Hablaba con un observador ácido de la política que me decía que a nadie le importa el programa de gobierno de los candidatos. Es posible. Puede ser una de las cosas que a la gente no le parece importante, que no influyen en el gobierno de un país o un departamento. En eso hay una equivocación. Tampoco la masa votante pone demasiada atención en los objetivos que persiguen esas planificaciones; en general porque se han hecho en círculos cerrados, sin participación directa de los interesados. Todo ha quedado en manos de las dirigencias, que no siempre tienen en cuenta las necesidades de los dirigidos.
El Frente Amplio ha tratado, desde sus orígenes, de reflejar en sus planes lo que la ciudadanía siente. También sus candidatos han procurado trazar sus acciones siguiendo esas líneas. No es perfecto, pero es razonable.
Muchas presentaciones de Planes de Gobierno, se toman como hechos políticos convocantes y motivantes, pero sin mostrar cómo, cuándo y porqué se harán esas obras o se desarrollarán esas conductas. Es lo que no se sabe, no preocupa…pero importa mucho.
Alguno de los observadores de prioridades de gobierno, habrá notado que las nuestras no reúnen, señales atrapantes o seductoras. A partir de la existencia de las pirámides, los gobernantes del mundo deleitan a sus seguidores con promesas de obras faraónicas. Es lógico que la población, a veces con necesidades insatisfechas, sueñe con tener unos jardines de novela (para tomar su mate de los domingos), o con unas avenidas esplendorosas, aunque ello se logre merced a no tener recursos para invertir en realizaciones que ayuden al diario vivir: veredas decentes, turismo social para la semanita de licencia, una rambla digna para ir al Sur o drenajes imprescindibles para días de lluvia, en una ciudad llena de subidas y bajadas. Se entiende que la promesa fastuosa (demagógica) sea más atractiva que la solución de los problemas diarios; a éstos estamos acostumbrados, lo prometido significa lo que nunca pudimos tener. Lo que no queda claro es cómo se harán ambas cosas ; cuáles son los recursos de esta gran familia (los salteños) y eso no preocupa, porque hay alguien que viene a solucionarlo todo.
He vivido momentos en que las propuestas demogógicas derrotaron a las posturas razonables. Hubo un intendente que prometió un boleto de ómnibus casi regalado, y ganó las elecciones; lo que no se sabe es que a ese servicio lo destruyeron financieramente y hoy se mantiene restando inversiones a otras áreas, lo cual antes era equilibrado. Aquél intendente quería ganar el puesto, aunque fuera liquidando a la Intendencia.
Lo que no se sabe, debe conocerse a través de la palabra de quienes hacen las propuestas; lo que no preocupa, debe ser conocido porque la plata saldrá también de los bolsillos de quienes se despreocupen.
Administrar una propiedad de ciento veinte mil dueños, como Salto, no es para iluminados que a veces han desarmado otras posesiones del Pueblo a favor de sus amigos. Es para quienes sólo busquen “ la pública felicidad”.