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martes, diciembre 9, 2025
Columnas De Opinión
Alejandro Irache
Alejandro Irache
Licenciado en Psicología por la Universidad de la República(UDELAR). Habilitado por el Ministerio de Salud Pública (MSP). Atiendo a adolescentes y adultos, con foco en procesos de angustia, depresión y crisisexistenciales. He complementado mi formación con estudios en psicología laboral, selección de personal IT, psicología del deporte y salud mental grave,realizados en la Universidad de Palermo y en el Centro Ulloa (2024).

La libertad que angustia: comprender el costo psicológico de elegir

Toda elección humana implica un gesto de autoría, y en ese acto se revela la tensión central que recorre este análisis: la libertad que nos constituye es también la fuente de una angustia inevitable. Elegir no es solo un mecanismo racional; es una experiencia psicológica atravesada por responsabilidad, incertidumbre y la conciencia de que cada decisión delimita el camino posible y clausura alternativas. El problema, entonces, no radica únicamente en qué elegimos, sino en el peso existencial y emocional de tener que elegir.

El ensayo original sobre libertad y angustia expone esta dialéctica desde la psicología existencial, la neurociencia afectiva y la investigación empírica contemporánea. El presente artículo adapta ese contenido para ofrecer un recorrido claro y pedagógico: desde los conceptos fundamentales hasta su verificación científica y sus implicaciones clínicas y educativas. La pregunta que orienta este texto es directa: ¿por qué la libertad, siendo un valor esencial, genera un costo psicológico tan alto y verificable?

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Libertad y angustia: precisión conceptual

La psicología existencial entiende la libertad no como ausencia de límites, sino como capacidad de asumir la autoría de la propia existencia. Este enfoque, heredero de Kierkegaard y Sartre, sostiene que la libertad es inseparable de la responsabilidad: cada decisión afirma un modo de ser y renuncia a otros. No se trata de libertad conductual, como la estudia la psicología cognitiva mediante elecciones delimitadas, sino de libertad ontológica, aquella que atraviesa la vida entera y nos confronta con nuestra finitud.

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Kierkegaard denominó a esta experiencia el “vértigo de la posibilidad”: un estado emocional donde el individuo percibe la amplitud de alternativas y la incapacidad de prever sus consecuencias. Sartre, por su parte, afirmó que esta exposición constante a la elección es la raíz de la angustia y la condición de la autenticidad. Cuando intentamos evitarla —mediante la evasión, la negación o la dependencia de normas externas— caemos en lo que llamó mala fe.

La angustia, en esta perspectiva, no es equivalente al miedo ni a la ansiedad clínica. El miedo tiene objeto; la angustia, no. Es un afecto primario, difuso, surgido ante la percepción de responsabilidad y ante la conciencia de la irreversibilidad del tiempo. En términos psicológicos contemporáneos, se aproxima a la ansiedad rasgo, modulada por estilos emocionales estables que condicionan la respuesta ante la incertidumbre.

Un ejemplo sencillo ilustra esta distinción: un estudiante que debe elegir una carrera no teme una consecuencia específica, sino la posibilidad de equivocarse en un camino que definirá gran parte de su vida. Ese desasosiego, indefinido y total, es la manifestación subjetiva del vínculo entre libertad y angustia.


Evidencia empírica y neuropsicológica del costo de elegir

La intuición existencialista encuentra hoy respaldo en investigaciones empíricas y neuroeconómicas. Diversos estudios demuestran que el aumento de opciones no siempre se traduce en mayor bienestar, sino que puede incrementar ansiedad, parálisis decisoria y estrés.

Uno de los aportes más robustos proviene de la investigación en neurociencia afectiva. Hartley y Phelps (2012) mostraron que la ansiedad amplifica la percepción de riesgo, sesga las elecciones hacia opciones más conservadoras y activa de manera intensa la amígdala y la ínsula ante situaciones ambiguas. Cuando estos circuitos se encuentran hiperreactivos, el lóbulo prefrontal ventromedial —responsable de integrar emociones y valorar decisiones— reduce su capacidad regulatoria. Esto explica por qué, en contextos de incertidumbre, algunas personas experimentan un incremento abrupto de tensión al enfrentar elecciones que objetivamente son inocuas.

Estudios conductuales complementan esta evidencia. En el conocido paradigma de la “paradoja de la elección”, Barry Schwartz observó que la proliferación de opciones genera expectativas irreales, postergación crónica y mayor arrepentimiento. La investigación posterior confirmó que limitar voluntariamente las posibilidades aumenta la satisfacción post-decisión. Este fenómeno resulta especialmente relevante en sociedades donde la sobreoferta de alternativas es constante, desde consumo cotidiano hasta trayectoria profesional.

