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sábado, 10 de mayo de 2025
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“Lo más triste del golpe: los golpeados”

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Ramón Fonticiella, exintendente del Frente Amplio

En esta fecha tan especial para los uruguayos, EL PUEBLO convocó la opinión y reflexión del exintendente del Frente Amplio, Ramón Fonticiella.

“La generosidad, que agradezco del diario EL PUEBLO –comenzó expresando Fonticiella-, permite revivir con cincuenta años de historia el golpe de Estado de 1973. Mi interés trasciende la narrativa política, que abordarán otras plumas. De esa parte sólo diré que acuso de embusteros a quienes crearon y mantienen la teoría de ‘los dos demonios’ como causa del golpe. La considero una lamentable creatividad de intelectos lúcidos, pero intencionados en torcer la historia. Hubo un solo demonio. El que  pisoteó la Constitución y al pueblo, después de vencida la guerrilla, las fuerzas militares y los civiles que dieron el golpe.

Obviamente el quebranto constitucional de 1973 y sus doce años de avasallamiento, trascendió los cuarteles, entró a escritorios profesionales, empresas, organizaciones que por temor o conveniencia se pusieron al servicio del aplastamiento de la ley.

En esa mecánica, diabólica hubo una clase con algunos nombres conocidos y cientos o miles de anónimos, que seguramente aún sufren el golpe. Han pasado a la historia personas de los partidos políticos, como Michelini y Gutiérrez Ruiz, los asesinados de la Seccional 8 y muchos más, emblemáticos en tanto mártires; de los sindicatos; de organizaciones sociales no doblegadas que trabajaron en la clandestinidad. Pero sépase que son cientos o miles los sin nombre que fueron literalmente aplastados por el golpe de malos militares y peores civiles.

La población sencilla, que demasiado esfuerzo hace para subsistir, tiene pocas posibilidades (y ganas) de saber de la vida de quienes de un día para otro se transformaron en ‘delincuentes’, ‘perseguidos’, ‘destituidos’, ‘requeridos’ o ‘exiliados’.

Pocos se habrán puesto a pensar cuántas familias trabajadoras quedaron destrozadas por el golpe, sin haber disparado un tiro, sin tener armas, sólo por ejercer la humana obligación de pensar y en algunos casos de expresar esos pensamientos. Las generaciones actuales, y algunas no tan nuevas, pero si perezosas o abúlicas, nunca se preguntaron por qué el ‘bancario de al lado’ dejó de ir al empleo y empezó a tratar de vender libros casa por casa; o cuál fue la razón de que ‘la maestra de la nena’ no fue más a la escuela y empezó a buscar empleo, que nadie le daba. Esa realidad nació con el golpe de Estado de malos militares y peores civiles.

Paralelamente los lugares dejados vacantes por los destituidos, presos o exiliados, eran llenados por personas que no se sabía su validez para el cargo, lo importante era que tenían ‘certificado de fe democrática clase A’, otorgado por los golpistas y sus asistentes. A quienes estaban afiliados o vinculados a partidos de izquierda o a sindicatos, y no les permitían trabajar para el Estado, apenas accedían a certificados clase C. ¡Ni hablar si eras marxista! No sólo perdías el empleo público, y hasta privado, sino que podías pasar semanas en averiguaciones, no se sabe de qué.

A la distancia pienso lo mismo que hace cincuenta años, los civiles y militares que se autoproclamaron capaces de juzgar qué debía pensarse y hacerse, cometieron una barbaridad histórica, humana y social. Implantaron qué no podía pensarse, y con retroactividad condenaron a miles de inocentes a ser ‘carne del golpe’.

¡Cuántas familias se destruyeron, cuántas vidas se segaron sin un tiro ni una puñalada!

Los golpeados muchas veces ni de izquierda eran. Tengo vívida la imagen de un Maestro con mayúsculas, que fue destituido porque sí, y se murió de tristeza; sólo había sido gran trabajador por la Asociación Magisterial de Salto en épocas en que ni ‘sindicato’ le llamábamos. Esa es para mí la imagen de los ‘golpeados’ por los malos militares y peores civiles golpistas.

Rememorar estas instancias me llena de dolor, por la buena gente que quedó en la calle sin empleo, sin recursos, viendo destruirse su familia, por el delito, por ejemplo, de creer válidas las palabras de Varela: ‘Los que alguna vez se han encontrado juntos en los bancos de una Escuela, en la que eran iguales, a la concurrían usando un mismo derecho, se acostumbran fácilmente a considerarse iguales, a no reconocer más diferencias que las que resultan de las aptitudes y las virtudes de cada uno; y así, la Escuela Gratuita es el más poderoso instrumento para la práctica de la igualdad democrática’.

No quiero que mi tristeza, no es rencor, parezca un argumento, pero no la puedo disimular. Era muy difícil reconstruir la vida en aquel momento. Era bravo enfrentar la realidad en el pueblo chico, cuando algunas personas conocidas de toda la vida cruzaban a la otra vereda para no encontrarse contigo. Tenían miedo, seguramente, porque el miedo era una tenaza que el sistema había instalado para arrancar cabezas que pudieren hacerse pensantes.

Dentro de esa tristeza de los ‘golpeados’ y la pobreza de quienes se aprovechaban del golpe, surgen personajes que para mí son imponentes; quienes sabiendo que podía hacerles daño, abrieron las puertas de sus empleos y nos dieron oxígeno para respirar y trabajar. Puede que algunos tengamos personas a quienes agradecer, cincuenta años después. En honor a todos los que hicieron la pata ancha con los golpeados, vaya mi agradecimiento eterno a dos personas, en las que simbolizo a esos seres humanos (que no eran de izquierda): DIEGO YAÑEZ (Maya TV) y JULIO PIERRI (Radio Salto). Ambos se la jugaron en mi caso.

Como lo escribía con carteles esta tarde una barra de veteranos en la playa de Piriápolis: ¡ NUNCA MAS !”, concluyó su reflexión Fonticiella.

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