Tal vez esta página no resulte atractiva para quienes no creen en Dios, pero quizás valga la pena leer el relato de una persona cuya fe la ha mantenido en pie a lo largo de los momentos más difíciles de su vida.
En nuestra ciudad de Salto, uno de los santos más venerados es el Padre Pío, un hombre de fe profunda que ha tocado el corazón de muchas personas. Al igual que él, hay otros santos que cuentan con numerosos devotos, como San Cayetano, San Expedito, y muchos más que, en su humildad, nos brindan consuelo y protección.
Los santos, en su rol de intercesores, son quienes elevan nuestras oraciones ante Dios. Por sí solos, no tienen el poder de obrar milagros, ya que todo poder y gracia proviene únicamente de Dios. Pero su labor, en silencio y humildad, es de gran ayuda para quienes confiamos en su intercesión.
Hace un par de años, conocí la devoción a San José Dormido, un santo que ha cobrado mucha más visibilidad gracias al Papa Francisco, quien lo ha promovido como modelo de confianza y fe. San José, padre terrenal de Jesús, fue carpintero de oficio, un hombre profundamente humilde, justo y obediente a los designios de Dios. A pesar de las dificultades que enfrentó, aceptó con valentía y fe los planes divinos para su vida.
Los grandes anuncios que San José recibió, como el nacimiento de Jesús o el llamado a proteger a su familia, no le llegaron a través de voces humanas, sino a través de un ángel mientras dormía. Por esta razón, muchas personas hoy depositan sus peticiones de manera simbólica bajo su imagen dormida, confiando en su intercesión silenciosa pero poderosa.
Recuerdo que hace unos tres años, Lourdes, una amiga, me regaló una imagen de San José Dormido.
Cuando uno necesita algo, debe escribir su petición en un papel y colocarlo debajo de la imagen, pidiéndole a San José que interceda ante Dios por nosotros. Con fe, podemos pedirle que transforme lo imposible en posible, sabiendo que su protección no solo es efectiva, sino también profundamente reconfortante.
Un día, cuando Julio ya estaba atravesando su enfermedad, ocurrió algo que nunca olvidaré. Era un día de invierno, con mucho frío, y la máquina de impresión comenzó a presentar problemas. Julio, a pesar de su agotamiento, decidió acompañar a los impresores Toto y Javier en la búsqueda de una solución.
La noche avanzaba y los chicos, al verlo tan cansado, le dijeron que se fuera a descansar, que ellos se harían cargo.
Sin embargo, pasaron unas dos horas y, a pesar de los intentos, no lograban encontrar la falla. Fue entonces cuando Javier me llamó al celular, no queriendo molestarlo a Julio. Me explicó que, a pesar de probar diferentes soluciones, el problema seguía sin resolverse.
Ya era muy tarde, alrededor de las dos o tres de la mañana, así que le dije a Javier:
—“Bueno, Javier, lo dejamos por hoy. Si no hay solución, seguimos mañana.”
Pero él me respondió con determinación:
—“Vamos a intentarlo una vez más.”
En ese momento, sentí una fuerte necesidad de pedir ayuda, y tomé un papel. Escribí:
“San José, ayúdalos a arreglar la máquina.”
Pasaron apenas unos 15 minutos cuando Javier volvió a llamarme, esta vez con una voz llena de alivio y alegría. Me dijo:
—“¡Encontramos el problema! Ya está solucionado.”
No hace mucho tiempo, ya sin la presencia física de Julio, tuvimos otro desafío. Habíamos comprado chapas (las matrices para la máquina de impresión), pero las chapas no llegaban y no se encontraban en ningún lado. Esta situación nos preocupaba, porque sabíamos que sin esas chapas, el trabajo no podría seguir.
Le comenté a Toto:
—“Sabes que las chapas no llegaron. Si no aparecen en los próximos días, probablemente tendremos que hacer el diario en otro lugar.”
Al día siguiente, Toto me comunicó que había encontrado una caja con chapas. Lo curioso es que ni él ni yo pudimos explicarnos de dónde salieron esas chapas. Era algo muy extraño.
Yo llevaba un registro minucioso de las chapas, anotando siempre cuántas llegaban y cuántas se iban gastando, porque escaseaban, y no era solo por un tema económico, sino porque había un único proveedor que las distribuía. Toto también conocía perfectamente la cantidad exacta de chapas que teníamos, y ese día, de alguna manera, las chapas aparecieron justo cuando más las necesitábamos.
Los milagros existen, y a veces no son soluciones mágicas que ocurren de manera instantánea. Más bien, se manifiestan a través de pequeños detalles en nuestra vida cotidiana, en la forma en que los problemas que parecen imposibles de resolver se van solucionando de maneras misteriosas y profundamente significativas.
A lo largo de los años, he experimentado muchos momentos en los que la ayuda de San José Dormido se ha hecho presente de maneras sutiles pero poderosas. Sin embargo, por ahora dejaré estas historias para otra oportunidad, ya que cada una tiene su propio lugar y su tiempo en este camino de fe.
Lo importante, más allá de los detalles de cada milagro, es que los milagros existen, y no siempre se presentan como soluciones mágicas, sino como respuestas que llegan en el momento justo, resolviendo problemas cotidianos y brindando paz y esperanza en medio de la incertidumbre.
Lo que he aprendido en todo este tiempo es que la fe no se trata solo de esperar algo grandioso, sino de confiar en que, aunque no siempre entendamos cómo ni cuándo, Dios y los santos están presentes, ayudándonos a superar las dificultades de cada día, guiándonos y protegiéndonos en nuestra vida cotidiana.
