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Dora Ibarburu faro de luz

La larga marcha de la enfermería en Uruguay, de los curuzuyaras a la Universidad

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Diario EL PUEBLO digital
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Leyendo algunos datos biográficos de la salteña Dora Ibarburu Irazusta, pionera de la Enfermería en nuestro país, de pronto nos encontramos con el largo camino que recorrió esta profesión hasta nuestros días.

LA HISTORIA HA SIDO ASÍ

La evolución de la enfermería en Uruguay es el reflejo de un proceso profundo de transformación social, sanitaria y educativa, que va desde prácticas empíricas con raíces mágico-religiosas hasta una formación universitaria de nivel internacional.

En la vasta historia de los cuidados de salud en Uruguay, la enfermería ocupa un lugar central, aunque a menudo silencioso. Sus orígenes se remontan a los siglos XVII, XVIII y XIX, cuando la asistencia a los enfermos se entrelazaba con saberes populares, la fe y la práctica curanderil.

Durante la colonia, los jesuitas entrenaban a indígenas guaraníes en tareas básicas de cuidado: alimentación, higiene y administración de infusiones medicinales. Estos asistentes, conocidos como curuzuyaras —por portar una cruz—, fueron los primeros en cumplir funciones similares a las de un enfermero, mezclando conocimientos de la flora autóctona con rituales religiosos.

Más adelante, ya en los albores del siglo XX, las órdenes religiosas asumieron un rol protagónico. Las Hermanas de la Caridad, en particular, marcaron una época al convertirse en pilares de los hospitales, encargadas no solo del cuidado, sino también de la organización del trabajo sanitario.

PRIMEROS PASOS HACIA LA PROFESIONALIZACIÓN

El gran punto de inflexión llegó en 1911, cuando el Dr. José Scoseria impulsó la creación de una Escuela de Nurses inspirada en el modelo de Florence Nightingale. La idea era clara: dejar atrás las prácticas rudimentarias y dar paso a una formación técnica rigurosa.

Así nació, en 1913, la primera Escuela de Nurses del país, bajo la dirección del Dr. Carlos Nery y con un cuerpo docente formado en Inglaterra.

En poco tiempo, esta escuela —dependiente de la Asistencia Pública Nacional— logró equipararse a sus pares londinenses. Sin embargo, los vaivenes políticos, como el golpe de Estado de 1933, también impactaron en su destino institucional. La reforma de la salud pública impulsada en 1934 integró la escuela al ámbito de la nueva Escuela de Sanidad y Servicio Social, redefiniendo su estructura y su vinculación con el sistema educativo.

LA UNIVERSIDAD COMO HORIZONTE

Ya hacia fines de los años 40, la necesidad de integrar la formación de enfermeros al ámbito universitario era cada vez más evidente. Las gestiones del decano de la Facultad de Medicina, Dr. Mario Cassinoni, coincidieron con una creciente inquietud de la Asociación de Nurses y el respaldo de organismos internacionales, como la Fundación Rockefeller, que condicionó su apoyo a la inclusión formal de la escuela en la Universidad de la República.

Este impulso culminó con la creación, en 1948, de la Escuela Universitaria de Enfermería (EUE), lo que marcó un salto cualitativo en la formación de los profesionales del cuidado. A partir de entonces, Uruguay comenzó a formar enfermeros con un enfoque científico-humanista, alineado con estándares internacionales.

UNA DIRECTORA PIONERA Y UN MODELO REGIONAL

El liderazgo de Dora Ibarburu, directora fundadora de la EUE entre 1950 y 1962, resultó determinante. Su capacidad para articular formación académica y humanización del cuidado dejó una huella profunda. Bajo su conducción, se promovieron pasantías y posgrados en América y Europa, consolidando un cuerpo docente de enfermeras con formación crítica, científica y comprometida con la calidad asistencial tanto dentro como fuera del hospital.

LA REVOLUCIÓN SILENCIOSA

Entre 1962 y 1972, Dora Ibarburu lideró una transformación profunda en el Departamento de Enfermería del Hospital de Clínicas, consolidando un modelo profesional basado en principios éticos, científicos y humanos. Inspirada en los lineamientos del Consejo Internacional de Enfermeras, estableció una doctrina unificadora que dignificó el rol de la enfermera en el sistema de salud uruguayo.

Implementó una estructura organizativa inédita, promovió la formación especializada del personal y fomentó la educación continua a través de comités técnicos y pedagógicos. Bajo su dirección, la enfermería se volvió sinónimo de eficiencia, cuidado y reflexión ética. Su gestión también impulsó la creación del CTI del Clínicas y la reducción del ausentismo, al tiempo que se fortalecieron áreas como la perinatología.

Ibarburu fue más que una administradora: fue una visionaria que sembró profesionalismo donde antes había improvisación, y convirtió el cuidado hospitalario en un acto de ciencia con alma. Su legado marcó un antes y un después en la historia de la salud pública en Uruguay.

La EUE alcanzó tal nivel que recibió estudiantes de Argentina, México, Costa Rica y Paraguay, y se convirtió en un referente regional. A la par, entre 1950 y 1973, se desarrollaron programas específicos para la formación de auxiliares de enfermería, cubriendo la creciente demanda del sistema sanitario, especialmente del Hospital de Clínicas.

