El 7 de enero de 2015 los hermanos Kouachi entraron en el periódico satírico ‘Charlie Hebdo’, en París, armados con rifles de asalto. Al grito de “¡Alá es grande!”, mataron a 12 personas. El escritor y periodista francés Philippe Lançon sobrevivió a terribles heridas sufridas en el rostro. Vivió nueve meses en hospitales. Sufrió 18 operaciones. Y volvió a una vida que, admite, “ya no es la misma porque yo ya no lo soy”. Luego lo contó todo en ‘Le lambeau’: un libro, un exorcismo
APROUST no le pasó casi nada en su habitación forrada de corcho del boulevard Haussmann ni en los salones aristocráticos de París pero de todo ello hizo un monumento literario, En busca del tiempo perdido. A Primo Levi, que estuvo diez meses en Auschwitz, le pasó de todo: el espanto, la supervivencia y (supuestamente) el suicidio, y con ese material erigió otro, Si esto es un hombre. Philippe Lançon (Vanves, 1963) respeta y admira a ambos pero se acerca mucho más a la estirpe del segundo: la de quienes han atravesado el Averno y luego lo han contado. El 7 de enero de 2015 Lançon, que había publicado tres novelas y era uno de los periodistas y críticos culturales de más peso en Francia, recibió dos tiros de Kalashnikov en el rostro. Fue en la sala de redacción del periódico satírico Charlie Hebdo, en la calle Nicolas-Appert del distrito XI de París. Varios de sus mejores amigos –los dibujantes y columnistas Cabu, Wolinski, Charb y Bernard Maris entre otros- murieron en el atentado perpetrado por los hermanos Kouachi al grito de “¡Allahu akbar!” (“¡Alá es el más grande!”). Él sobrevivió al ataque yihadista pero se quedó sin cara del labio superior para abajo. Estuvo ingresado nueve meses en los hospitales de la Salpetrière y Los Inválidos. Va por la cirugía facial número 18. Los médicos trasladaron su peroné al lugar que antes había ocupado su mandíbula. El calvario fue prolongado. La morfina y Bach aplacaban el espanto. Se marchó de París. Y publicó Le lambeau.
En sus 500 páginas, este hombre valiente que llama a las cosas por su nombre y que no conoce el adorno relató un compendio de azares, desgracias, sufrimientos, consecuencias, reflexiones y aprendizajes que dejan al lector en estado de shock. Al mismo tiempo, al cerrar Le lambeau (Ediciones Gallimard para la versión original en francés, ediciones Anagrama el año que viene para la versión en español) a uno le entran algo parecido a una irremisibles ganas de conocer a su autor.
Hoy se cumple ese deseo. Es un día de calor asfixiante en las colinas de Roma. Philippe Lançon está sentado en un precioso bar de la capital de Italia. Se retiró aquí junto a su compañera sentimental, huyendo de París y de las zonas menos apetecibles de la memoria. Escribió en Roma gran parte del libro. Que fue, primero, un tímido regreso de la muerte Y después, una vuelta a la vida, una vuelta a medias. Basta con escucharle.
LA CEREMONIA DEL REGRESO
“Regreso poco a poco, con distancia, a una vida que ya no es la misma porque yo no soy el mismo”, explica en un perfecto español el escritor y periodista francés. “Hay un bolero cubano que dice ‘Contigo en la distancia’ y yo estoy un poco así. Por un lado estoy con aquel que fui, y por el otro con el que soy, hoy y aquí, en Roma. Hay varios ‘yo’: el que fui antes del atentado, el que fui en el año que siguió al atentado; el de la convalecencia, que arrancó un año después del atentado; el escritor, que es, como decía Proust, el producto de otro ‘yo’. Y por fin está el hombre que estoy volviendo a ser ahora, y que es una persona que todavía no conozco bien”.
