río y São Paulo). En esa época, recordaba, «la única preocupación que tenía era evitar los lugares por donde andaba el lobizón». Su hermano mayor, João Batista, describe la forma como la imaginación dominaba la niñez de Júlio: «Cuando componía una historia, creaba personajes en exceso, muchos de los cuales tenían nombres absurdos como Mardukbarian, Protocholóski, Orônsio, pero ningún papel a desempeñar».
En 1906 Julio fue enviado a Río donde, por voluntad del padre, debía ingresar al Colegio Militar. Sobre los avances del joven João Batista informaba: «No sé como le va a ir a Julito en el examen. Escribe mal y es una negación en matemáticas». Tres años después y por motivos económicos, abandona la academia castrense para comenzar magisterio. En 1913 empezó a su vez la carrera de Ingeniería Civil (que culminaría veinte años después) pero su vida la consagraría a la docencia (asistió también a la Escuela Dramática Municipal pero esa vocación por el teatro la canalizó por entero en el aula y en la literatura).
En una entrevista de 1946, Mello e Souza recordaba la forma como dio sus primeros pasos en la literatura cuando, como estudiante pobre de 11 años, comenzó a vender «redacciones» a sus compañeros a cambio de monedas para chocolates. En sus propias palabras se había convertido en un mercader «productor y vendedor de virtudes, dioses, injusticias, crímenes y otros ornamentos del espíritu humano».
COMIENZA LA FARSA
En 1918 el joven escritor llevó cinco relatos a la redacción del periódico El Imparcial donde trabajaba. Días después, viendo que permanecían sobre el escritorio del Secretario de Redacción, decidió retirarlos para volver a presentarlos, agregando esta vez que pertenecían a un tal R. V. Slady y que estaban haciendo furor en Nueva York. Al día siguiente, uno de los cuentos, «La herencia del judío», era publicado en portada. El hecho lo convenció de la necesidad del seudónimo.
Los primeros cuentos de Malba Tahan fueron publicados en el periódico A Noite en 1925. El supuesto Ali Yezzid Izz-Edim Ibn-Salim Hank Malba Tahan había nacido el 6 de mayo de 1885 (exactamente diez años antes que su creador) en Muzalit, una aldea cercana a La Meca. Viajero incansable, había recorrido Rusia, India, China y Japón; había sido muerto en 1921 en las cercanías de El-Riad luchando por la libertad de las tribus del desierto. Para que el engaño fuera perfecto, Mello e Souza creó también un traductor, el profesor Breno de Alencar Bianco (las referencias a Lord Byron en Grecia, a Lawrence de Arabia y al capitán Richard Burton se hacen patentes). La farsa no duraría mucho: cometió el error de atribuir una de las traducciones a un traductor real y la poetisa Rosalina Coelho Lisboa, atenta conocedora del trabajo de éste, negó en 1933 que eso fuera posible, sugiriendo así que Malba Tahan no era un personaje real.
No existe total unanimidad sobre el significado del nombre; «Malba» remite a «establo», «oasis» o incluso a una raíz con la que se prepara una harina comestible; Tahan significa «mortero» o «molinero», pero en los hechos provenía del apellido de una alumna: Maria Zechsuk Tahan. Esas alusiones a nombres, costumbres y filosofía orientales tampoco eran simples elementos de persuasión literaria sino una verdadera pasión que había comenzado con la lectura de Las mil y una noches y había germinado al decidirse a estudiar la lengua: «la matemática me llevó desde muy joven a considerar con simpatía a las civilizaciones del próximo oriente, donde tuvo un gran florecimiento». Paradójicamente, el escritor sólo viajó a Argentina, Uruguay y Portugal (ver recuadro).
PEDAGOGÍA LÚDICA
De las escuelas primarias donde comenzó a ejercer, Mello e Souza pasó a la Escuela Normal (como profesor de matemáticas, literatura infantil y folclore) para continuar luego en el Colegio Pedro II (preparatorios donde él mismo había estudiado), en la Escuela Nacional de Bellas Artes y en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Brasil. Sus notas literarias y desafíos matemáticos en diarios y revistas eran esperados con ansiedad y coleccionados por los lectores. Tuvo también actividad en radio y como editor de las revistas de divertimentos matemáticos Al-Karismi (ocho números entre 1946 y 1951) y Lilavati (a partir de 1957). Trabajó también en la rehabilitación de menores delincuentes y durante la década de 1950 editó la revista Damião que buscaba la reincorporación de los leprosos a la sociedad, causa de la que fue activo militante. En 1954 el presidente Getúlio Vargas lo autorizó a agregar el seudónimo a su carnet de identidad; Jorge Luis Borges lo leyó embelesado.
Lector apasionado, entre sus libros favoritos figuraban los de Mark Twain, Rudyard Kipling, Conan Doyle, H. G. Wells y las novelas policiales. No había noche en la cual no se durmiera con un libro entre las manos —aseguran sus familiares— por más que también se lo recuerde caminando por la casa a altas horas de la madrugada a la espera de una inspiración que no siempre llegaba.
En el aula Mello e Souza era más que un profesor, era un actor empeñado en cautivar a una audiencia no siempre receptiva mediante una didáctica diferente y arriesgada. Cuando entregaba pruebas corregidas venían firmadas, en caracteres árabes, por Malba Tahan. Se justificaba diciendo que le había mostrado los trabajos al sabio.
