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domingo, 23 de febrero de 2025
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¡Maestros!

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«Enseñar es dejar una huella de amor en el corazón de cada niño»

Setiembre se identifica con muchas cosas: la primavera (y por ende el renacer de la naturaleza y sus colores), desde hace algunos años también con la diversidad de orientaciones sexuales, pero también con los maestros. Esta semana los maestros celebran su día. Este próximo miércoles 22, como cada 22 de setiembre, es el Día del Maestro. También hay quienes piensan en las abejas. Claro… Las flores, los insectos en el aire, y la laboriosidad de la abeja que la une al maestro en un solo símbolo.

Yo quiero hoy recordar a mis maestras, aquellas de la vieja Escuela 4: Martha Olivera, Manuela Laxague, María Clara Paolini, Perla Rodríguez, Quita Mastandrea, Rosario Balbela, Martha Correa, Graciela Borguetti. Algunas están, otras ya no, es decir: todas siguen estando. Pero no es la idea hablar de mí, si no, tendría que hablar también de todos los maestros que me rodean en la cercanía: Jorge, mi padre; mi tía Ruby, compañeros de trabajo (varios); Adriana, nuestra directora en este diario; Mercedes, mi pareja, que seguramente en breve será maestra. Entonces amplío el espectro y pienso en un gran comunicador salteño, como Hugo Felipe Rolón; en alguien que llegó a ser Intendente, como Ramón Fonticiella; o puedo salir de Salto y pensar en Óscar Washington Tabárez, que tantas alegrías le ha regalado al pueblo uruguayo.

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Quienes amamos la literatura no podemos dejar de pensar en el maestro Julio Cortázar, si me quedo en Uruguay puedo pensar en el poeta Rubén Lena o en José María Obaldía, si no salgo de Salto me acuerdo de Elder Silva, Sergio López, Martha Cano, Federico Ibarra, Rocío Menoni, Amalia Zaldúa, Myriam Albisu, Estela Rodríguez Lisasola…Vea que maestros hubo, hay y habrá por todas partes en destacadísimos lugares. Así que la lista podría continuar y seguro no alcanzaría esta página. Aunque a veces, ese lugar destacado, solo sea un aula humilde o el humilde corazón de una persona. Seguramente nadie que piense en lucha social a favor de las más desprotegidos (vulnerables, se diría hoy) puede dejar de recodar a Julio Castro.

Yo tenía un Maestro:
¡qué tiempo tan lindo!
Me parece verlo,
con su andar tranquilo,
cargando cuadernos
por el barrio limpio
y arrastrando un blanco
racimo de gritos…
(Federico Ibarra)

Pero qué bueno que estas fechas nos ayuden también para pensar en esa tarea, la de enseñar. ¡Vaya trabajo complejo! «¿El maestro debe enseñar o debe ayudar a que otro aprenda?», me dijo una vez Hugo Rolón. Y da para pensarlo. Tal vez lo cierto es que maestro y niños aprenden juntos.

Hace unos días razonaba esto: cuánta gente piensa que ser maestro es fácil, es pararse o sentarse frente a alumnos que están ahí quietitos, hablar un poco, indicarles alguna tarea, dejar que así el tiempo pase –son apenas cuatro horas- y después irse a la casa a descansar hasta el otro día. Qué equivocados están quienes piensan así. Esas cuatro horas deben prepararse durante muchas horas –a veces también de madrugada- y los alumnos no están allí quietitos cual recipiente para que se los llene de conocimientos. Los niños son pequeños-grandes mundos que se mueven al compás de sus sueños, pero también de sus problemas, que en muchos casos son gravísimos. Y el maestro tiene que estar ahí, acompañando siempre. El maestro tiene que hacer de papá y mamá, tenga o no tenga esa experiencia en su casa, y tiene que hacer de asistente social alguna veces que visita un domicilio, o de enfermero, y ni que hablar de psicólogo, aunque para nada de esto fue especialmente preparado.

Yo quiero decirte, maestro, maestra,
como un canto secreto, así, al oído,
que sueles ser más padre y más madre
que los padres mismos.
¡Cuántas veces los padres (…)
olvidan su misión
y te entregan un hijo
cual sacándole el cuerpo al sacrificio,
y entonces tú, palpando la tragedia
que abre sus alas por detrás del niño,
le das calor de números y letras,
¡pero, por sobre todo, de cariño!
(Fernán Silva Valdés)

Siempre existieron dificultades. Hoy sin embargo se dice que es más difícil que antes. ¿Será porque desde hace unos años esas dificultades tienen nombres? Hiperactividad, Asperger y Down en todos sus niveles, Estrés, Déficit atencional, y tanto, y tanto, y tanto más. Hoy se habla de inclusión. Esto es, que todas esas características estén juntas en una misma aula, a las que debemos agregar, por ejemplo, niños sordos. ¿Han tenido los maestros en sus cuatro años de carrera una formación para brindar esta atención debidamente? La respuesta es No. La pregunta entonces cae por su propio peso: ¿Hay verdadera inclusión? Y la respuesta sigue siendo una interrogante abierta. «Los niños son como puzles a los que generalmente le faltan piezas que nosotros tenemos que ayudar a completar», comentaba hace unos días una maestra. Y nos quedó clara su preocupación porque hay piezas que se llenan fácilmente, otras no tanto, otras resultan casi imposible de completar para un maestro. Y allí aparece también el cansancio, la frustración y la angustia. La impotencia aparece también. La misma maestra decía: «Hay muchos niños medicados; pero cuando nos damos cuenta que no están tomando la medicación, ¿qué hacemos? Intentamos hablar con la familia, bien, pero, ¿y cuando la familia no responde?» Todo eso también es parte de la tarea de un maestro.

Ha pasado el tiempo…
¡Cuánto se ha perdido!
¿Es otro el Maestro?
¿El niño es el mismo?
(Federico Ibarra)

Sí, el niño quizás sea el mismo, Federico. Sucede que antes era «un sinvergüenza con hormigas en la cola», ahora «padece hiperactividad»; antes no le venía mal darle un grito de vez en cuando para que no pasara la clase «paspando moscas», ahora hay que tratarlo entre algodones porque padece «déficit atencional complejo».

¿Sabe qué? Hay maestros que van a trabajar con inseguridad y hasta con miedo. Miedo, por ejemplo, al enfrentamiento con las familias. Hace algunas décadas, el maestro gozaba de una autoridad solo por ser «el maestro». Ahora debe ganarse esa autoridad día a día. Ya no le viene dada con el título, ni con el ejercicio de la profesión. «Se ha debilitado mucho, hasta casi perderse, la alianza maestros-familia, hay veces que hubiera una rivalidad» (palabras de una autoridad de la Educación).

Sentimos que cada línea, cada concepto, cada palabra incluso que hemos expresado anteriormente, ameritaría un larguísimo análisis y discusión. No es la idea hoy. Tampoco somos especialistas. Solo queremos reconocer el sacrificio de los maestros en tiempos de turbulencia social. Solo queremos desearles para este 22, y para cada día, que cuenten con la energía suficiente siempre, para nunca rendirse.

Contratapa por Jorge Pignataro

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