“Intenté brindar al lector la experiencia de alguien que ha sufrido desde dentro el terrorismo, pero sin compadecerse”
El último capítulo del libro se titula precisamente así, Los regresos. En él se entrecruzan el inventario de lo ocurrido y el diagnóstico de lo que vendrá. Y no solo afecta a la víctima. “Es raro. A poca gente le toca renacer a los 50, que es lo que he hecho yo de verdad… y no creo que sea una construcción psicológica. La idiosincrasia del atentado es una irrupción violenta y totalmente imprevista que destruye la continuidad de la vida, a veces hasta la muerte, a veces solo hasta la herida, sea física o psicológica. Y renaces. Porque hay algo que quedó destruido, y aquí no hablo de lo físico sino de lo existencial. Un atentado produce una herida existencial. Es una herida individual pero también colectiva”, cuenta con voz tenue el escritor, que en sus páginas alude a “una violación colectiva”. “Porque está hecho precisamente para eso, y en ese sentido es una acción muy bien diseñada”.
– ¿Ha intentado entender a los terroristas que quisieron matarle y que mataron a sus amigos?
– La verdad es que no me interesan mucho, ni por el bien ni por el mal. Pienso que quienes nos atacaron eran pobre gente, sin mente.
– ¿Qué puede ocurrir ahí, en una mente, para hacer algo así? ¿Lo ha pensado?
– Creo que en el vacío de sus cabezas entraron monstruos, fantasmas del estilo de los que pintaba Goya pero activados por personas concretas, esas sí, conscientes de lo que hacen, de servir al Estado Islámico y todo eso.
– Y ya nada fue igual…
– Cambiaron mi existencia, me cambiaron. Se acabó el otro Philippe Lançon. Fue muy duro. No siento odio por los hermanos Kouachi, sé que son un producto de este mundo, pero sencillamente, no acierto a explicármelos.
– Su vida dejó de ser aquella vida. Murieron algunos de sus mejores amigos. Y el dolor físico… ¿Pensó en el suicidio?
– Jamás.
– ¿Es usted un titán?
– Nada de eso. El carácter se desarrolla con las circunstancias.
LA CIRUGÍA Y LA ESCRITURA
Philippe Lançon lleva 17 operaciones. Si todo va bien, la curación total –siempre que ese concepto exista en un caso como el suyo- llegará en cosa de un año. “Todavía me tienen que poner una nueva prótesis y en mi caso eso es complicado. La mandíbula fue completamente reconstruida utilizando el hueso del peroné y los implantes no se agarran tan bien como en una mandíbula normal. Y si no tienes implantes, no tienes prótesis”.
Entre su oficio, el de escribir, y el de sus cirujanos salvadores, el de recomponer, subyace, asegura, un común denominador que habla de procesos tortuosos. “Escribir es un camino muy largo y repararse la mandíbula también. En ambos hay que ser paciente; ahora los médicos me dicen que estoy ya en la recta final, y esto es un poco como afrontar la recta final de un libro. Corriges y corriges, quitas y pones cosas… aciertas y fallas… para mí hay un paralelismo muy evidente y muy íntimo entre la cirugía y la escritura”.
Saber quitar. Desbrozar. Minimizar. Ir recto a la esencia. Eso es escribir según Philippe Lançon. También lo era para algunos de los grandes genios que ama, Kafka por encima de todos. Empezó el libro y tuvo que parar. “No me salía ser sencillo, estaba haciendo estilo, estaba haciendo literatura, y no era eso lo que quería”, explica. ¿Y hoy? “Me gustaría escribir cada vez más simple, quitar cada vez más cosas, a menudo uno no tiene tantas cosas que decir, ¿sabes? O callarme. Cuando uno se da cuenta de que realmente no tiene tanto que decir, se calla. Quitar también es escribir. Tendemos a escribir más de la cuenta. Quién sabe, a lo mejor también en este libro escribí demasiado…”.
