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martes, 15 de julio de 2025
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Latido de piedra; la jauría en busca de la libertad

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Diario EL PUEBLO digital
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Publicación de Bruno Maciel Collazzo

Mi nombre es Itanú, soy hijo de Yucá y, al igual que él, traigo orgullosamente la sangre, el nombre y el alma del pueblo charrúa conmigo y todo lo que en él está incluido. Hoy, voy a contar el relato de mi padre en honor a su viva memoria y, más bien, lo que quiso siempre lograr borrar de la misma. En referencia al período de la «miseria comunitaria» que decía podía percibir en el momento que sufrieron y emprendieron lo que él llamaba «la redota».
-6.000 almas fueron las que marcharon, indignadas, pero seguras, no vagaban, nunca dudaron. Y, eran tristes los pasos, pero con una extraña firmeza; y nosotros teníamos en cada paso a nuestros antepasados. Los charrúas fuimos alrededor de trescientos, muchos partimos desde distintos puntos de nuestra tierra, pero, algunos se vieron forzados a vivir todo desde Montevideo porque habían dañado de gravedad a tres caciques –iniciaba así la historia de mi padre. Siendo él uno de los que vivió la situación en un principio desde Montevideo.


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Unos días antes de haber comenzado, se encontraba cerca una tribu donde pertenecían amigos de mi padre, durante un sitio a la ciudad de Montevideo, el cual era realmente violento; y, donde los agresores no vieron otra reacción frente a su ignorancia sino la de la violencia. Y atacaron a varios de la tribu, y de gravedad a tres caciques.
Había mucho de lo que se hablaba en Montevideo con la situación que se llevaba, y unos de mis tíos, Aroa, fue enviado por José Gervasio Artigas para entregar la carta a José Rondeau, solicitando que se escucharan las voces que gritaban, antes que el sitio fuese levantado.
Fue convocada posteriormente una asamblea que en la misma carta estuvo expresa y solicitada, donde mi padre y mi tío asistieron de la mano de Artigas y todos los allí presentes, en la Quinta de la Paraguaya. Donde es nombrado al señor como Jefe de los Orientales, actuando de conductor, de guía.
Fueron cuatro los días trascurridos, el 14 de octubre se dio el levantamiento al sitio, y todo lo que esperábamos sucediese tras haber seguido a Rondeau y su ejército en busca de fuerza y tranquilidad, terminó cayéndose cuando su ejército y el mismo se retiran del territorio luego de que Elío firmara el Armisticio. Aunque tarde les llegó la noticia para la gran indignación que les tocó sentir. Y fue el 23 de octubre, en el Paso de la Arena, que deciden de la mano de Artigas, demostrar la independencia que nos caracterizaba y motivaba; que era, justamente, lo que estábamos buscando.
Comenzaron aquí los esfuerzos de mi padre, que, junto a Yahto, mi madre y mujer embarazada de mi persona en aquel entonces, comenzaron a marchar junto otras «almas»; como mi padre lo había planteado. Que no eran más que eso, pues el cuerpo se sentía como otro plano, totalmente enajenado, vesánico, ajeno. Con el profundo dolor que implicaba hablar de esto, ni siquiera imagino lo que significó vivirlo. Todos se privaron de muchas comodidades, desde el techo hasta el alimento que a los enfermos podía alimentar. Pero la resignación era el trago diario para estas almas,
más o menos amargo para unos o para otros, pero los alimentaba a seguir. Sobre todo si iban con Artigas.
Fueron muchas las familias que sintieron esa fuerza que a los cuerpos revolucionaba y movilizaba, muchos abandonan sus casas dirigidos solo a mantener la libertad de su suelo, nuestro suelo. Dando un centro a las firmes y contundentes ideas que solo habrían terminado de existir una vez fuesen cumplidas. Sin contemplar las adversidades. Y el pueblo lo sabía, pues lo que en los primeros pasos les advertía ser angustioso y duro, debió ser alerta para quienes no estaban seguros de lo que buscaban. Y fue asimismo la invitación para aquellos que fueron apareciendo durante nuestra ruta.
Mi madre estuvo expuesta a una de las tantas adversidades, como todos, pero no una de las ya establecidas. Sino una de las más inesperadas, e imparables: un temporal.
El 29 de octubre mi madre no soportaba la caminata, y yo estaba a punto de nacer. Por lo que unos bondadosos comerciantes habían prestado y acomodado su carroza para que mi madre pudiese allí descansar y continuar el viaje. Pero a las horas, el viento comenzó a azotar las paredes de gente que el camino de piedra formaba. Y el camino no fue difícil solo para mi madre. El río había crecido tremendamente y mi madre estaba a horas de parir, pero nada se podía hacer más que resistir, porque las condiciones no daban lugar a una escapatoria y el estado de mi madre, tampoco.
Siguieron marchando con una criatura a punto de nacer, y mi madre, firme a su animismo, interactuaba con fuerza con los espíritus, pidiendo fuerza y despojándola de todo miedo que la podía amenazar.
Mi padre contó sentir los latidos de mi madre aumentar, los pasos se sentían más fuertes. La roca mojada y el barro le daban un golpe de piedra a los pasos, una fuerza empoderante, y a los latidos, luego a los gemidos y al dolor que el cuerpo de mi madre generó cuando me parió.
-Itanú -dijo sosteniéndome mientras sentía mis latidos- sus latidos van al mismo ritmo que los míos, es como la piedra, es como los pasos.
Repentinamente el viento sacudió la carroza tan fuertemente que esta se volcó, los caballos se desesperaron. Mi madre sufrió el impacto y los caballos la ataron con las cuerdas en el brusco intento de salir despavoridos. En ese momento, perdí a mi madre, con mi total desnudez y vulnerabilidad, sin haber siquiera apaciguado mis llantos; desde el primer momento.
Es entonces que los ojos de mi padre se llenan de lágrimas, del suceso, en el momento, y al habérmelo contado. Desconcertados por el suceso, los pasos se detuvieron, los latidos desvanecieron, solo quedaba mi latido de piedra.
Los trapos arrastraban sobre la tierra, la tormenta en su auge finalmente alcanzó la calma. Volvieron a caminar, no habían adversidades. Las almas seguían, se había sumado otra desde otro lado, los charrúas entonaron sus plegarias, estuve unido a mi difunta madre por horas hasta que consiguieron algo para cortar el cordón.
Finalmente comprendieron todos lo que realmente esperaba, lo que seguía. Y, a medida que el tiempo pasaba y la gente se sumaba, nos establecíamos o seguíamos.
Muchos dejaron el territorio, pero la tribu charrúa decidió esperar, no está en nuestros principios abandonar la tierra de nuestros antepasados, lo que nos conecta a ellos y
nos convierte a nosotros. Días llevó el recorrido hacia el río y la operación para pasar. Mientras nos alejábamos y nos hacíamos ajenos de todo lo que habíamos buscado, de todo hacia lo que habíamos ido.
6.000 almas fueron las que marcharon, indignadas, pero seguras, no vagaban, nunca dudaron. Yo soy resultado de la búsqueda del pueblo libre, del guía y protector, producto enajenado del frenesí que nos guió hacia la libertad. Yo soy Itanú, que en mi lengua significa «latido de piedra».

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