La psicología organizacional también ha explorado esta relación. Barzoki y colaboradores (2018) analizaron cómo variables existenciales —libertad, responsabilidad, sentido— predicen niveles de burnout y salud mental en docentes. Sus resultados son claros: un uso saludable de la libertad, asociado a responsabilidad y autotrascendencia, reduce significativamente el agotamiento emocional. A la inversa, cuando la libertad se percibe como carga o como confusión, se intensifica la vulnerabilidad al estrés laboral.

En conjunto, estos hallazgos sustentan la tesis original del ensayo: la libertad no es una garantía de bienestar; es una posibilidad que, sin orientación y recursos psicológicos adecuados, puede convertirse en sobrecarga emocional.


Articulación psicológica: de la teoría a la experiencia cotidiana

A la luz de estas evidencias, la relación entre libertad y angustia puede comprenderse como un fenómeno multidimensional. En un nivel cognitivo, elegir exige evaluar información, anticipar consecuencias y tolerar la incertidumbre inherente a cualquier decisión. En un nivel emocional, implica exponerse a la posibilidad de pérdida, error o arrepentimiento. En un nivel existencial, enfrenta al sujeto con la finitud: no es posible elegirlo todo, ni recorrer todos los caminos.

Esta estructura se refleja en la vida cotidiana. Un adulto frente a un cambio laboral siente el peso de abandonar la estabilidad por un futuro impredecible. Un joven al diseñar su proyecto de vida experimenta el conflicto entre deseo, expectativa y responsabilidad. Incluso elecciones triviales —un producto, un servicio, un itinerario— pueden generar incomodidad cuando las opciones exceden la capacidad cognitiva de discriminación.

La angustia, sin embargo, no es un problema en sí misma, sino una señal adaptativa que informa sobre la relevancia de la decisión. En términos de regulación emocional, este afecto puede facilitar la reflexión ética, impulsar la clarificación de valores y fomentar la toma de decisiones auténticas.

En los ámbitos profesionales y educativos, esta comprensión tiene un valor formativo considerable. La psicología clínica utiliza la angustia como punto de entrada para explorar los significados que orientan la vida de una persona. La terapia existencial-analítica, por ejemplo, trabaja con la responsabilidad personal como núcleo de cambio: cuando el paciente reconoce su libertad, no para evadirse sino para apropiarse de su situación, disminuye el burnout, aumenta la percepción de sentido y mejora la toma de decisiones.

En el campo educativo, programas de orientación profesional incorporan ejercicios de clarificación de valores, límites y expectativas para evitar la parálisis ante múltiples trayectorias posibles. Estos procesos enseñan que la libertad es más manejable cuando se estructura mediante prioridades y marcos de referencia internos. El resultado no es una eliminación de la angustia, sino una transformación de su función: deja de ser amenaza y se convierte en brújula.


Conclusión

La libertad humana, lejos de ser un ideal abstracto, es una experiencia concreta que incluye un costo psicológico real: la angustia ante la responsabilidad de elegir. Las perspectivas existenciales, la neurociencia afectiva y la investigación empírica coinciden en señalar que la toma de decisiones está profundamente influida por procesos emocionales y circuitos cerebrales sensibles a la incertidumbre. Sin embargo, también muestran que este costo puede ser mitigado cuando la libertad se integra con responsabilidad, autodeterminación y sentido.

Comprender esta dialéctica tiene implicaciones para la clínica, la educación y la vida cotidiana. Aceptar la angustia como parte de la experiencia humana permite transitarla con menos resistencia y mayor autonomía. Reconocer que elegir implica renunciar, y que renunciar implica construir, abre un campo fértil para el crecimiento psicológico.

Queda abierta una pregunta para futuras reflexiones:
¿cómo se transformará esta relación entre libertad y angustia en un mundo donde la abundancia de opciones tecnológicas y digitales amplifica, cada vez más, el peso de decidir?


Preguntas frecuentes (FAQ)

  • 1. ¿Por qué elegir genera tanta angustia?
    Porque cada decisión implica responsabilidad y renuncia, lo que activa sistemas emocionales sensibles a la incertidumbre.
  • 2. ¿Tener más opciones mejora la toma de decisiones?
    No siempre. Un exceso de alternativas suele aumentar la confusión y disminuir la satisfacción.
  • 3. ¿La angustia es lo mismo que el miedo?
    No. El miedo tiene un objeto identificable; la angustia surge del peso existencial de decidir.
  • 4. ¿Cómo puedo reducir la fatiga decisoria?
    Estableciendo rutinas, límites claros y delegando decisiones menores.
  • 5. ¿La terapia puede ayudar a manejar la angustia de elegir?
    Sí. Las terapias existenciales y basadas en valores ayudan a clarificar prioridades y fortalecer la responsabilidad personal.

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