Durante muchos años, nuestra comunidad consideró que el trabajo del hogar, generalmente hecho por quien denominábamos «ama de casa» no era trabajo, sino «labor».
Así figuraba incluso a la hora de establecer, por ejemplo en el Registro Civil, la ocupación de los contrayentes, donde la ocupación de la mujer generalmente figuraba como «labores».
Sin embargo este concepto ha cambiado, un poco porque se ha batallado para hacer entender que aunque no sea retribuido económicamente, las tareas domésticas son un trabajo y no sólo necesario, sino trascendente para la familia y otro, porque la propia realidad terminó por demostrar que es un trabajo en toda la acepción de la palabra.
Queda fehacientemente demostrado, cuando los dos cónyuges de la pareja trabajan y por lo tanto deben resolver el tema de las tareas domésticas, esto es cocinar, limpiar, atender a los niños y demás.
En estos casos se contrata a alguien que obviamente cobra por el trabajo, aunque se le siga llamando «tareas» y no siempre se da con la persona adecuada, porque en ella la pareja tendrá que depositar toda su confianza.
En nuestros días ya casi no se discute que las tareas del hogar son un trabajo.
Lo que todavía es casi imperceptible, aun cuando se reconozca como un trabajo, es que éste sigue «atando» más a la mujer que al hombre, porque generalmente se la responsabiliza más a ella que a él.
En aquellos casos en que de común acuerdo la mujer acepta hacerse cargo de estas tareas, no se tiene claro que esto supone relegar muchas de sus posibilidades de realización como persona.
El hacerse cargo de las tareas del hogar supone estar pendiente de los hijos y de todo lo que supone el hogar, por lo tanto, las posibilidades de formación y de trabajo remunerado, son dejadas de lado.
El análisis viene al caso debido a que tanto en Uruguay como en otros países de la región se ha hablado de la denominada «ley Madre», que daría la posibilidad a la mujer de jubilarse a determinada edad por la sola razón de haber criado a sus hijos.
Admitimos que no es un tema que pueda simplificarse tan fácilmente, pero es de justicia reconocer y valorar como tal el trabajo de la mujer, aún cuando no sea retribuido económicamente.
Uno de los mayores problemas que enfrenta hoy la comunidad y la nación toda, no sólo la nuestra es la pérdida de valores y precisamente en este aspecto, el hecho de que la mujer haya tenido que sacrificar este rol, entre otros motivos porque el capitalismo prácticamente obliga a que ambos cónyuges tengan que trabajar si quieren tener un nivel de vida digno, llevó a delegar la tarea, sobre todo de la educación de sus hijos a terceras personas y ello trae aparejadas consecuencias que no siempre notamos a tiempo.
Sería oportuno analizarlas y tratar de hallar las salidas adecuadas que difícilmente se encontrarán sin el apoyo adecuado del Estado.
Durante muchos años, nuestra comunidad consideró que el trabajo del hogar, generalmente hecho por quien denominábamos «ama de casa» no era trabajo, sino «labor».
Así figuraba incluso a la hora de establecer, por ejemplo en el Registro Civil, la ocupación de los contrayentes, donde la ocupación de la mujer generalmente figuraba como «labores».
Sin embargo este concepto ha cambiado, un poco porque se ha batallado para hacer entender que aunque no sea retribuido económicamente, las tareas domésticas son un trabajo y no sólo necesario, sino trascendente para la familia y otro, porque la propia realidad terminó por demostrar que es un trabajo en toda la acepción de la palabra.
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Queda fehacientemente demostrado, cuando los dos cónyuges de la pareja trabajan y por lo tanto deben resolver el tema de las tareas domésticas, esto es cocinar, limpiar, atender a los niños y demás.
En estos casos se contrata a alguien que obviamente cobra por el trabajo, aunque se le siga llamando «tareas» y no siempre se da con la persona adecuada, porque en ella la pareja tendrá que depositar toda su confianza.
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En nuestros días ya casi no se discute que las tareas del hogar son un trabajo.
Lo que todavía es casi imperceptible, aun cuando se reconozca como un trabajo, es que éste sigue «atando» más a la mujer que al hombre, porque generalmente se la responsabiliza más a ella que a él.
En aquellos casos en que de común acuerdo la mujer acepta hacerse cargo de estas tareas, no se tiene claro que esto supone relegar muchas de sus posibilidades de realización como persona.
El hacerse cargo de las tareas del hogar supone estar pendiente de los hijos y de todo lo que supone el hogar, por lo tanto, las posibilidades de formación y de trabajo remunerado, son dejadas de lado.
El análisis viene al caso debido a que tanto en Uruguay como en otros países de la región se ha hablado de la denominada «ley Madre», que daría la posibilidad a la mujer de jubilarse a determinada edad por la sola razón de haber criado a sus hijos.
Admitimos que no es un tema que pueda simplificarse tan fácilmente, pero es de justicia reconocer y valorar como tal el trabajo de la mujer, aún cuando no sea retribuido económicamente.
Uno de los mayores problemas que enfrenta hoy la comunidad y la nación toda, no sólo la nuestra es la pérdida de valores y precisamente en este aspecto, el hecho de que la mujer haya tenido que sacrificar este rol, entre otros motivos porque el capitalismo prácticamente obliga a que ambos cónyuges tengan que trabajar si quieren tener un nivel de vida digno, llevó a delegar la tarea, sobre todo de la educación de sus hijos a terceras personas y ello trae aparejadas consecuencias que no siempre notamos a tiempo.
Sería oportuno analizarlas y tratar de hallar las salidas adecuadas que difícilmente se encontrarán sin el apoyo adecuado del Estado.