No quiero olvidar el saludo al final de la competencia, no quiero olvidarlo a pesar de que repita una historia muchas veces contada. Puedo justificarme con el argumento de que contamos la misma historia desde el origen de la Literatura y puedo agregar que el episodio tomado aquí se ha ido transformando en punto de referencia, en un paisaje al que se vuelve inexorablemente a medida que los años lo van alejando.
Basta un recorrido por Internet para encontrar miles de veces los nombres de Jesse Owens y Carl «Lutz» Long, los atletas que se hicieron célebres en las Olimpíadas de Berlin en 1936. Long era un alemán alto, fuerte, rubio, de ojos celeste, especialista en salto largo. Representaba al tipo «ario» cultivado y adorado por la ideología nazi. Llegó a los Juegos precedido de importantes triunfos. Los nazis lo aclamaban como a un héroe.
Jesse Owens era un negro norteamericano descendiente de esclavos, hijo de una familia de agricultores de Alabama que en la década del 20 emigró al norte en busca de trabajo.
En los Juegos de Berlín fueron presentados como exponentes de la antítesis que vivía entonces el mundo. Tal vez en algún momento ellos admitieron ese puesto, el lugar donde los hechos los ubicaba. Una fotografía magistral dejó grabado el cierre de aquel aparente enfrentamiento: Jesse Owens en el podio más alto con la medalla de oro y en el de abajo Carl Long, con la de plata, junto al japonés Naoto Tajima con el bronce. Innumerables veces se interpretó esa imagen como una señal del futuro, del desenlace de la guerra que ya era inminente: Estados Unidos vencedor ante Alemania y Japón. Sin embargo, Owens y Long batallaron en otro sentido. Long pagó un altísimo precio por ello y Owens no defraudó. Fueron dos inmensos atletas que supieron portar la luz, la antorcha que les venía del pasado.
El alemán ayudó de forma decisiva al norteamericano en la competencia de salto. El Negro acababa de ganar la medalla de oro en los cien metros llanos y con ello cuestionaba la concepción de la raza aria superior. En la prueba siguiente, los jueces presionados por los nazis le invalidaron los dos primeros saltos para bloquear un nuevo triunfo. Le quedaba la última posibilidad para clasificar. En ese momento Long, quien hablaba inglés, se acercó y le aconsejó que iniciara el salto varios centímetros antes de la línea de batida para no dar lugar a confusión, igual alcanzaría el mínimo exigido. Owens siguió la orientación y de esa forma entró a la etapa final donde alcanzó una nueva medalla de oro con 8,06 metros frente a los 7,87 del atleta alemán.
El público no salía del desconcierto ante el nuevo triunfo del atleta negro cuando Carl Long, desafiando la irritación de los nazis, se adelantó a felicitar al campeón y posó junto a él para los fotógrafos.
Long no quiso ser emblema de los tanques de guerra ni de las cámaras de gas que esperaban en el futuro. Y Owens no representó al país del Ku Klux Klan, al del asesinato de Martin Luther King. Ambos atletas sabían muy bien que izaban otra bandera que no reconocía fronteras y que representaba a la Raza Humana.
Resulta fácil subrayar ahora la definición de Raza Humana única, pero clavar aquella bandera en el mismo tiempo, en el mismo lugar donde fecundaba el huevo de la serpiente, fue un acto de excepcional coraje, de sabiduría mayor.
Es por ello que no quiero olvidar aquel saludo al final de la prueba. Tampoco puedo olvidar que al estallar la guerra, el régimen nazi envió al frente a Carl «Lutz» Long, a pesar de que a los atletas de elite les reservaba lugares de privilegio en la retaguardia. Long murió a los treinta años, el 13 de Julio de 1943, después de ser herido en la invasión de la isla de Sicilia por las fuerzas aliadas.
Al finalizar la guerra, Owens viajó a Alemania a conocer y saludar a la familia de su amigo. Y siempre habló de Long con nostalgia y hondo respeto, quizás porque comprendió que la actitud del atleta alemán en la memorable tarde de agosto de 1936, contribuyó al viento negro que provocó el giro de rencor, la salida presurosa del estadio de aquel hombre de oscuro bigote que adoraba a la raza superior y odiaba a los débiles.
La otra bandera
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