LOS VAMPIROS
“El paciente es un vampiro”, escribe Philippe Lançon en Le lambeau, refiriéndose a la exhaustiva e intensa gama de actitudes egoístas –en un sentido literal del término- que toda persona sufriente en una habitación de hospital observa con respecto a personal sanitario, familiares, amigos… seguramente el egoísmo más justificado y comprensible que quepa imaginar. Entonces cabe plantearle otro paralelismo:
– ¿Y el escritor? ¿No es también un vampiro, lo mismo que ese paciente hospitalario del que habla?
– Claro que lo es, pero no en tiempo real. Hay una diferencia. El paciente intenta nutrirse de todo lo que puede, y de todos, y en todo momento. Por supuesto, el escritor lo chupa todo, pero se lo guarda para más tarde. Yo no estaba en esa situación, yo vivía el momento, yo estaba luchando por sobrevivir. El escritor chupa la vida porque su misión es restituirla bajo una forma literaria. ¿Si no la chupa cómo la va a escupir? La creación es eso.
– ¿Y usted pensó en el hospital en transformar esa horrible experiencia en esa forma adecuada de creación de la que habla?
– Ni me lo planteé, para mí era imposible escribir una ficción a partir de eso. Pero a partir de cierto momento sí, surgió en mi cabeza un proyecto bajo la forma de un libro, pero para más tarde. No empecé a pensar en escribir un libro hasta un año después del atentado. Aunque en realidad empecé a escribirlo dos años después…
EL PERIODISMO Y LA LITERATURA
Le lambeau (que podría traducirse como “el jirón” o “el colgajo” y que Lançon tomó prestado de un texto de Racine -“Jirones llenos de sangre y miembros espantosos/ Que perros voraces se disputaban entre ellos”- no es una novela. Tampoco encaja en lo que podría considerarse un ensayo. Hay cierta poesía –feroz y sin rima aunque poesía- pero desde luego no es un poema. Tampoco una autobiografía ni una memoir en sentido estricto. Puede que a lo que más se acerque este artefacto literario, un auténtico fenómeno editorial en Francia, sea al género de la crónica. Datos, contexto, porqués, interpretación, declaraciones… una crónica, gigantesca, eso sí. Por cierto, así de duro es en las páginas del libro su juicio acerca del periodismo de hoy: “Hay muy pocos cronistas buenos, porque unos se someten a los temas importantes del momento y a la moral ambiente, y los otros lo hacen a un dandismo que les lleva a hacerse los listos y escribir a contracorriente. En resumen, unos se someten a la sociedad y los otros a su propio personaje”.
“Este libro es el producto de alguien que ha sido periodista durante 30 años, y que también es escritor”, zanja su autor. “Todo se mezcla en él: el periodismo y la literatura. Lo que me ha dado el periodismo para escribirlo es distancia. Desde que abrí los ojos en la sala de reanimación, hubo una parte de mí que se convirtió en el periodista de mi propia experiencia, no solo para contar lo que me ocurría a mí, sino también a los que estaban a mi alrededor. He intentado brindar a los lectores la experiencia de alguien que ha vivido desde dentro la experiencia del terrorismo, pero sin compadecerse a sí mismo, escapando del sentido de ese verso hermosísimo de Quevedo que dice “el llanto interior crece en diluvio”. Fiel a su escuela y a quienes le enseñaron, primero, y le permitieron disfrutar de su oficio, después, este cronista de arte, de libros, de música y de teatro explica: “Creo que todo esto es el resultado de 30 años de periodismo en un lugar como Libération, un diario donde puede desarrollarse lo mejor del periodismo: distancia, precisión, investigación, ningún moralismo, escritura pegada a los hechos, cierta alegría en la forma de escribir y de vivir, y sobre todo restituir la vida de aquellos de quien nadie hablaba en los años 80 en Francia: la marginalidad, los presos, los suburbios, las mujeres maltratadas, los homosexuales…”.
EL PAIS DE MADRID,
SEMANAL)