UN LEGADO QUE SIGUE CRECIENDO

A pesar de la clausura decretada durante la intervención de la Universidad en 1973, la enfermería uruguaya no dejó de avanzar. Hoy, aquella larga marcha iniciada por curuzuyaras y religiosas tiene continuidad en profesionales universitarios que combinan evidencia científica con un compromiso profundo por el bienestar humano.

El desafío actual es seguir consolidando el reconocimiento social de esta labor fundamental, asegurar su actualización continua y reivindicar su papel central en cualquier estrategia de salud pública.

DORA IBAARBURU IRAZUSTA, APUNTE BIOGRÁFICOS

Hay figuras que trascienden el tiempo y el espacio, cuyo legado se convierte en un faro que ilumina generaciones. Dora María Ibarburu Irazusta es una de ellas. Nacida el 27 de abril de 1918 en la ciudad de Salto, su destino estuvo marcado por una inquebrantable vocación de servicio, un espíritu incansable y una mente brillante. Desde sus primeros pasos en la educación hasta su ascenso como una de las más ilustres exponentes de la enfermería en América Latina, su vida fue un testimonio de entrega, liderazgo y humanismo.

Su formación comenzó en la Sección Femenina entre 1931 y 1935, donde mostró ya una temprana inclinación por la ciencia y el conocimiento. Posteriormente, cursó Anatomía y Fisiología en la Facultad de Medicina antes de ingresar a la Escuela de Nurses “Dr. Carlos Nery” en 1940. Allí, su excelencia académica la convirtió en abanderada, no solo de su generación, sino de una causa mayor: la dignificación y profesionalización de la enfermería en Uruguay y la región.

Al egresar en 1942 con calificaciones sobresalientes, su camino profesional la llevó al Dispensario Antituberculoso de Colón, donde su dedicación no pasó desapercibida. La Fundación Rockefeller le otorgó una beca que la llevó a perfeccionar su formación en la Universidad de Toronto, Canadá, entre 1944 y 1946. Desde entonces, su influencia se expandió más allá de las fronteras nacionales.

De regreso en Uruguay, dirigió el Centro de Salud de Treinta y Tres y profundizó su aprendizaje en el extranjero, visitando Chile, Perú y Estados Unidos. Su visión integral de la enfermería y su capacidad de gestión la convirtieron en una pieza clave para la fundación de la Escuela Universitaria de Enfermería (EUE), institución que dirigió hasta 1962 con un rigor académico y una mirada vanguardista que marcaron un antes y un después en la formación de enfermeras en el país.

Bajo su dirección, la EUE adquirió un estatus universitario real, con docentes formados en prestigiosas universidades de América y Europa. Su empeño en la integración académica llevó a la Asociación de Estudiantes de la EUE a incorporarse a la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU) en 1954, y su compromiso con la docencia sentó las bases para la profesionalización de la enfermería como disciplina autónoma.

En 1962 asumió la Jefatura del Departamento de Enfermería del Hospital de Clínicas, cargo que ocupó hasta 1974, llevando a cabo transformaciones que elevaron la calidad del servicio y lo posicionaron como referente en América Latina. Su incansable labor la hizo merecedora del reconocimiento internacional, siendo designada en 1965 como experta en Servicios de Enfermería por la Organización Mundial de la Salud.

Consultora de la Organización Panamericana de la Salud, trabajó en Argentina, Perú y Ecuador, fortaleciendo estructuras sanitarias y consolidando el rol de la enfermería como pilar del sistema de salud. A su regreso a Uruguay, continuó su misión pedagógica, asesorando en la elaboración de estándares de enfermería en cirugía cardíaca y colaborando con la educación continua en el Hospital de Clínicas.

Su trayectoria culminó con un merecido reconocimiento: en 1987, la Facultad de Medicina le confirió el título de Profesora Emérita, siendo la primera profesional no médica en recibir tal distinción. Su legado quedó inscrito en la memoria de la Universidad de la República y en la historia de la enfermería en Uruguay y América Latina.

Pero más allá de sus títulos y honores, Dora Ibarburu dejó una huella imborrable en quienes la conocieron. Su solidaridad inquebrantable, su pasión por la educación y su espíritu incansable la convirtieron en un referente ético y humano. Amante del arte, los viajes y la literatura, supo equilibrar su rigor académico con una sensibilidad profunda hacia la belleza del mundo.

A su fallecimiento el 19 de noviembre de 1992, su memoria fue honrada con una estela en la Avenida Italia de Montevideo, un símbolo de su inquebrantable presencia en la historia del país. En el año 2000, su contribución fue nuevamente exaltada con la concesión del título de Profesora Honoris Causa por el Instituto de Enfermería.

Dora Ibarburu no solo fue una pionera en su campo; fue una luz en la senda de la salud pública, una arquitecta de oportunidades y una defensora de la dignidad humana. Su legado sigue vivo en cada enfermera y enfermero que, con vocación y entrega, sigue sus pasos en la noble misión de cuidar, sanar y educar.

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